Peña Nieto: comenzó la cuenta regresiva: Raúl Castellanos

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Como bien lo apuntan las consejas con lógica elemental: “Todo lo que comienza termina”. Por supuesto, hay formas de concluir, más tratándose de una gestión política. El pasado 1 de diciembre, el Presidente de La República Enrique Peña Nieto, ante 1500 servidores públicos, dirigió el que será, o ya a éstas alturas sería o fue su último Mensaje a la Nación en la cúspide del poder. Las imágenes que dan cuenta del acto son espectaculares. El Gran Tlatoani sexenal lució exultante, sonriente, disfrutando a plenitud de las generosas ovaciones y aplausos que le dedicaron los suyos; a quienes se dio el gusto de también aplaudirles. Podemos decir que se trató de un evento que superó en mucho las “Reuniones De las República” que convocaba López Portillo, o los maratónicos encuentros de los fideicomisos de Luis Echeverría.

En el “primer día del resto de su gestión”, además de la ausencia de Osorio Chong –en berrinche innecesario- como nunca fue evidente el enorme abismo que separa a la llamada “clase política” del resto de más de cien millones de comunes y corrientes que sufren cotidianamente los embates de la delincuencia organizada y desorganizada, los bajos salarios, el desempleo, los abusos de poder y demás rémoras de un sistema político agotado. Con énfasis, Peña postuló “hoy se inicia el último tramo de la carrera que iniciamos hace cinco años por el bienestar de las familias, el crecimiento de nuestra economía y el desarrollo de nuestro país. En una carrera, el último tramo es el más importante, ahí es donde se demuestra el carácter, la preparación y la voluntad de triunfo”.

Ya en plena autocomplacencia agregó “Como Presidente de la República estoy decidido a poner lo mejor de mí, todo mi empeño dedicación, perseverancia, tenacidad, pero sobre todo mi pasión para seguir sirviendo a México”. Por supuesto le falto agregar, aunque es una obviedad, que tales virtudes también serán puestas al servicio de su partido para que su delfín conserve la “Silla de Krauze” por él concebida como patrimonio intangible del partido fundado por Don Plutarco.

Bajo la premisa de que “México no puede detenerse, mucho menos retroceder”, llamó a “consolidar lo alcanzado para no poner en riesgo los avances que juntos hemos alcanzado”, o sea cuidado con caer bajo el canto de las sirenas que representa el mesías del Grijalva e incluso los divididos frentistas; aunque cuidadoso de las formas se curó en salud al advertir “el año entrante México vivirá el proceso electoral más grande de su historia, como funcionarios públicos actuaremos con estricto apego a la ley para que las elecciones sean una jornada democrática ejemplar”.

No podía faltar en el triunfalismo pregonado, el dar por “casi” alcanzadas las cinco grandes metas nacionales que se propuso lograr al inicio de su gobierno: “México en paz, México incluyente, México con educación de calidad, México próspero y México con mayor responsabilidad global”. Por supuesto no definió a qué “paz” se refería, a la de los sepulcros, en la que pernoctan las miles de víctimas de la violencia, incluso reconocido su aumento por él en el mismo discurso, o la que disfrutan los beneficiarios de socavones, constructores de Casas Blancas, socios de Odebrecht, OHL y demás beneficiarios del régimen; que bien pueden también honrar el “México Incluyente”. En cuanto a la “educación de calidad” es posible que estuviere pensando cómo enseñar a “ler” a sus funcionarios, algunos también, ejemplos tangibles del “México próspero”. Y en cuanto a la “mayor responsabilidad global”, sin duda la honran, desde el “recibimiento” como “Jefe de Estado” al entonces candidato Trump, las veleidades de flamante Canciller intentado convertirse en “Candil de la Calle”, el ser él presidente con la tarjeta “Diamante” de “viajero frecuenta” a cuanta chorcha diplomática se realiza por el mundo y por supuesto la “global” integración de su alter-ego Luis Videgaray al círculo íntimo de la Casa Blanca, la de allá, de la Avenida Pensilvania, vía el –ahora- “yerno incómodo”.

En conclusión, en términos simbólicos el sexenio del Presidente Enrique Peña Nieto, el cual entró en su recta final el pasado 1 de diciembre, se puede dividir en dos etapas: la de las reformas, en la que su grupo político preparó, diseñó y ejecutó con precisión de relojero una de las transformaciones constitucionales más profundas en la era moderna del país. Regatearles el mérito de la progresividad de la Reforma Fiscal, el cambio de paradigmas en materia energética o la apuesta por un modelo educativo del Siglo XXI sería un despropósito. Durante el primer año y medio vimos a un gobierno abierto al diálogo, con una vocación de abordar la crisis de seguridad desde un enfoque de prevención, con una ruta y una propuesta.

La segunda etapa comenzó entre la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014, cuando los intereses entrelazados del mercado de las drogas y esferas podridas del poder civil propiciaron una de las masacres más dramáticas de nuestra historia; la desaparición forzada de 43 estudiantes de una normal rural. Futuros maestros, indígenas en su mayoría.
Ante el horror, la indignación y los intereses en juego, el gobierno del Nuevo PRI no supo reaccionar, se desmoronó en medio de la frivolidad de unos y la incapacidad del grupo compacto de ver el dolor a los ojos, de sentir el México real que vive, palpita y sufre, al margen de Toluca, Atlacomulco, Los Pinos o San Lázaro y dimensionar que, en el cómo asumieran la crisis, quedaría plasmado en la historia. Para mal, el desenlace es de sobra conocido: el gobierno federal actual será recordado por su desaseada e indolente actitud ante el dolor de las víctimas.

A partir de ahí, pareciera que este gobierno jamás logró re-encausarse. Los grandes negocios ilícitos, las violaciones sistemáticas a los derechos humanos por parte de las fuerzas de seguridad en el marco del combate al crimen y la aparición de un sociópata al otro lado de la frontera, así como el deterioro moral y político de la clase política, han provocado el desencanto ciudadano y la baja aceptación a la figura del presidente.

Viene ahora el tiempo de las definiciones reales. Peña Nieto tomó su gran decisión, ungida el día de ayer.

No falta mucho para saber si fue acertada o volvió a equivocarse.

¿Alguien puede asegurar que esto ya está decidido?

RAÚL CASTELLANOS HERNÁNDEZ / @rcastellanosh