El 9 todo se mueve: Moisés Molina

Print Friendly, PDF & Email

Escribo en función de lo que pienso y lo que creo.

 

Para mí no existe un feminismo. Ni siquiera un concepto unívocamente válido de feminismo.

 

Cada quien lo entiende como quiere porque cada quien tiene la libertad de darle a la idea, el contenido, la relevancia y la significación que quiera darle con la información que tenga a la mano y de acuerdo a su tabla de valores personales.

 

Hay para quienes el feminismo es una escuela filosófica; hay quienes lo consideran una corriente de pensamiento. Hay quienes lo consideran un movimiento, una bandera, una causa, un estilo de vida y no se cuántas cosas más.

 

Tiene sus partidarios y sus detractores en diferentes grados y con distintos métodos para expresarse y hacerse leer, escuchar y ver.

 

El feminismo es polémico al punto que muchas y muchos tienen miedo de emitir una opinión personal al respecto. Incluso los hay quienes evitan pensar en ello. Existen personas dentro de nuestros círculos sociales para quienes el feminismo como tema solo trae la discordia y por ello le rehúyen. No opinan, no retroalimentan, eliminan cualquier vestigio de sus redes sociales y le dejan el asunto a “los demás”. Es posible la vida sin feminismo, incluso más llevadera, piensan.

 

Ello puede ser comprensible y, en algunos casos hasta justificable.

 

Pero fuera de todo “ismo” algo a lo que no se puede ser indiferente y respecto de lo cual se tiene obligadamente que tomar una posición es al hecho de que si se reparten las injusticias del mundo, la mayoría le tocarían innegablemente a la mujer.

 

Hoy la mujer es un poco más sujeto que antes y cada vez menos objeto. Y esto es así gracias a todo eso que muchas y muchos tanto detestan.

 

A costa de nuestro patrimonio edificado, merced a pintar consignas en los muros, a destruir el mobiliario urbano, a causar destrozos en la propiedad de otros, a pérdidas para los empresarios y a variados despliegues de violencia verbal y física es que las mujeres han posicionado su angustia que se vuelve rabia ante la indolencia y la insensibilidad de muchos hombres y de las mismas mujeres, de artistas, empresarios, políticos intelectuales, periodistas y hombres de fe.

 

¿Qué hay que hacer para que las mujeres dejen de ser agredidas, violentadas, abusadas y asesinadas por su sola condición de mujeres?

 

¿Cómo impedimos que nazca el asesino que vive dentro de muchos hombres y cómo detenemos al que vive y actúa dentro de quienes ya están entre nosotros?

 

La visibilización es la fase urgente de la estrategia. La protesta visibiliza no solo la consecuencia, sino la causa.

 

Cuando la gente voltea la cara y se pregunta ¿cómo hacemos que todo esto pare?

 

Y cuando empieza a encontrar la respuesta en acciones concretas como la educación de los hijos, la denuncia, la protección, la orientación y el cuidado en las escuelas, el recto proceder de jueces, magistrados y ministros, ese extra que deben poner las y los policías en su trabajo y -sobre todo- el redimensionamiento de los límites que nos ponemos a nosotros mismos y a los demás, es que la estrategia va bien.

 

Si queremos desesperadamente que las mujeres dejen de pintarrajear nuestros monumentos, destruir nuestros negocios, gritar contra el Presidente y todos los políticos; si queremos que las mujeres no hagan “perder” al capital algo que el capital aún no ha ganado quedándose un día en casa, busquemos con la misma desesperación y cada quien, con lo que esté en sus manos, que las causas de ese malestar desaparezcan: que dejen de agredir, abusar, lastimar y matar mujeres.

 

Que llegue el día en que cuando toquen a una no toquen a todas, sino a todos.