El nuevo Primer Ministro británico y el peligro de los nacionalismos: Francisco Ángel Maldonado Martínez*

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Alexander Boris de Pfeffel Johnson se convirtió hace unos días en el nuevo Primer Ministro del Reino Unido, en sustitución de Theresa May.Este polémico político conocido simplemente como BorisJohnson fue el artífice de la campaña pro Brexit que promovió el en un referéndum en el cual la mayoría de votantes británicos decidió que era mejor idea dejar de pertenecer a la Unión Europea.

Johnson fue investido por la Reina Isabel II en el Palacio de Buckingham, en Londres. Posteriormente, se dirigió a su nueva residencia oficial, el famoso número 10 de Downing Street, para pronunciar un discurso inaugural y empezar a designar su gabinete de ministros, toda vez que Reino Unido es una monarquía parlamentaria. Johnson es el decimocuarto Primer Ministro que gobierna el Reino Unido bajo el reinado de Isabel II, de 93 años, que comenzó a reinar en 1952, cuando era Primer Ministro el también conservador Winston Churchill, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. Su ascenso se debe a que su antecesoraTheresa May fracasó en la gestión del Brexit, pues el Parlamento rechazó hasta tres veces el acuerdo que negoció con la Unión Europea.

Entre los antecedentes de Johnson, quien fue educado en el internado Eton College y en la Universidad de Oxford, se encuentra su carrera como periodista político que inició a finales de los ochenta en The Times, periódico del que fue despedido luego de falsificar una cita. Johnson fue corresponsal en Bruselas para The Daily Telegrap, y en esta ciudad belga que es sede de la Unión Europea, se dedicó a crear para el lector británico un ambiente de escepticismo en torno al propósito y objetivos de este organismo internacional. Max Hastings, historiador que fue jefe de Johnson en Daily Telegraphlo ha calificado como “hombre de grandes atributos pero marcado por una ausencia de conciencia, de principios o escrúpulos”.

Su carrera incluye su paso como editor del diario The Spectatorhasta 2005. Fue alcalde de Londres entre 2008 y 2016, por lo que es presumible que haya jugado a su favor la organización de las olimpiadas de Londres 2012; y regresó a la Cámara de los Comunes hace tres años cuando May lo designó ministro de Relaciones Exteriores, cargo al que renunció a mediados de 2018 por oponerse a los planes de su jefa de negociar una salida suave de Reino Unido de la Unión Europea.

Su ascenso político, aunque pertenece al Partido Conservador, muestra a un outsider, alguien que busca transformar el sistema político por mecanismos no tradicionales. Y es probable que la rigidez institucional del Reino Unido lo haya obligado a explotar su imagen excéntrica en vez de formar posicionamientos políticos claros acerca del futuro de su Estado que se ha enfrascado en una crisis política a raíz del referéndum del 23 de junio de 2016.

Hay analistas que ven muchas similitudes entre el nuevo jefe de gobierno británico y el presidente de los Estados Unidos Donald Trump, aunque el propio Johnson declaró alguna vez que la única razón por la que no iría a Nueva York sería para no encontrárselo en alguna esquina. Lo cierto es que ambos personajes son polémicos y gobiernan dos de las principales potencias globales, con derecho de voto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y dos referentes de la democracia moderna. Sin embargo, la cuestión sigue siendo, ¿por qué elegir gobernantes extremistas en vez de estadistas moderados?, ¿por qué preferir las soluciones mágicas sin ver que detrás de cada decisión de gobierno hay restricciones y costos difíciles de calcular?, ¿por qué apostar por el populismo en vez de valorar la técnica y el conocimiento experto en el gobierno?

A corto plazo el panorama no es prometedor. La principal promesa del nuevo Primer Ministro de 55 años es que el Reino Unido dejará la Unión Europea antes de la fecha prevista del 31 de octubre próximo con o sin un acuerdo comercial que beneficie a ambas partes y que no pudo lograr su antecesora May. Johnson deberá convencer que los argumentos esgrimidos desde hace tres años y en realidad desde mucho antes son válidos a pesar de sus obvias debilidades, como que ser un Estado miembro de la Unión Europea minaba la soberanía británica, y que salir de ella implicaba mayor control sobre la inmigración; que mejora la posición británica para negociar acuerdos comerciales; y que permite la liberación de la regulación y burocracia comunitarias. Todo esto suena muy bien para los alarmistas en tiempos de campaña, pero es muy difícil de justificar como política pública una vez que se es gobierno.

Los nacionalismos están resurgiendo en todo el mundo. Políticos como Johnson demuestran que hay un gran número de personas que cree genuinamente que es mejor idea no formar parte de organismos internacionales, ni participar en temas de una agenda global que cierre brechas de desigualdad y asegure un mundo sostenible. Lo exterior se mira con recelo porque en vez de encontrar un ambiente amigable y la posibilidad de lograr acuerdos, se anteponen las amenazas de relacionarse con otras naciones, culturas y pueblos. Si bien el Reino Unido es una potencia mundial en muchos aspectos, sigue siendo incomprensible que la mayoría de sus ciudadanos decidieran abandonar un organismo que fue creado para mantener la paz y la cooperación de largo plazo en un continente que ha sido el motor de la humanidad.

 

*Director General del ICAPET