Después de las elecciones: Horacio Corro Espinosa

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Después de las elecciones realizadas, todo volvió a la normalidad. No sé si se hayan dado cuenta, pero nuestros oídos descansan después de tanto ruido, tantos anuncios en audio, tantas agresiones entre candidatos, y tanta impertinencia a lo largo de 60 días y durante las 24 horas.

Durante dos meses todos los candidatos declaraban que la victoria estaba con ellos; pero el domingo electoral, mucho antes de que se cumpliera el tiempo para conocer los resultados, muchos candidatos ya estaban declarando su derrota. Los días siguientes al domingo electoral, las noticias fueron confirmando los resultados y subrayando las diferencias frente a la segunda o tercera fuerza. En municipios donde el número de votos entre contrincantes era bastante cercano, hubo pleitos y hasta balazos.

Pocos fueron los partidos que expresaron inconformidad, y pocos también, invocaron al fraude. Pero como siempre, los de Morena, empezando con el escandaloso diputado Noroña, utilizó la tribuna para burlarse de todos.

Después de recibir en la mano, la constancia como el virtual ganador, a éste, se le llenan de personas los pasillos, corredores y patios de su casa particular o de oficina, porque el diputado, o presidente municipal, se ha convertido en altar de peticiones.

Allí están los que dejaron sus dos o tres velas encendidas por si las moscas, y también los que apoyaron o se opusieron al mismo candidato. La actuación de todos es como si no hubiera pasado nada. Su actitud es como la vida de los japoneses: se dice que tanto se parecen entre sí o que se confunden entre sí, que las esposas aburridas pueden tomar del brazo al primero que se cruce en su camino y nadie se percata de la situación, así que no ha pasado nada.

Así como muchos de los que andan tras el recién elegido: se confunden entre el resto de perseguidores para conseguir un hueso.

Para el elegido, cualquier espacio donde esté, es insuficiente, pues a su alrededor parece cofradía: montón de gente espera con tal de conseguir la concesión, la indulgencia, o proponer la transa.

A los que nadie se imaginaba encontrar, allí están tan gallardos, tan rectos, tan dignos, hombres de negocios, contratistas, funcionarios, representantes de organizaciones, y una que otra dama experta en pesca de altura y casa de piezas mayores.

El coronado recibe a sus visitantes, y de todos escucha favores y juramentos apasionados. Acepta abrazos, a pesar de la pandemia, pero evita hacer compromisos, y algunos se retiran frustrados.

Allí están los que no tienen ojos para nadie, más que para el señalado. Se encuentran en posición de conejo, que es una actitud agazapada, que aunque le aseguran a todos, que están allí solo para saludar al amigo, pero le insinúan, le sugieren, sustituyendo con los ojos lo que, según ellos, no le pueden decir con la boca. Piensan que de esa manera obtienen el victorioso crédito de inteligencia y de buen oficio político.

Los elegidos, en medio de todas esas tentaciones, dicen que quieren cambiar, y siguen prometiendo que lo van a hacer. Veremos si de veras les alcanzan los 1095 días que van a estar en el poder.

 

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