¿Qué está pasando en Oaxaca?: Moisés MOLINA

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Camou definía a la gobernabilidad como el estado de equilibrio dinámico entre demandas sociales y capacidad de respuesta gubernamental.

Es triste amanecer en una entidad que no es la propia con noticias que se vuelven cíclicas. Nuevamente formas de violencia y de nueva cuenta, el que bien puede ser el mal de nuestro tiempo, el enemigo público número uno del ciudadano: la sección 22.

Resultarían inimaginables estas líneas hace 25 años. Cuando la guía amorosa de nuestros padres era suplida correspondidamente durante buena parte del día en las escuelas públicas, donde la inmensa mayoría de quienes integran mi generación, estudiamos.

El maestro era, dantescamente, nuestro “duca” y nuestro “signore”. Eran los profesores nuestros segundos padres y gozaban del incondicional apoyo de nuestros padres primeros.

Las reivindicaciones magisteriales existen desde que tengo uso de razón y lo màs que despertaban, según recuerdo era preocupación, cuando desembocaban en el exceso de interrumpir la càtedra.

Recuerdo hoy el año 87. El paro magisterial me llevó a la radio. Mi maestro Ricardo Hernàndez Aguilar redactó, a petición de mi siempre amorosa madre, un discurso que encontró en mi memoria suelo fértil y en los micrófonos de Don Ángel Espinoza Llaguno, un excelente vehículo. Llamaba a los maestros, a los miles en paro, pero en especial a los míos a regresar a las aulas. Algunas partes no se borran de mi mente: “Y que Cosijoeza y Juàrez, donde estén, sonrían al vernos volver a nuestras aulas con la esperanza febril de aprender cosas nuevas”. Era la exhortación final cargada de esperanza, un llamado a la sensatez que pareció atendido.

Siempre había lugar a la esperanza, al menos para los cercanos a mi y siempre la esperanza triunfaba.

¿En qué momento pasó el divorcio entre la ciudadanía y el magisterio?

¿Cuándo las diferencias se hicieron irreconciliables hasta el exceso del odio?

Es difícil pensar en una sociedad en contra de sus maestros. Yo a los míos los recuerdo con cariño y conozco al día de hoy ejemplos de dedicación y ciudadanos ejemplares cuando la “orden” de sus dirigentes no llega; Personas correctas y civilizadas, devenidas en Mr. Hyde, al llamado de su cúpula.

En apariencia el maestro no es dueño de sus actos, da la espalda a su libre albedrío y a su sentido común; o justifica ideológicamente el daño social y lo relativiza ante “males mayores” punibles al gobierno. Las marchas y los bloqueos son siempre justificados y el discurso, cualquier discurso, cabe en un solo argumento, devenido en entelequia: “la lucha”.

El maestro inicia el divorcio necesario. Al margen de gobiernos, piensa sólo en el gremio y en el bien común del grupo. Los ciudadanos no existen, tampoco los alumnos; sólo ellos. No importa que paren las clases, no interesa que miles de personas, sus semejantes, lleguen tarde o simplemente no lleguen a sus destinos, es minucia el que la actividad económica se deprima y que la esperanza nos abandone como sociedad a nuestra suerte.

Con consignas contradictorias o anacrónicas gritan a los cuatro vientos sus verdades; incontestables, incontrovertibles, definitivas.

Como ayer, el diálogo es fugaz. No hablan más de lo necesario, no escuchan demasiado tiempo. Cualesquiera que sean los acuerdos, hay que marchar, hay que bloquear, hay que recordarle al Estado que ellos son una categoría ciudadana aparte con todos los derechos, incluido el de ir por encima de los derechos de los demás; con privilegios, como el de cobrar sin trabajar; y con escasas obligaciones, sólo las que ellos mismos reconocen.

El cumplimiento de la ley se ha vuelto potestativo, opcional. Eficazmente han puesto al Estado a sus pies. La Teoría del Estado enseña que es este el que tiene el grado màs alto de la concentración de la coacción y lo tiene para si, monopolizado, pero la realidad ilustra que, para el caso oaxaqueño, el poder de un grupo de presión se opone e impone sobre el poder mismo del Estado y sus propios órganos de gobierno en voz de sus representantes lo reconocen.

Han logrado que la política se ponga por encima de la ley con la consecuencias que conocemos y sufrimos. No les importa. Màs allá de ello, lo festinan. ¿Qué muestran con todo ello? Una sola cosa: desprecio. ¿Y cuál es su consecuencia? Ingobernabilidad. La solución monetaria quedó, a fuerza de reiteraciones, superada. Hoy lo que se persigue es poder, mantenerlo y acrecentarlo, en medio de una sociedad que ya ni siquiera busca reconciliación, sólo respeto. A la ciudadanía la abandonaron sus maestros y hoy, le abandona su gobierno, principal obligado a consecuír eso que la propia Teoría del Estado llama el Bien Público Temporal, el bien común colectivo, público.

Los embajadores de Oaxaca ya no son hoy, Juàrez, ni Magón, ni Díaz; ya no se piensa en folclor, ni gastronomía. Hoy lo constaté, Oaxaca es sinónimo de conflicto. Y pude sentir, como pocas veces, la tristeza, màs allá de la vergüenza.

No es lo normal, ni lo bueno que la aplicación de la ley ceda su lugar al arte de la política. Entrecomilla Silva Herzog Márquez en uno de sus últimos textos “La política es el único arte que, a diferencia de todas las demás, ha producido monstruos”.

Lo twiteé hace unas horas bajo el último mandamiento de Couture para los abogados: en Oaxaca se ha perdido la fe en La paz como sustitutivo bondadoso de la justicia, en la justicia como destinó normal del derecho y en el derecho como el mejor instrumento para la convivencia humana, lo que en el fondo se traduce en la derrota de la libertad, sin la cual no hay derecho, ni justicia, ni paz

Twitter @MoisesMolina