Luis Echeverría Álvarez… Comienza el juicio de la historia: Joel Hernández Santiago

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En 1980 fuimos a verlo a su casa de San Jerónimo. Samuel I. del Villar –quien por entonces era director general de la revista Razones que había fundado con Miguel Ángel Granados Chapa y don Hero Rodríguez Toro– y yo, quienes estábamos esa mañana soleada de junio en la residencia mexicana enorme aquella.

Puntual apareció él, en el gran comedor: pulcro; impecable, amable y arrogante, al mismo tiempo; digamos que rozagante y feliz después de su sesión diaria de natación y ejercicio según nos dijo.  Habían transcurrido apenas cuatro años desde que dejó de ser presidente de México; doce del 2 de octubre de 1968 y nueve del 10 de junio de 1971… Sus fechas fatales…

A Luis Echeverría Álvarez había que preguntarle sobre todo aquello, aunque antemano sabíamos que no aceptaría un mínimo de culpabilidad por su participación en aquellas tragedias mexicanas, pero también esperábamos algún atisbo de pudor histórico: No, no aceptaba culpabilidades.

De hecho, a la pregunta de quién ordenó aquellas masacres de muchachos mexicanos mostró seriedad extrema, siguió comiendo la fruta que tenía enfrente, respiró profundo y se nos quedó mirando aunque daba la impresión de que no nos veía: fue entonces cuando contestó con aquella frase contundente: “Dejemos que pase el tiempo para que comience el juicio de la historia”…  Luego se habló de todo y de nada: ya nada tenía sentido…

Ya transcurrieron 100 años desde que Echeverría nació en la capital de México: el 17 de enero de 1922. Acaso sirva decir que tuvo una infancia más o menos feliz y, por lo mismo, esa infancia tiene poca historia. No tuvo los sobresaltos propios de quienes no pertenecen a familias linajudas y ni siquiera burguesas. Se dedicó al estudio y se tituló como abogado en 1945 en la Universidad Nacional Autónoma de México…

… La misma Universidad en la que aun hoy se escuchan los murmullos de aquel repudio: “¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! era la exigencia de los muchachos que el 14 de marzo de 1975 lo expulsaron de la Ciudad Universitaria a empellones y a pedradas.

No olvidaban que a él se achacó la represión tanto de aquel 2 de octubre que no se olvida, como del 10 de junio del 71 también inolvidable y que marcaron la vida de un país, como también la de un hombre que fue presidente de de México de 1970 a 1976…

…El mismo que en 2006 fue acusado y detenido por crímenes del pasado y a quien se le dictó un auto de formal prisión y quien fue remitido a arresto domiciliario por pecados de lesa magnitud en contra de jóvenes estudiantes mexicanos, muchos de los cuales murieron en dos de los episodios más dolorosos de la historia mexicana del siglo XX.

A los hombres los transforman sus grandes obras, sus grandes construcciones, sus grandes aportaciones al ideal y a las ideas, pero también los hacen inolvidables por la estela de dolor que dejan a su paso. ¿Fue culpable Gustavo Díaz Ordaz de la tragedia de 68? ¿Fue culpable Luis Echeverría desde la Secretaría de Gobernación, como su titular y responsable de lo que pase y deje de pasar dentro del territorio nacional? ¿Él ordenó aquellas masacres? ¿El giró instrucciones al Ejército mexicano para que “controlaran” a los muchachos del 68 aquel, como dijo, para defender a Díaz Ordaz?…  ¿Y lo del 71?… El juicio que se le siguió por crímenes del pasado terminó en 2009 cuando un tribunal federal le decretó libertad absoluta y lo exoneró de los cargos de genocidio: ¿Inocente?

 El gobierno de Luis Echeverría fue un gobierno populista. Fue un gobierno de mano extendida. Un poco porque quería reivindicarse con los  mexicanos de lo que se le acusaba. Un poco, también, porque los años setenta en América Latina eran los de las dictaduras militares, pero también los de los intentos de reivindicación social con el surgimiento de nuevos ideales con gobiernos de izquierda, como el de Salvador Allende, en Chile…

… El mismo presidente chileno que vino a México a invitación de Echeverría y quien escriturara en la Universidad de Guadalajara: “Ser joven y no ser revolucionario, es una contradicción hasta biológica”… y quien fue traicionado y sufrió golpe de estado el 11 de septiembre de 1973 para instaurar ahí una sangrienta dictadura militar.

El mismo Echeverría se dibujaba como un hombre de izquierda, sin entender a la izquierda o sin precisar en los hechos ese izquierdismo;  permanentemente confundía gobierno de lo social con gobierno de la caridad.

Y repartía, repartía, repartía todo: sin orden, sin plan, sin estrategias de desarrollo o crecimiento… No importaba que la economía mexicana no diera para tanto y que a partir de su gobierno la economía mexicana se volviera negra (inflación sin control, devaluaciones mayores al 100% y pérdida del poder adquisitivo). Ocurrió entonces la primera devaluación de la moneda mexicana después de más de veintidós años y México terminó siendo el país más que endeudado.

Fue un presidente que buscó el amparo internacional. Le importaba mucho la presencia de su presidencia en el ámbito mundial y, por lo mismo, participaba en todos los foros, en todos los encuentros, en todos los debates, en todas las intermediaciones que se le proponían. En 1974 la ONU aprobó la propuesta mexicana de una Carta de los derechos y deberes económicos de los estados en la que se intentaba contener de la voracidad de los países del Primer Mundo con los del ‘Tercer Mundo’.

Luis Echeverría promovió la presencia mexicana como líder latinoamericano en China Popular, Japón, Canadá, Europa Occidental, la Unión Soviética, África, naciones árabes, Oriente próximo, la India… Viajero incansable también recibía en casa a los presidentes de aquellos países en un intercambio amistoso que no trajo equilibrios a la economía mexicana y provechos para el futuro del país.

De todos modos Echeverría creía ser uno más de los grandes líderes mundiales –se lo decían sus incondicionales– aunque de pronto cometiera errores diplomáticos como ocurrió con aquel ‘sionismo’ judío que le salió de la boca pero que al reclamo del capital estadounidense tuvo que recular y enviar a Emilio Rabasa a pedir perdón en Jerusalén ‘por todas las ofensas que se habían hecho’. O que hubiera tenido preferencias por los gobiernos socialistas de Cuba y Chile, aunque durante su gobierno murieran asesinados en México Genaro Vázquez y Lucio Cabañas. No importa. Si importa.

Acaso este afán internacionalista llevó a que su sucesor en la presidencia mexicana, José López Portillo lo enviara en tono diplomático al exilio una vez que tomó posesión: “Embajador de México en Australia, Nueva Zelanda y las Islas Fiji”… Eso es… lejos… muy lejos del gran poder y del país… más allá… lo más lejos: “Que se vaya a la…”: Comenzó su castigo…

Y su castigo peor fue encontrarse sólo en su enorme casa de San Jerónimo, o en Zihuatanejo o en Cuernavaca… En 1983 el primer golpe: murió su hijo Rodolfo Echeverría Zuno. Guardó silencio. El 4 de diciembre de 1999 murió su compañera: la ‘compañera’ como él la llamaba, María Esther Zuno… Guardó silencio. De ahí en adelante, como un fantasma que recorría su propia vida se quedó sólo, para enfrentar acusaciones y juicios…

Sobre todo para enfrentarse a sí. Para recordar lo hecho. Para saber él mismo cuál fue su participación o no en la muerte de aquellos muchachos del 68 y del 71… Sólo él lo sabía por ahora… Se lleva el secreto que es su secreto…

Pero se sabrá porque, lo dicho: la historia no es esa tía buena que todo lo ve y todo lo perdona… No. A nadie perdona Clío. Y esa historia ha comenzado ya el juicio… Entonces sabremos si Luis Echeverría Álvarez, presidente de México que fue, es inocente o culpable de genocidio, de crímenes de lesa humanidad, de cinismo y olvido…  Por lo pronto sí, en él se cumplen los cien años de soledad.