“Fake news”, pandemia y comunicación política: Francisco Ángel Maldonado Martínez

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En una era de predominancia de los medios digitales de información, el término “fake news” se ha convertido en moneda de uso corriente en la discusión pública. Se alude a él con tanta frecuencia que la frontera entre lo verdadero y lo falso cada vez es más porosa. A menudo no sabemos dónde acaba lo primero y dónde empieza lo segundo. Hay una alteración adicional que considerar: la imagen como resumen de pensamiento. Mientras aún en los noventa era usual leer diarios y revistas impresos y meditar en los textos por horas, hoy basta con entrar a Twitter para enterarnos de las noticias y ver los análisis en tiempo real, o en un resumen de dos minutos que reduce la realidad a la imagen y el video. Nuestra era impone la ardua labor de descubrir la verdad más allá de lo aparente.

 

Para el académico Carlos Salas, la primera “fake news” de nuestra historia reciente no se remonta a la aparición de la radio o la televisión, se remonta a una publicación del diario neoyorquino “The Sun” que en 1835 informaba de seres que habitaban la Luna. En su opinión, esta noticia causó enorme impacto en los Estados Unidos gracias a tres factores: la aparición de las prensas de alta capacidad; la caída del precio de los periódicos, y la llegada de los nuevos medios de transporte que superaban la velocidad de los caballos por primera vez en la historia, o sea los trenes y los barcos de vapor. El avance tecnológico permitía que una noticia sensacionalista que anteriormente permanecería solo como un rumor en las calles de Nueva York se convirtiera en una noticia esparcida por todo el país y probablemente en otros países. La gran escala de la información había llegado para quedarse.

 

Hace un mes, Facebook retiró una publicación de la cuenta del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, por violar las normas de la compañía sobre desinformación relativa al coronavirus. Se trata de un fragmento de una entrevista de Trump con su medio de comunicación favorito: Fox News, en el que el mandatario decía que los niños son “casi inmunes” al Covid-19. El argumento de la plataforma fue enunciado de la siguiente forma: “Este video incluye afirmaciones falsas de que un grupo es inmune a Covid-19, lo que es una violación de nuestras políticas sobre desinformación dañina”. Aunque no tuvo el suficiente impacto mediático, este hecho representa un hito en la historia de la comunicación política. En la era digital, la red social creada por Mark Zuckerberg en 2004 es capaz de censurar la publicación del mandatario del que hasta hace poco era el país más poderoso del mundo, lugar que hoy le disputan China y Rusia.

 

No solo fue Facebook. La otra gran red social, Twitter, también censuró las declaraciones de Trump. De hecho, congeló una cuenta de su campaña por la reelección hasta que se retirara un tweet con el mismo video, en los términos de la misma violación de normas para informar. Es interesante este giro en la contención de una “fake news” al recordar que en el momento de mayor incertidumbre respecto al virus Trump llegó a decir en una conferencia de prensa que probablemente el líquido desinfectante podría inyectarse en los pacientes infectados al comprobarse su eficacia sobre las superficies. Un disparate que alerta sobre los peligros del discurso político en manos de un dirigente populista.

 

El posicionamiento del término “fake news” obedece a varias razones. Una de las más importantes es el uso desmedido que se hizo de este tipo de noticias en las elecciones presidenciales estadounidenses hace cuatro años. En 2016, la contienda se basó en las descalificaciones entre Hillary Clinton y Donald Trump. A este último por cierto se le asoció reiteradamente con el presidente ruso Vladimir Putin, y se acusó que de distintos modos recibió apoyó desde Moscú para alcanzar la Casa Blanca; por supuesto, él reaccionó acusando una campaña basada en noticias falsas por parte de su contendiente. El término le sirvió para descalificar a las principales cadenas televisivas de su país y a hacer de su cuenta de Twitter un canal de la polémica.

 

Los expertos que realizan el diccionario Collins de habla inglesa eligen cada noviembre la palabra del año considerando una base de más de cuatro mil palabras y atendiendo a los usos actuales del idioma y cómo está cambiando. Recordemos que un idioma es la visión cultural de una nación, mientras que el inglés se ha convertido en el latín de nuestro tiempo, por lo que el uso desmedido de una palabra en este idioma dice mucho respecto a la situación presente y futura de la humanidad. Así, en 2017 el diccionario Collins aceptó en su tesauro el concepto de “fake news” y lo definió en estos términos: “información falsa, a menudo sensacional, difundida bajo el disfraz de la información de noticias”. Por primera vez un referente serio consignó que las noticias no implican, de parte de quien las genera, veracidad. Un reflejo de la superabundancia de información y el flujo desmedido con el que la consumimos, lo que no supone desde luego calidad.

 

En este contexto, hace unos días Facebook informó que ha implementado una serie de cambios para minimizar la información falsa de cara a las elecciones estadounidenses del próximo 3 de noviembre, por lo que prohibirá anuncios políticos en la semana previa al voto. En concreto, a la exitosa empresa le preocupan las publicaciones que intenten disuadir a la gente de sufragar. En un escenario de alto riesgo, al ser Estados Unidos el país que concentra el mayor número de contagios y decesos a causa de la pandemia, es probable que haya alto abstencionismo. Facebook afirmó que los mensajes que transmiten desinformación sobre el Covid-19 y la votación serán retirados o etiquetados con una advertencia. Además, después de los comicios, todas las publicaciones de candidatos y campañas que proclamen prematuramente su victoria incluirán enlaces a los resultados oficiales. Mark Zuckerberg lo resumió en una frase: “Esta elección no será como las demás. Todos tenemos la responsabilidad de proteger nuestra democracia”.

 

No se trata solo de prevenir la desinformación a través de plataformas que finalmente tienen su estatuto como empresas privadas. También estamos ante un hecho inédito en la lucha por el poder, que ahora pasa por una regulación de las campañas a cargo de un actor privado con gran influencia debido al alcance de su plataforma. Si entrar a Facebook es participar de una realidad virtual que se ha vuelto tan importante como la vida real en términos de interacción y tiempo, ¿qué podemos esperar del futuro? Mientras celebramos que las “fake news” sean borradas del mapa político, no podemos celebrar que la legitimidad democrática quede en manos de particulares. No olvidemos que el poder siempre será deseable, también para quienes administran nuestra información, preferencias y ubicaciones. En otras palabras, hoy lo verdadero y lo falso se mezclan en la misma tómbola.

 

@pacoangelm