Tabú: Moisés MOLINA

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Sentí la urgencia de ir al diccionario en busca de la precisión en torno a un término que a pesar de su extraña raíz polinesia es cotidianamente utilizado entre nosotros. La Real Academia Española define “tabú” como la “condición de las personas, instituciones y cosas a las que no es lícito censurar o mencionar”.

En eso se ha convertido precisamente, para cada vez más personas, el magisterio oaxaqueño. Por una mala generalización, las decisiones de una élite – que ni siquiera da clases- son asociadas con la totalidad de los mentores oaxaqueños.

Es tal la pasión que despiertan los juicios en contra y a favor del magisterio, que cada día es más creciente el número de personas que optan por la auto represión. Limitan sus comentarios en torno al tema hasta hacerlos inexistentes. Son, en su gran mayoría, oaxaqueños que dudan respecto de los “medios de lucha” de la sección 22, que padecen las consecuencias del ausentismo escolar, de las marchas y de los plantones y hasta lamentan en lo profundo de su fuero interno “la imagen” que a causa de ello se ha construido de Oaxaca, en México y en el mundo; pero también dudan de las bondades de la reforma laboral-educativa que a resumidas cuentas se traduce en la duda respecto de nuestro gobierno.

Hace no muchos días platicaba con un lúcido nuevo amigo. En medio de la conversación que no tenía que ver, en absoluto, con Oaxaca ni con la sección 22, soltó un comentario como boxístico jab: “las relaciones humanas en este país se basan en la desconfianza”.

El mexicano y acaso más el oaxaqueño, desconfían de todo, por todo y de todos. Nuestras encuestas de cultura política y valores lo reflejan. El origen de nuestra desconfianza está en la duda y la duda tiene que ver con la ausencia de certezas.

Con el auge de la ya incuestionada y omnipresente globalización vinieron ríos de información con un agravante que incide en la gobernanza: la información masificada es en tiempo real. A la velocidad de la luz se pone al alcance de todos a través de la internet; y las redes sociales se han convertido en espacios que han ganado a los mismísimos parlamentos la puntualidad en el debate.

Ante lo inconmensurable de la información, pareciera que el ciudadano opta por no informarse y por lo más grave y peligroso: ideologizarse a la ligera, subsumiéndose bajo el manto protector de personajes que, como caudillos, encarnan la sistemática lucha contra el gobierno como símbolo de opresión y explotación –por un lado- y el deseo de progreso y desarrollo para México, por el otro. El mexicano elige con el corazón o con el hígado. Pareciera que elige lo más fácil, lo más cómodo, lo más irreflexivo. O se está, en el actual escenario, con Peña Nieto o se está contra Peña Nieto. Estar con López Obrador, implica estar contra el Presidente; Estar contra el Presidente implica estar contra el PRI. Entre estos polos se agota el debate político en México, un país profundamente irreflexivo.

Nicolas Berggruen y Nathan Gardels invitaron a Ernesto Zedillo a escribir unas líneas a manera de presentación para su pretencioso libro “Gobernanza Inteligente para el Siglo XXI”. Independientemente de su calidad de ex Presidente priista, Zedillo nos regala un secreto a voces: “Contar con ciudadanos y líderes políticos informados con debates serios y análisis rigurosos es una condición necesaria para lograr una adaptación más incluyente y menos conflictiva a un mundo con mayor integración e interdependencia económica y geopolítica”. Esa afirmación pasa por México y pasa por Oaxaca.

Nuestra realidad desafía la categorización tripartita que de la cultura política hicieron Almond y Verba; no pertenecemos ni a la parroquial, ni a la subordinada ni a la participativa. En México somos ciudadanos irresponsables, ausentes del debate porque somos prófugos de la razón. Todo empieza porque no nos gusta leer y nos entregamos complacientemente a las filas del homo videns. Nuestro bagaje de opiniones se reduce a lo que vemos en la TV o escuchamos en la radio en voz de comentaristas tendenciosos o irresponsables. En no pocas ocasiones, sobre todo en el ámbito de los estados, un ciego guía a otro ciego.

La protesta en México aunque pueda ser irracional en sus demandas concretas y particulares, tiene razón de ser. Esa razón es el descontento. La gente busca referentes como culpables. Esos referentes son por excelencia los integrantes de la clase política a nivel federal, en los estados o en los municipios. México es un país injusto, desigual, excluyente y así está en sus subdivisiones político-administrativas. Su clase política es, en su mayoría, mediocre; ha caído en una suerte de zona de confort. Cerrada como es, no admite relevos y por lo mismo, está prohibida la competencia. Estamos aún lejos de la meritocracia y desde hace un buen rato nos siguen “liderando” desde el gobierno (incluidas las cámaras) o lo partidos los mismos de siempre y no tienen para cuando irse.

México (y Oaxaca en México) no tiene la capacidad de pensar a largo plazo, todo es inmediatez. La inmediatez es la plaga principal de los ciudadanos. No estamos dispuestos a esperar, aunque inconscientemente sigamos esperando. Y con la indisposición a la espera viene la desesperanza. Vivimos en desconfianza permanente y malentendiendo la participación ciudadana.

¿Qué necesitamos? Leer, informarnos. Leer el contenido de la reforma educativa, antes de opinar y emitir un juicio o marchar; leer el contenido de la reforma energética antes de vociferar si PEMEX se está vendiendo o no; leer el contenido de la reforma hacendaria antes de asumir una postura.

Las posturas a priori son antidemocráticas y la causa eficiente de que el estado y el país estén infestados de tontos útiles, aquellos que escriben, hablan, marchan y/o se plantan sin saber a qué intereses realmente está obedeciendo en un país donde la campaña presidencial nunca termina.

El facebook y el twitter como inductores naturales del debate político de la juventud deben servir como espacio para ensayar estas reflexiones. Debemos comenzar por ponderar si quien emite un comentario da la cara, si su defensa la nutre de argumentos, si son solo ofensas (incluso personales) sus alegatos, si conoce el tema o es un inoculado más de la frustración, de los rencores pasados y de las llamadas por Felipe González, “utopías regresivas sin horizonte”. Si es así, no vale la pena atender. Por respuesta, invariablemente, siempre se recibirá una ofensa personal.

@MoisesMolina