Mis reflexiones (1era parte): Mario Arturo Mendoza Flores

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Desde pequeño, mis padres me fueron enseñando hábitos, valores y principios más con su ejemplo que con sus palabras. Ambos distintos en formación, pero idénticos en proyectos y en ilusiones. Mi Madre, de las primeras egresadas de la carrera de Farmacéutica del Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca; mi padre un obrero esforzado que apenas alcanzó el grado de bachiller, pero con una gran sabiduría adquirida a lo largo de su vida, misma que hasta hoy afortunadamente me comparte. Con ellos aprendí lo que es ser tolerante y buscar el punto medio donde todos salieran ganando y cómo no, si mi Madre tenía ideas marcadamente capitalistas, mientras mi Padre las tiene todavía progresistas. Escucharlos dar sus puntos de vista sobre tal o cual aspecto era toda una delicia, aprendí así que quien tiene más y mejores argumentos es quien logra imponer su razonamiento. Quizá por eso, antes de tomar una decisión, me enseñaron a poner los pros y los contras “en una báscula” decía mi Madre, –al fin Farmacéutica– para ver qué aspectos pesaban más; recuerdo que nos decía que una vez tomada una decisión, ya no había reversa, que por eso había que analizarla muy bien. Eso sin duda me ha ayudado mucho a lo largo de mi vida.

 

Aún recuerdo que mi padre salía todos los días de lunes a sábado a las 6 de la mañana, pues su ingreso al trabajo a la embotelladora de los “Barrilitos O-key” era a las 7. El condujo hasta el día de su jubilación un camión repartidor, lo que me llena de orgullo, pues a través de su trabajo honesto y responsable, se ganó la confianza no sólo de sus patrones, la familia Gutiérrez Ruiz, sino también de sus compañeros de quienes llegó a ser su dirigente sindical e incluso llegó a ser suplente de un diputado estatal merced a su compromiso con la clase obrera. Con orgullo mi Padre me decía que en esta vida más valía tener un buen amigo que dinero en la bolsa, pues siendo así se podrían encontrar muchas soluciones a los problemas. Fue así como aprendí el significado de la amistad, que tiene un valor incuantificable y que exige un compromiso ineludible. Familia y amigos están en lo más alto de mis valores, quien me conoce sabe que podré ser malo en todo, pero nunca seré un mal amigo. Claro que no siempre se tiene la reciprocidad con quien uno considera amigo, pero también me enseñaron a que ese no es problema de quien ofrece desinteresadamente su amistad, sino de quien no la sabe valorar y aquilatar. También de ellos se aprende.

Ya como padre de Familia, entiendo perfectamente las palabras de mis Padres, quienes siempre nos decían que las únicas herencias que nos dejarían eran una buena educación y la satisfacción de poder andar con la cara en alto por las calles pues no tendríamos nada de que avergonzarnos. Ya saben mis hijos que esa misma herencia se les dejará a ellos. Así fui forjando mi carácter. Sabedor del esfuerzo que hacían mis padres por enviarme a estudiar a la UNAM, me comprometí en mis estudios. Estando apenas en quinto semestre de la carrera gané un concurso que me permitió acceder a un Diplomado en “Aceleración de Carrera Interna” otorgado por BANAMEX, sin falsa modestia recuerdo que gané el primer lugar en dicho Diplomado de entre 80 becarios, lo que me permitió ingresar a la alta dirección de esa institución bancaria, siendo de los ejecutivos más jóvenes en su momento. Permanecí por más de 12 años ahí, tocándome la nacionalización y posteriormente la privatización de la banca. Quizá algunos todavía me recuerden atendiéndolos en el Centro Financiero de la Colonia Reforma. De ahí Juan José Gutiérrez Chapa me dio la oportunidad de incorporarme a la Unión de Crédito Comercial e Industrial de Oaxaca, donde permanecí por más de 5 años y en donde aprendí que al que trabaja hay que apoyarlo pues es esa la forma idónea de progresar. Estando ahí recibo la invitación de mi entrañable amigo Alberto Esteva –mi hermano—quien me pide administrar una de sus empresas, no pude negarme a ello. Estando ahí, el propio Beto Esteva me comunica que conjuntamente con don Jesús Martínez Álvarez se estaba constituyendo un nuevo partido político y que me solicitaba hacerme cargo de la tesorería, sólo que de forma honoraria, pues no había salario. Ya para ese entonces –1990– tenía dos años de escribir este artículo y era tan crítico como lo soy ahora, por lo que mi respuesta era que no creía en los partidos, a lo que Beto Esteva me respondió: “lo mismo que tanto demandas en tus escritos, lo podrás hacer, sólo que ahora desde dentro de un instituto político”, le dije que lo iba a analizar y le daría mi respuesta. Algunos no lo recuerdan, o no lo quieren recordar, en Convergencia fui 7 años tesorero, 3 años su secretario general y dos años su Presidente Interino, o sea que mi respuesta fue un sí comprometido a lo que hoy llaman Movimiento Ciudadano.

Durante esos 12 años fuimos acosados y amenazados por el poder en turno, pero nunca fui víctima de una agresión o de un atentado, como si lo fui cuando ya la Coalición que impulsé siendo dirigente de Convergencia estaba en el poder. Cosas de la vida dijera doña Silvia Pinal. Por seguridad mía y de mi Familia, me alejé de toda actividad partidista, hasta que el ver lo que estaba sucediendo con el que consideraba mi partido, me motivó a intentar contribuir a su reordenamiento, sólo que ya era demasiado tarde, pues ya otros intereses movían a quienes habían tomado sus hilos conductores. Fue en ese preciso momento donde confirmé lo sostenido por un Maestro de la Facultad: “en política lo que se hizo ayer, no sirve para lo que se hará mañana”. Yo no me salí de mi partido, a mí me hicieron a un lado y por eso tomé la decisión de mejor renunciar a él, a pesar del gran respeto que le tengo…(continuará)

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