Slim, Lula, Blair y Guardiola: Moisés MOLINA

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No todos los días se tiene a mano la oportunidad de escuchar y ver de cerca a seres humanos que a este momento de sus vidas reciben la casi unánime calificación de exitosos.

 

Compartir espacio físico con Luiz Inacio Lula Da Silva, Tony Blair y Josep Guardiola no remite solamente a ver y escuchar. Hay algo que va más allá de los sentidos, que mueve, motiva, estremece. Lo que dicen es importante; lo que transmiten, indescriptible.

Carlos Slim, el hombre más rico de mundo, los trajo a México en exclusiva para los becarios y ex becarios de una de sus fundaciones. No se puede menos que agradecer. Es curioso no haber escuchado, a lo largo de mi vida, un solo comentario generoso de Slim, incluso muchos beneficiarios de sus fundaciones se asumen críticos de su “responsabilidad” del atraso mexicano. Quizás no le interese competir publicitariamente con los políticos. Probablemente también por ello, no tuvo una sola intervención al micrófono, ni una sola aparición en el escenario, pero al margen de ello, Slim sigue siendo, desde hace ya bastantes meses, el hombre más rico del planeta; e independientemente de las motivaciones que lo hacen materializar encuentros de esta proporción, que se magnifica cuando son gratuitos, lo cierto es que no le hacen mal a nadie y marcan, de hecho, la vida de muchos privilegiados que, entre los diez mil que nos damos cita cada septiembre en el Auditorio Nacional, regresamos a nuestros hogares, colegios y trabajos recargados con energizada convicción de dar lo mejor a cada paso de nuestra vida.

Son encuentros ilustrativos y motivacionales que nuestros gobiernos no han propiciado en esa magnitud y que se mantienen en su gestación y desarrollo al margen de la política, en especial de la partidista, pero que se insertan en ella en su resultado.

Lula, Blair y Guardiola vinieron a hablar de lo que les une en comunión: el éxito. Sembraron esperanza en un oasis de pocos metros cúbicos, nos recordaron que casi cualquier cosa es posible cuando además de creer, se tiene pasión por lo que se hace. Como seres humanos estarán hechos de basura y bronce, pero vinieron a entregarnos solo el bronce.

Hablaron de muchas cosas. Estuvimos todo el día con ellos y con Nando Parrado y Lee Hirsch, además. Dos ex jefes de gobierno; un ex jugador profesional de futbol y entrenador, hasta hace poco, del exitosísimo club Barcelona; un laureado cineasta y un uruguayo vuelto a nacer nos demostraron que tienen mucho, más de lo que a simple vista parece, en común. Son, las de ellos, historias de éxito. Éxito que no se presume, se comparte. Éxito no auto decretado, sí reconocido (reitero) casi unánimemente.

Su sola presencia en el escenario conmociona las conciencias de jóvenes que viven en un país que necesita, desgraciadamente, de ejemplos vivientes, de testimonios de seres humanos que a través de perseverancia, constancia, fe, pasión y un poco de fortuna han llegado a ser lo que se seguirá contando de ellos.

Al micrófono se ausentaron prejuicios, complejos, resentimientos, reservas, censuras, impostaciones de personalidad, compromisos. Ni el señor Slim estuvo excento. “Slim no necesita del gobierno” dijo Lula en una de sus acotaciones más aplaudidas.

No existieron animadores que entre el público pidieran aplausos para quienes discurrían. La calidez de cada interrupción era espontánea, emocionada, esperanzada. Ninguno de ellos necesitó hablar  mal de Peña Nieto, ni de AMLO, ni de Calderón. Cosa extraña que nadie saliera de ahí inconforme.

No se cual sea el juicio que la historia depare a Carlos Slim, pero con este tipo de demostraciones. Muy pocos se sienten orgullosos de que el hombre más rico del mundo sea mexicano y muchos hay que le denostan sistemáticamente. Gran parte de su fortuna la debe a los mexicanos, pero bien podría cruzarse de brazos, no hacer nada y dejar que las bolsas de valores hagan su parte. Slim no necesita quien lo defienda. Su fortuna le sitúa ya, más allá de lo bueno y de lo malo y aún así se “arriesga” con eventos como este, fáciles a la tenebra de los condenatorios juicios lapidarios.

Hoy se que le debo algo a Carlos Slim y me rehúso a ser de los miles que dirán que me lo ha cobrado por adelantado en mi recibo telefónico o en mis tarjetas “amigo kit”. Pudo, incluso, no haber rembolsado nada de ello. He asistido a “México Siglo XXI” en la mayoría de sus ediciones y lo seguiré haciendo cuando se me invite. Quizás nunca pueda decirle personalmente “gracias” pero mi deber moral es hacerlo de alguna forma y ello es lo que me tiene frente al teclado.

Haber visto a lo largo de los años a Gorbachov, Colin Powell, Al Gore, Madeleine Albright, Alvin Toffler, Bill Clinton, Earving “Magic” Johnson y tantos otros, es una vacuna contra el escepticismo que infesta a la juventud y un programa espiritual contra el pesimismo, mal de nuestro tiempo.

Quedarse conforme, hacer de la diatriba el único canal de expresión de la inconformidad propia, incorporar el resentimiento a nuestro código de conducta, inocular la desilusión al de al lado y resignarse a que todo va a ser siempre igual, son salidas fáciles y además irresponsables.

Lula nos aconsejó: “Cuando pierdan la esperanza, cuando sientan que los políticos no pueden decepcionarlos más, cuando sienten que no pueden seguir creyendo, no decaigan, sigan creyendo y sigan participando. El político que están esperando puede estar en ustedes mismos”.

Educación fue la clave escogida por Blair y Lula; pasión, la palabra mágica de Guardiola. Ir a la cama y encontrar, previo al sueño, aquello que nos apasiona en la vida, puede ser nuestro descubrimiento de más trascendencia. Nada se hace mejor que aquello que se nutre de pasión, porque solo aquello que se disfruta es lo que puede hacerse mejor.

Por ello sin rubor y con honestidad desde aquí y en “Infinitum” le digo gracias al Sr. Slim y gracias a los miembros de la Fundación Telmex. Espero volver el próximo año.

@MoisesMolina