¿Hacia el fin del populismo? La defensa de la democracia como principio de nuestro tiempo: Francisco Ángel Maldonado Martínez*

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Volver a los clásicos nos ofrece un panorama de lo que hoy sucede a nivel internacional. En los tratados que se escribieron hace milenios la humanidad tuvo su primer referente de qué era lo deseable en contraposición a lo posible en un mundo en el que tienden a prevalecer los sentimientos egoístas. Frente al populismo y a toda la amenaza que representan gobiernos que se levantan en contra de los ideales democráticos, y por tanto contra libertades que considerábamos intocables, hay que traer al presente la distinción entre formas de gobierno, pero también reflexionar si presenciamos el fin de una perversión democrática luego de la derrota de Donald Trump en las elecciones del pasado dos de noviembre. Considerando la serie de pronunciamientos que el aún presidente de Estados Unidos ha vertido llamando a impugnar la elección, debemos recordar que la democracia es un régimen imperfecto, pero un régimen que permite que las libertades individuales estén a salvo y que la sociedad pueda decidir.

 

Desde la Antigüedad ha existido una clara noción de que las formas de gobierno son imperfectas. En Platón y Aristóteles encontramos los primeros esfuerzos por sistematizar las características intrínsecas de lo que hoy conocemos como regímenes políticos. Para Platón las formas de gobierno eran seis, pero, de ellas, dos servían para designar la constitución ideal y cuatro para indicar las formas reales que se alejan en mayor o menor medida de ésta. Distinguir entre el mundo ideal y el mundo de la práctica fue una primera aportación al conocimiento político. La oligarquía es la forma corrupta de la aristocracia, la democracia de la ‘politeia’ y la tiranía de la monarquía. A decir de Norberto Bobbio había un tipo más llamado timocracia por provenir del griego timé, honor, concepto que Platón utiliza para designar la forma de transición entre la constitución ideal y las tres formas malas tradicionales.

 

A la conceptualización de Platón se sumará la de Aristóteles, quien comparó las diferentes constituciones que habían existido hasta el siglo III antes de nuestra era. Para él la constitución es la estructura que da orden a la ciudad estableciendo el funcionamiento de todos los cargos y sobre todo de la autoridad soberana. El ejercicio que realizó el filósofo estagirita retoma las categorías de Platón en sus vertientes positiva y negativa: monarquía que deviene en tiranía; aristocracia que deviene en oligarquía, y politeia que deviene en democracia. No hay una concepción moral sino una comparación de regímenes políticos. El criterio a seguir es muy sencillo: en el momento que las formas positivas de gobierno dejan de atender al bien común se pervierten y son indeseables. Así, la monarquía lo hace cuando el monarca es quien busca satisfacer solo sus intereses; la aristocracia cuando solo se busca cumplir los intereses de los acaudalados, y la democracia sucede cuando solo se busca cumplir los intereses de los pobres. Politeia era la forma superior de democracia, a la que debía aspirarse pese a todo.

 

En su negativa a admitir los resultados de los conteos oficiales, Trump está dando un regalo a otros líderes populistas a nivel internacional, como lo consigna la versión semanal internacional del New York Times. El daño a la credibilidad del sistema electoral puede ser duradero y exportarse a otras naciones. Para Ivan Krastev, experto en Europa Central y Oriental del Instituto de Ciencias Humanas de Viena, la negativa de Trump a aceptar su derrota crearía un nuevo modelo para populistas de ideas afines en Europa y otros lugares: “Cuando Trump ganó en 2016, la lección fue que podían confiar en la democracia. Ahora no confiarán en la democracia y harán cualquier cosa para permanecer en el poder”. En lo que denomina “el escenario Lukashenko”, los líderes populistas seguirán queriendo celebrar elecciones, pero nunca perder.Esto en relación con el gobernante autócrata de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, quien en agosto pasado declaró una victoria aplastante e inverosímil y tomó posesión para su sexto mandato. En ese momento Estados Unidos y otras naciones occidentales denunciaron lo que llamaron un descarado desafío a la voluntad del electorado. Incluso el Secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, había declarado que la victoria de Lukashenko fue un fraude: “Nos oponemos al hecho de que se haya juramentado a sí mismo”.

 

La fortaleza de las instituciones en Estados Unidos fue desafiada consistentemente por Trump en los últimos cuatro años. Con todo, hoy son esas instituciones las que le ponen freno a su segundo mandato. No obstante, hay un claro mensaje a no creer en ellas cuando no favorecen el proyecto político de un populista. Esto sucede también en otras latitudes del planeta. Los obstáculos a la democracia no necesariamente ocurren el día de las elecciones o en las semanas siguientes, pueden ocurrir desde antes que se celebren comicios con la intimidación y la persecución de la oposición. Por ello es que la victoria de Biden contribuye a restablecer los equilibrios, pero en el camino a su toma de posesión en enero próximo hay un desgaste de la democracia que preocupa en un país de por sí polarizado La tiranía es una perversión, como lo observaron los grandes pensadores griegos, pero al parecer es una perversión que está viva a pesar de los avances de nuestro tiempo; hoy se reviste de populismo, ya sea en Estados Unidos, Bielorrusia o Venezuela. El discurso se parece, los líderes se aclaman a sí mismos, desconfían de las instituciones e inventan enemigos que amenazan la vida colectiva. La solución no siempre viene de las revoluciones sino de circunstancias imprevistas. La pandemia exhibió la incompetencia del trumpismo si es que existe tal doctrina basada en la negación de los hechos.

 

En resumen, la democracia no puede depender de los ánimos caprichosos de gobernantes autoritarios. En Estados Unidos, en Europa y en América Latina, apostar todo a la capacidad de una persona es un error que se paga caro. La defensa de la democracia es la defensa de un régimen político balanceado, en el que los contrapesos no solo son un principio jurídico sino una realidad práctica, que actúa para defender el interés público. Bobbio escribió que “el pensamiento político griego nos legó una célebre tipología de las formas de gobierno de las cuales una es la democracia, definida como el gobierno de muchos, de la mayoría o de los pobres; a pesar de lo que se diga, del paso de los siglos y todas las situaciones que hayan tenido lugar en cuanto a la diferencia de la democracia de los antiguos frente a la de los modernos, el sentido descriptivo general del término no ha cambiado”. El gran reto de los gobiernos democráticos es cerrar las brechas de desigualdad, construir sociedades sin extremos de pobreza y riqueza. Esto no sucede bajo gobiernos populistas, que ofrecen soluciones mágicas comprometiendo el futuro de millones. Volver a los clásicos es indispensable en nuestro tiempo si queremos defender la democracia ante cualquier degradación posible.

 

 @pacoangelm