Coronavirus y los presidentes; Sontag y la enfermedad como metáfora: Carlos Ramírez

Print Friendly, PDF & Email

A todos mis amigos españoles y a mis

queridos amigos y colegas de El Imparcial, con abrazo de apoyo

Ante la crisis del coronavirus, cada jefe de estado o de gobierno tuvo una reacción diferente y se notó la falta de previsión de sus organismos de inteligencia y seguridad nacional, la sorpresa por la pandemia, la baja letalidad respecto de otras pestes y las presiones sociales crecientes en modo pánico. Pero cuando la crisis subió de tensión por infectados, y el contagio aumentó de manera geométrica, la enfermedad rebasó a la política y puso a los gobernantes detrás de los acontecimientos.

Ningún presidente pudo liderar la crisis, todos trataron de administrar los efectos negativos. Faltaron discursos, convicciones: los medios y las redes potenciaron los efectos de la enfermedad y contribuyeron a escalar el pánico social, porque además no hubo estrategias de comunicación. Todos los mandatarios quisieron esconder sus responsabilidades.

El presidente de España, Pedro Sánchez, no se movió en tanto no tuviera claro los acuerdos, y ganancias de poder partidista en su gobierno de coalición con Unidas Podemos. Anunció tarde el estado de alarma, lo hizo sin tener en operación los primeros mecanismos y su lenguaje corporal el día en que lo dio a conocer fue de pánico inocultable. Si Sánchez buscaba cierta capitalización política para su menguada aprobación, los efectos podrían ser desastrosos para su gobierno bipartidista.

Los gobernantes de Italia se adelantaron a la crisis y cerraron las fronteras antes de que hubiera más contaminación foránea. La frase que se utilizó fue muy significativa: “nadie sale y nadie entra”. La información sobre los mecanismos sanitarios no se conoce, pero las cifras de muertos colocaron a Italia entre los tres primeros. La decisión de cerrar el país y decretar sin decretarlo estado de sitio para que salieran a las calles solo servicios indispensables ayudó a tranquilizar un poco a los italianos.

El presidente ruso Vladimir Putin reaccionó como dictador: decisiones sin pasar por los mecanismos legales. Hasta mediados de marzo no se percibieron intenciones políticas de represión contra disidentes al amparo del endurecimiento de las medidas sanitarias, lo cual ayudó a disminuir el efecto crítico: cerró el país, acuarteló a las tropas, encerró a los turistas y movilizó los servicios de salud. El problema de Rusia son sus fronteras extensas, pero hubo un eficaz cinturón sanitario autoritario.

En China el gobierno comunista no operó con eficacia, el virus salió de control, las medias sanitarias fueron tardías. Y, como dato que debe probarse y analizarse, el líder del Partido Comunista ordenó la compra de acciones en Wall Street que le daría influencia sobre el capitalismo estadunidense. China dio prioridad a sus enfermos con la construcción en tiempo corto de impresionantes hospitales para miles de pacientes.

El presidente Donald Trump reaccionó tarde, inmerso a fondo en el inicio informal –pero intenso– del proceso de elección presidencial, con los demócratas en las dos cámaras sólo intensificando sus críticas. Su decisión más radical fue la prohibición de recibir vuelos de Europa, con excepción de Gran Bretaña, su gran aliado. Sin embargo, en Gran Bretaña el gobierno conservador de Boris Johnson se declaró incompetente para operar una estrategia sanitaria y se conformado con manejar control de daños políticos en el parlamento. Y al dejar abiertos los vuelos ingleses, se quedó una puerta para el ingreso a los EE. UU. de ciudadanos de otros países que toman a Inglaterra como puente aéreo.

El caso de México es muy especial. El presidente López Obrador centralizó en su figura y en su conferencia de prensa de todas las mañanas la información sanitaria y de gobierno, prohibió a funcionarios entrar en contacto con la prensa y asumió al coronavirus como una enfermedad infecciosa controlable. Cuando el 12 de marzo se conocieron los datos de la expansión de la enfermedad, las decisiones comenzaron a cerrar reuniones en lugares públicos. El temor mexicano radica en que el virus afecte de manera severa al turismo, una de las fuentes de divisas más importantes.

En México el efecto será doble: en salud, porque el país se encuentra en un proceso de reorganización desordenada de los servicios gubernamentales, con el abandono de importantes segmentos de personas antes protegidas y sobre todo con insuficiencia en la disponibilidad y entrega de medicinas para enfermedades graves. El aparato sanitario público carece de eficacia ante pandemias de avance rápido, los médicos están enojados con las medidas y no ha habido un acuerdo de emergencia para atender al coronavirus.

Asimismo, en México ya se asentó el temor de que el virus sea atacado con medidas de enorme impacto productivo: la caída de la bolsa de valores, el congelamiento de inversiones, la disminución de actividad económica y la especulación con divisas está afectando el binomio inflación-devaluación. Y aunque en Palacio Nacional hay un desdén hacia lo que representa el PIB, habrá efectos negativos:  antes de la pandemia el PIB oficial para 2020 fue fijado en 2%, a finales de enero los analistas lo habían bajado a 0.9% y a mediados de marzo, en plena crisis de coronavirus, las expectativas del PIB para este año se colocaban entre -2% y -4%.

La crisis del coronavirus estalló en una fase política de bajos liderazgos sociales y políticos y con gobernantes ajenos al pensamiento estratégico que debiera tener todo mandatario. Sin embargo, como toda pandemia, las reacciones de los ciudadanos se mueven en modo pánico social que ya no reconoce figuras políticas, sino que exige soluciones radicales para impedir que la pandemia –la expansión de manera geométrica de una enfermedad infecciosa– se convierte en una peste –enfermedad contagiosa y grave que causa gran mortandad, según la Real Academia Española de la lengua– que tarde en ser controlada y meta al mundo en un colapso económico y social de cuando menos dos años.

Hasta mediados de marzo, ningún presidente ni ningún organismo internacional había logrado liderar la lucha global contra el coronavirus y menos aún había logrado cuando menos crear un grupo especial multinacional para establecer estrategias coordinadas. La crisis se extenderá a abril y luego… a ver qué ocurre.

Las enfermedades pandémicas son algo similar, en el corto plazo y en la impotencia humana, el fin del mundo. Esa sería una de las metáforas de las enfermedades que nos legó Susan Sontag.

http://indicadorpolitico.mx

indicadorpoliticomx@gmail.com

@carlosramirezh