AMLO ¿que no a la chingada?: Moisés MOLINA

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En 1960, junto a las de George Washington, Benjamin Franklin, Abraham Lincoln, Thomas Edison y Ralph Waldo Emerson, una efigie se agrega al panteón de los héroes norteamericanos de la Universidad de Nueva York. Es la de Henry David Thoreau; escritor, filósofo y conferenciante; agrimensor, naturalista y fabricante de lápices, nacido en Massachusetts, quien en 1846 paga con cárcel la negativa de colaborar vía impuestos con un Estado que mantenía el régimen de esclavitud y emprendía guerras injustificadas, en referencia al conflicto con México.

 

Thoreau nos regala una conferencia, publicada en 1848 que inspiraría una parte específica en el debate de las ciencias sociales, hoy concretamente de las ciencias políticas; y buena parte de la conducta política de hombres como Mahatma Gandhi en su resistencia contra la ocupación británica de la India y Martin Luther King en su lucha no violenta contra la discriminación de la población negra de Estados Unidos. Su título: “La desobediencia civil”.

No es extraño que López Obrador, con cuya causa simpatiza una parte importante de la intelectualidad mexicana (más por aversión sistémica a la historia reciente del PRI, que por natural y espontánea afinidad personal), haya tomado en su nueva campaña esta bandera, llamando expresamente a los mexicanos en su primer discurso posterior al fallo del Tribunal, a la desobediencia civil. Pero ¿qué es? ¿Cómo se explica? ¿Qué límites tiene? Y ¿Cuál es el efecto que busca y cuál el que ha de tener en la realidad? Si su naturaleza no se tuerce ni malinterpreta, no hay consecuencias temibles. Nuestros municipios seguirán en Paz.

¿qué es la desobediencia civil?

La definición que parece concitar más acuerdo es debida a Hugo Adam Bedau: “Alguien comete un acto de desobediencia civil, si y sólo si, sus actos son ilegales, públicos, no violentos, conscientes, realizados con la intención de frustrar leyes -al menos una-, programas o decisiones de gobiernos”.

¿Qué es lo que AMLO llama a desobedecer? En una interpretación fácil, la sentencia del Tribunal Electoral mexicano. Y ¿qué efectos prácticos habría de tener esa desobediencia entre quienes quieran escucharle? En un primer acercamiento el “no reconocimiento” de Enrique Peña Nieto como presidente de México como él mismo ya lo expresó. Y públicamente propondrá en la concentración del próximo 9 de septiembre “desobediencias” concretas a los ciudadanos. ¿Cuáles? Al momento seguramente ni él mismo las conoce, pero para ser congruente habrían de ser no violentas, públicas, conscientes y tendientes a “frustrar” una decisión que es irrecurrible. En otras palabras “actos” que, desplegados, tiendan a desconocer la decisión del Tribunal, la ley.

El activismo de Obrador, que no deja de hacer campaña está ya en otra ruta. México tiene un presidente que “él” no quiere reconocer: “No voy a reconocer un poder ilegítimo” dijo. Así, en primera persona y tratará ahora de imponer su voluntad, con pronóstico de éxito reservado, sobre los ciudadanos. ¿Por qué desconocer la decisión del TEPJF? Seguramente apelará a un sentido de justicia y en este punto no podemos desoír a John Rawls quien en su “Teoría de la Justicia” abrazando la idea de Thoreau, escribe que desobediencia civil es:

“un acto público, no violento, consciente y político, contrario a la ley, cometido con el propósito de ocasionar un cambio en la ley o en los programas de gobierno. Actuando de este modo apelamos al sentido de justicia de la mayoría de la comunidad, y declaramos que, según nuestra opinión, los principios de la cooperación social entre personas libres e iguales, no están siendo respetados”.

Y ¿cuál es el sentido de justicia de la mayoría? Seguramente Obrador impondrá a sus seguidores el propio, el personal y dirá que la determinación del Tribunal fue, no solo ilegal, sino injusta. La elección para sus fines, no se la habrán robado a él, sino al pueblo, a la mayoría. Apelará al sustento moral de la desobediencia y partiendo de ahí podrá pedir que se haga o se deje de hacer casi cualquier cosa, a condición siempre, de que sea pacíficamente.

Pero es Habermas quien a mi juicio sintetiza con más precisión la naturaleza de la desobediencia civil:

“La desobediencia civil es una protesta moralmente fundamentada en cuyo origen no tienen por qué encontrarse tan sólo convicciones sobre creencias privadas o intereses propios; se trata de un acto público que, por regla general, es enunciado de antemano y cuya ejecución es conocida y calculada por la policía; incluye propósito de violación de normas jurídicas concretas, sin poner en cuestión la obediencia frente al ordenamiento jurídico en su conjunto; requiere la disposición de admitir las consecuencias que acarrea la violación de la norma jurídica; la violación de la norma, que es la manifestación de la desobediencia civil tiene exclusivamente un carácter simbólico: aquí es donde reside el límite de los medios no violentos de protesta”.

¿No se basa la desobediencia que intenta imponer AMLO en un interés propio? ¿Qué normas jurídica concretas propondrá violar Obrador? ¿Estarán sus seguidores dispuestos a admitir las consecuencias que conllevaría obedecer una probable invitación a violar las leyes? ¿Establecerá acaso la distinción entre la violación de normas jurídicas concretas y obediencia al ordenamiento jurídico general? Y sobre todo ¿Dejará en claro el carácter simbólico de la desobediencia civil?

Tal vez mis sospechas han ido innecesariamente más allá en estas líneas. Ojalá así sea. Los antecedentes, sin embargo, de la personalidad voluble de quien en campaña prometía una república amorosa –claro, solo si él ganaba- las hacen inevitables.

El ciudadano que considere la posibilidad de seguirlo, debía estar consciente, al menos receptivo a todo lo anterior para que su desobediencia sea “razonada”, “pacífica” y “simbólica”.

Estoy convencido que AMLO va por el 2018 y sus anuncios del próximo domingo serán su discurso de apertura de campaña. Salvador Allende y Lula seguramente rondan en sus pensamientos. Él tiene que ser el tercero. En adelante sus apariciones públicas no tendrán ya nada que ver con la elección pasada. Su mesianismo tiene todavía horizonte. Y buscará por todos los medios a su alcance mantener vigencia. Ya lo logró doce años, bien puede ir por otros seis regresando siempre sobre sus pasos para enmendar, cuando así convenga sus dichos. Muchas cosas seguirá diciendo y firmando con fecha de caducidad: La república amorosa, el pacto de civilidad y reconocimiento del resultado.

La derrota lo persigue, aunque la saque sistemáticamente de su vista, de ese horizonte suyo. Un día no pudo escapar a ella y comentó en una entrevista para ADNPolítico.com publicada el 7 de noviembre de 2011:

“si la gente decide que quiere más de lo mismo porque le gusta la mala vida, una especie de masoquismo colectivo, de todas maneras nosotros vamos a seguir luchando”

Y en febrero de 2012 dijo al diario Milenio,  durante una reunión privada con empresarios, que si las votaciones no le favorecían, se apartaría a “La Chingada”, una finca de su propiedad en Palenque, Chiapas.

Así de voluble es AMLO, así lo amamos, toleramos o aborrecemos aunque por momentos parezca encarnar una de sus más célebres entelequias: un peligro para México.

Así pues, no hay nada de que preocuparse.

moisesmolinar@hotmail.com

Twitter: @MoisesMolina