AMLO y Alfaro: Moisés Molina

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La polarización ha acelerado y exacerbado los tiempos electorales.

En medio de la urgencia por preservar la salud y la vida en esta pandemia, muchas y muchos quieren y piden que el Presidente se vaya.

 

La política electoral se posiciona, entre la clase política, por encima de lo urgente y arrastra con su inercia polarizadora a buena parte de los ciudadanos, especialmente aquellos que participan de la discusión pública a través de las redes sociales.

 

En lo personal considero un despropósito la exigencia de que el Presidente se vaya ya.

También considero poco seria la propuesta del mismo Presidente de revocación de mandato para 2022.

 

Juárez dijo: “Los hombres no son nada, los principios lo son todo”. Y el principio más grande que tenemos para la vida institucional de México es la Constitución.

 

El Presidente fue electo por seis años y desde el primer día ese periodo de tiempo debió ser su horizonte.

 

SI no ¿para qué la plataforma electoral? ¿para qué el Plan Nacional de Desarrollo?

 

Cuando un candidato se postula para Presidente de México se prepara para -en caso de ganar- darle rumbo al país por seis años. Ni más ni menos.

 

Pero parece que nuestro Presidente vive en la inmediatez y le hemos seguido el juego.

 

Hace de cada mañanera una micro campaña para ganarse el refrendo, la permanencia en la más alta magistratura del país.

 

Por eso polariza.

 

Si tan solo se tomara la molestia, en una mañanera, de explicarnos en una línea del tiempo cuál es el curso de su cuarta transformación paso por paso, las cosas resultarían más sencillas.

 

No habría sorpresas ni sorprendidos. Y al menos tendríamos la certeza de que hay un plan, un programa, un proyecto, un proceso de transformación de la vida pública de México explicado punto por punto y decisión por decisión.

 

En lugar de ello el Presidente parsimoniosamente improvisa, justifica, bromea y arremete.

 

Yo no dudo y considero loable que quiera pasar a la historia de México como un buen Presidente. Pero difícilmente lo logrará solo.

 

Todas y todos tenemos el derecho de participar en la construcción de México y por ello el Presidente debe socializar sus decisiones.

 

Gobernar no es dictar y ser gobernado no es tomar dictado. Menos en estos tiempo donde el poder ya no se ejerce con la holgura y la discrecionalidad de antes.

 

Gracias a ese obstinado estilo personal de gobernar el Presidente ha abierto, de par en par, las puertas a quienes lo odian.

 

Quienes hoy comandan la ofensiva no son demócratas ni patriotas advenedizos. Son los que lo han odiado siempre y han perdido su privilegio y su orgullo más grande: impedir que López Obrador llegara a la Presidencia.

 

Hoy su cruzada es legítima a los ojos de muchos, porque así lo ha querido el Presidente. Ya lo dijo, ya lo pidió a todo México: “Que se definan. O están conmigo o están contra mí”.

 

En su lógica no cabe la posibilidad de una franja, cada vez más creciente de mexicanos que no están con él ni contra él.

 

Son millones de mexicanos que quieren concordia, que quieren trabajar en paz, estudiar en paz, usar las redes sociales en paz, sentarse a platicar en un café o a comer en un restaurante en paz. Mexicanas y mexicanos que saben que una elección no puede ser solo entre dos bandos, entre los buenos y los malos.

 

México es un país diverso y nadie merece ser estigmatizado en función de estar con Obrador, estar contra Obrador o -incluso- de tener otras preferencia política dentro de la escala de grises, entre el negro y el blanco.

 

Por eso me parece desafortunado el artificio de la candidatura adelantada del gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro. El jalisciense se ha prestado al juego del odio. Se ha convertido, al menos por hoy, en la némesis de AMLO.

 

Alfaro ha venido a complementar, al menos por ahora, esa dialéctica del odio que nos está sumiendo en una espiral de cada vez mas intolerancia.

 

Hoy AMLO y Alfaro representan esa parte de México ególatra que ve en cada adversario a un enemigo al que hay que destruir y no un adversario con el que hay que construir.

 

En 2018 votamos por aquel que nos prometió acabar con todo lo que ya no queríamos y hoy las cosas no pintan como todos quisiéramos.

 

Hoy los mexicanos contamos con un catálogo aumentado y corregido de todo lo que no queremos para nuestro país, pero a la hora de votar necesitaremos a candidatos que nos digan qué es lo que sí queremos para México y cómo lo vamos a conseguir.

 

México necesita unidad, concordia, solidaridad y empatía. Son valores imposibles de esperar en quienes se la van a pasar hasta que termine el sexenio queriéndose destruir mutuamente con el país a sus pies.