La economía del des-conocimiento: Isaac Leobardo Sánchez Juárez*

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Imagino que ya se habrán dado cuenta que en las últimas semanas los diferentes medios de comunicación nos han bombardeado con basura, por un lado el “Gordillazo”, por otro el “conclave”, por otro la muerte del dictador bananero Hugo Chávez, en fin, puras distracciones, que nos alejan de la discusión de los problemas de fondo, de asuntos que realmente son de interés para los mexicanos. No ocuparé este espacio para opinar de estos temas, abordados prolijamente por diferentes comentócratas. Prefiero escribir acerca de un tema que aunque quizás menos espectacular es de mayor relevancia: El esfuerzo innovador y la economía del conocimiento en México.

La mayor parte de la información que presento la he tomado de un documento realizado por la Cepal en 2008, denominado: “Espacios iberoamericanos, la economía del conocimiento” y de aquí el título de mi participación que intenta provocarle, ya que como expondré enseguida, es más la ignorancia que el conocimiento lo que caracteriza a nuestro país, de ahí que la mayoría estén tan felices con la des-información que presenta los medios de comunicación convencionales, particularmente la televisión abierta, que trabaja a diario para mantenernos en un estado de total enajenación y embrutecimiento.

Primero quiero señalar, que entre los especialistas en desarrollo existe consenso de que el conocimiento y su transformación en innovaciones es el motor del progreso; en la medida en que se construyen ideas y existe disposición a aplicar los nuevos conocimientos a la mejora de los procesos y los productos la sociedad transita hacia un mejor nivel de vida, siempre y cuando el conocimiento se genere de forma endógena, ya que cuando sólo se importa sus efectos terminan siendo más bien ambiguos.

Conocimiento, innovación y progreso tecnológico van de la mano y son posibles en una región si se cuenta con una sólida base de recursos humanos altamente calificados, un grupo crítico capaz de desafiar los paradigmas tecno-productivos e ideológicos imperantes. Además, se requiere de infraestructura, particularmente universidades y centros de investigación que respondan a las necesidades intelectuales y productivas; de la interrelación entre sector privado y sector público; de recursos financieros dirigidos a iniciativas que en muchas ocasiones no terminan generando beneficios, ya que el proceso de innovación depende mucho del azar y la buena fortuna, tanto como del compromiso, la dedicación y el talento.

Uno de los primeros indicadores del esfuerzo realizado para la consolidación de una economía del conocimiento es el porcentaje que se gasta en investigación y desarrollo, en promedio, en los últimos diez años, hemos invertido entre el 0.5% y el 1% de nuestro PIB, cantidad que resulta insuficiente y que explica las constantes quejas de ingenieros y científicos mexicanos en relación a sus múltiples carencias. Es importante destacar que hace veinte o treinta años el gasto en este renglón era todavía más insignificante, por abajo del 0.4% del PIB, con lo que se ha mejorado, pero a un ritmo tremendamente lento. Por cierto, en el caso mexicano un 55.29% del gasto en investigación y desarrollo lo hace el gobierno, un 35% el sector privado y el resto universidades, entes privados sin fines de lucro y organismos extranjeros.

Cómo podrá anticipar, el diagnóstico rápido es que estamos algo rezagados, para lo que no se necesitan cifras, ni grandes estudios, simplemente ver nuestra realidad. La tecnología de punta que usamos, en su mayoría, es importada, tenemos pocos productos o procesos creados en México de los cuales sentirnos orgullosos. De hecho, en el año 2010, los residentes mexicanos solicitaron 951 patentes, mientras que en ese mismo año en los EE.UU. fueron solicitadas 241,977 patentes, en China 293,066, esto ilustra bien nuestro problema.

Otro indicador de nuestra pobreza en materia de generación de conocimiento es el número de artículos de investigación científica publicados, resulta que en 2009, México aportó 4,128 artículos, mientras que los EE.UU. 208,601, Alemania 45,003 y China 74,019. ¿A qué se debe esto? La respuesta es sencilla, tenemos un sistema educativo francamente deteriorado, bastante mediocre o algo más abajo que eso. No puede existir progreso tecnológico sin recursos humanos calificados, éstos son la base de cualquier política de innovación –lo que nos recuerda la necesidad de cambios estructurales en el sistema educativo y no una “reforma” en la que los diferentes actores lejos de resolver el problema parece que forman parte de una gran representación teatral con tintes tragicómicos.

De acuerdo con la literatura científica, es preciso formar una base adecuada de profesionistas, después invertir en ellos para que se conviertan en científicos, ingenieros y humanistas, ya que a medida que se incrementa su número y cantidad lo hace el ingreso per cápita nacional. En todos los campos es necesario crear una masa crítica de investigadores, actualmente México tiene menos de un investigador por cada mil habitantes, mientras que en los EE.UU. cuentan con más de nueve por cada mil, incluso en Argentina disponen de dos por cada mil. Este es otro renglón que es urgente atender si queremos dejar atrás la ignorancia y la dependencia.

Como en muchos otros ámbitos, nuestro país tiene desventaja, pero quiero dejar en claro que soy optimista y reconozco que hemos avanzado, lo que irrita es el ritmo de los cambios, la parsimonia. Se requiere acelerar el paso, lo que sin duda es posible según hemos visto en la experiencia de otros países. Específicamente China, en 1992 sus exportaciones de productos de alta tecnología eran 6% del total, mientras que en el 2010 eran del 28%. De hecho ha logrado crecer desde 1982 a un ritmo promedio anual de 9%  -sin que esto signifique que haya alcanzado el desarrollo económico.

En la agenda para terminar con el reino de la economía del des-conocimiento (ignorancia-dependencia), se requiere trabajar en la formación de recursos humanos de excelencia; invertir más en investigación y desarrollo; generar capacidades en nuevos paradigmas tecnológicos como las tecnologías de la información y de las comunicaciones, la biotecnología y la nanotecnología; fortalecer la capacidad institucional en materia de diseño, implementación y evaluación de las políticas; así como generar espacios de cooperación con otros países, particularmente desarrollados, en los ámbitos científico, tecnológico y de innovación.

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* Profesor en economía de la UACJ, Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI)