En el pasado las potencias mundiales tenían una estrategia diplomática eficaz con sus vecinos o aliados regionales: la ayuda militar. Contar con el respaldo de un país poderoso que enviara tropas en caso de conflicto con otro país era una garantía que determinaba la amistad entre naciones. No estoy hablando de un suceso muy antiguo; es más, podemos observar este fenómeno en la Guerra del Golfo Pérsico, un conflicto armado a inicios de los noventa que involucró a tres actores clave: Kuwait, el pequeño país árabe con gran riqueza petrolera; Irak, el país invasor con un dictador al mando, Saddam Hussein, y Estados Unidos, el fiel de la balanza que intervino para liberar a Kuwait. Por supuesto que las cosas eran más complejas, Estados Unidos lideró a una fuerza de coalición de países que actuaron en conjunto y por mandato de Naciones Unidas, pero es innegable que la potencia defendía sus propios intereses en el ámbito geopolítico.
A la distancia y frente al primer fenómeno de gran escala que vivimos como sociedad global en el siglo XXI, la pandemia por Covid-19, queda claro que las nuevas relaciones estratégicas entre países se tejen por la vía de la cooperación médica y científica. Las guerras han dejado de ser un negocio redituable para convertirse en una amenaza que genera altos costos en un mundo cada vez más interrelacionado. Privilegiar la política significa eliminar la guerra, o al menos postergarla para la próxima generación. En estos tiempos de aparente paz, en los que persisten conflictos anclados a regímenes específicos, como el de Bashar al-Ásad en Siria, los desafíos se encuentran en otra parte: ¿cómo solucionar la pandemia frente a la actitud individualista de los Estados que tienen como prioridad garantizar la salud de sus poblaciones? Sin ser una guerra, la pandemia se ha convertido en una tragedia internacional.
Esta semana el New York Times presenta una interesante reflexión en su sección internacional: las vacunas son una herramienta diplomática. El caso que ilustra esta realidad es la India, un país enorme que se ha convertido en una nueva potencia en la fabricación de la vacuna contra el Covid-19. Con su nuevo papel como socio solidario que regala vacunas a países que difícilmente podrían conseguirlas en el mercado internacional, contrarresta la influencia de China en la región, y la influencia creciente de un país rico en petróleo: Emiratos Árabes Unidos. La India está ayudando a Nepal y Sri Lanka, que recibieron dosis en los últimos días, pero no vayamos más lejos. Hace una semana México recibió 870 mil dosis de la vacuna de AstraZeneca provenientes de la India. De hecho, el gesto fue tan revelador de la concentración de vacunas por parte de las potencias que las fabrican, que el canciller mexicano, Marcelo Ebrard, agradeció profundamente a la India por el esfuerzo, al anunciar también que el país asiático nos enviará el próximo mes 1.2 millones más de dosis. El canciller expresó: “La India tiene 1.300 millones de habitantes y requieren las vacunas, sin embargo, el gobierno dio su anuencia para que se mandaran a México estas cantidades. Eso nunca lo vamos olvidar”.
Junto con India, el otro gran donador en esta nueva carrera por el prestigio es China. Como sabemos, el gigante asiático fue el primer país en controlar la pandemia luego de que surgiera en la ciudad de Wuhan. Esto les ha permitido adelantarse al resto de jugadores globales. México espera recibir dosis por parte de China en breve, pero es uno más de los países que depende de la buena voluntad política de la potencia que ha balanceado el sistema internacional luego de la decadencia del liderazgo global de Estados Unidos durante los tempestuosos años de Donald Trump en la Casa Blanca. Además, el panorama no es muy alentador para los países occidentales que deberían recibir ayuda de sus potencias. Hoy queda claro que ni Estados Unidos ni la Unión Europea están haciendo su parte para lograr un acceso más equitativo a la vacuna, lo que es el principio del fin de este fenómeno como desde un inicio planteó la Organización Mundial de la Salud.
Esta semana, el canciller Ebrard tuvo una intervención al seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. De esta participación hay que rescatar la visión desde la periferia para plantear la desigualdad en el acceso a la vacuna por parte de los países más pobres. La posición a cargo del canciller no fue solo de México, sino a nombre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC, organismo internacional que actualmente preside nuestro país. El llamado del canciller mexicano fue a enfrentar la pandemia a través de la cooperación y el multilateralismo; una forma de trabajo decisiva y crucial actualmente para garantizar el acceso universal, justo, equitativo y oportuno a las vacunas. Criticó el mecanismo de cooperación COVAX, que es una herramienta innovadora, pero la calificó como insuficiente. Ebrard instó a los países a evitar el acaparamiento de las vacunas y privilegiar a los países de menores recursos, que podrían recibir sus primeras vacunas hasta 2023. Aportó algunos datos reveladores: tres cuartas partes de las primeras dosis de vacunas administradas se concentran en apenas 10 países que representan el 60% del PIB global. Hay más de 100 países en los que no se ha aplicado una sola dosis. Existe una brecha entre los países ricos y poderosos y el grueso de la comunidad internacional. En palabras de Ebrard: “nunca habíamos visto una división tan profunda que afectase a tantos en tan poco tiempo”.
Consideremos a Estados Unidos, cuyo nuevo presidente, Joe Biden, anunció apenas el viernes que su gobierno contribuirá hasta con 4 mil millones de dólares para el mecanismo criticado por Ebrard, COVAX, pero no planea enviar ninguna de sus propias vacunas al exterior hasta que se satisfaga su propia demanda. En otras palabras, los países menos favorecidos, particularmente los latinoamericanos, deben buscar qué potencia les provea de vacunas en un escenario donde el líder del hemisferio solo mira por su población. Con Trump y con Biden, se manifiesta el mismo deseo egoísta, sin tomar en cuenta que una pandemia por definición no se resuelve acaparando el antídoto sino distribuyéndolo. En este contexto se inscriben y son más interesantes esfuerzos como los de India y China. particularmente del primer caso, donde se encuentra el Instituto del Suero, la fábrica de vacunas más grande del mundo, que produce a un ritmo diario 2.5 millones de dosis. La India también ha enviado dosis a Bangladesh, Myanmar y Afganistán, países asiáticos con altos niveles de pobreza. Hay excedentes de producción porque el programa de vacunación indio avanza más lento, pero también hay una vocación por hacer de la vacuna una nueva herramienta diplomática. Sobra decir que prevalece un dilema ético al respecto, que comprueba que habitamos un planeta sumamente desigual, por no decir injusto.
@pacoangelm