De cargachamarras a cargachamarras: Antonio Limón

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antoniolimon-artEl “Cambio” como idea se encuentra profundamente arraigada en la modernidad. La moda vive del cambio y los colores favoritos que pueden ser pastel este año, al siguiente pueden ser substituidos por los brillantes; En el mundo de la economía todo cambia a diario, las monedas se devalúan, incluso surgen nuevas enfermedades y los gustos literarios también cambian, algunos escritores muy admirados hace pocos años, ahora sufren del peor mal de la literatura, el olvido provocado por el cambio de gusto, de sensibilidad o de temática; La publicidad vive de nuestra desmemoria y por ende del cambio; El cine tiene que reinventarse cada pocos años y hasta la Iglesia Católica cambia. En todo lo importante y en lo superficial, el cambio reina. El cambio se encuentra en el corazón de todo lo productivo y lo creativo, en el ocio, en el trabajo y hasta en lo que imaginamos o soñamos. 

Heráclito de Efeso, observando la naturaleza de las cosas allá por el año 500 antes de Cristo, comprendió que todo estaba en  constante cambio, que nada estaba estático, sino que cada uno de los seres vivos y las cosas estaban en constante cambio. Una de sus frases más recordadas, lo prueba “En los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]”. De esa aguda observación surgió la del contrario de cada cosa, del yo que soy pero que en ese mismo momento estoy cambiando.

Platón seguramente escuchó las ideas de Heráclito, y quedó atrapado en su genio, como lo demuestra que el noble ateniense elaboró la “Dialéctica”, que parte de que a cada idea o concepto se le opone otro, del mismo tipo pero de sentido opuesto y de este enfrentamiento surge a cambio, una nueva idea, a la cual se le debe oponer otra también del mismo tipo pero de sentido contrario, y así surgirá otra nueva en un proceso sin fin. Platón elevó al altar de su pensamiento a esta idea del cambio constante, de la oposición y del nacimiento de nuevos y cambiantes conceptos.
Ni Heráclito, ni Platón pudieron imaginar que sus ideas emparentadas por el cambio, serían retomadas por Hegel, el gran filósofo alemán de principios del siglo XIX, que en su “Fenomenología del Espíritu” replanteó el método dialéctico, dándole el rango de sistema de conocimiento, opuesto a la Lógica y de mayor utilidad, pues mientras la lógica está atada a una premisa conocida, la dialéctica parte simplemente de conceptos opuestos, de la tesis y su antítesis. Hegel introdujo las dicotomías opuestas como la noche y el día, el acto y el sentido, el espacio y el tiempo. 

Este pensador fascinado por el cambio, llenó el siglo XIX, y por sus herederos como Carlos Marx y los liberales, al siglo XX y lo que va del XXI. Es pues el “cambio” no solo un concepto coloquial, sino un concepto central, el propio Darwin creó una formidable teoría que es la de la evolución de las especies por la selección natural, y Einstein redujo el universo a un relativismo físico donde nada es inmutable. 

Claro que la política como ciencia, arte o saber se encuentra sujeto a la poderosa fuerza del cambio, ese cambio que transformó a las primeras polis en burgos florecientes y luego a estos en estados. Ese mismo cambio que ha llevado al banquillo de los acusados a todas las verdades inconmovibles y las ha convertido en otras nuevas y distintas, sí ese cambio que transformó a las sociedades naturales en sociedades civiles, a las monarquías en democracias, y al mundo antiguo en el mundo moderno. 

Pero todo lo anterior vale menos que un cacahuate ante la política mexicana, que surgió en 1821 y que desde entonces sigue siendo la misma cosa, cosa de amigos y de pandillas, donde las ideas no son sino pretexto para que las cosas sean exactamente las mismas aunque con nombres distintos ¿Quién cree que México es una república? Cuando todos sabemos que es un gigantesco botín? ¿Quién cree en el federalismo mexicano, cuando seguimos siendo el mismo estado centralista de 1821? ¿Quién cree en nuestra independencia con gobiernos lacayos desde que Estados Unidos se aprovechó de este inmenso territorio poblado por sanguinarios cobardes, sin ley y sin justicia? ¿Quién cree en la igualdad en este suelo que solo conoce la discriminación, el desprecio por el distinto, la injusticia y el oprobio? 

Hace unos días en la misma mascarada de simpre, Manlio Fabio Beltrones asumió supuestamente la dirigencia nacional del PRI,  con lo cual confirma que en México Heráclito, Platón y Hegel valen menos que un céntimo, pues es el mismo dinosaurio de cambio que vive no solo en nuestras pesadillas. 

En el interesante libro de Martha Anaya intitulado “1988” se reproduce una frase de Manuel Bartlett, respecto a Manlio Fabio, a la pregunta de ¿Quién era Manlio Fabio Beltrones en 1988? contestó: “Manlio era el cargachamarras de Fernando Gutierrez Barrios”. Han pasado desde entonces 26 años y nada ha cambiado, Manlio en 1988 era el cargachamarras de Gutierrez Barrios y hoy, en pleno 2015, Manlio es el cargachamarras de Enrique Peña Nieto. 

No es el único, Ricardo Anaya es el cargachamarras de Gustavo Madero, Martí Batres es el cargachamarras de Andrés Manuel López Obrador. Todo sigue igual, el PRI es la misma repugnante realidad política que entonces, pero ampliada en otros “pris” ahora llamados PAN, MORENA, PRD, PVEM, MC, NUEVA ALIANZA. No nada ha cambiado, seguimos hundidos en la simulación, el gatopardismo, y si algo cambió fue para empeorar, pues ahora nuestra clase intelectual es más enana, mas miope o ciega e indigna que nunca.