Se crucifican filipinos por el Viernes Santo

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Una treintena de penitentes católicos se crucificaron hoy en varios pueblos del norte de Filipinas con motivo del Viernes Santo con la creencia de que su sacrificio traerá buena salud para los suyos.

 

Los actos más multitudinarios tuvieron lugar en la localidad de San Fernando, a unos 70 kilómetros al norte de Manila, donde miles de filipinos y extranjeros desafiaron el intenso calor para contemplar tres procesiones con crucificados.

“A veces lo quiero dejar, pero no puedo. Me prometí a mí mismo que haría este sacrificio. No pararé hasta que mi hija sea operada de un problema intestinal que padece desde hace años, nunca pedí nada para mí mismo”, relató a Efe Fernando Mamangun, uno de los tres crucificados del barrio de Santa Lucía.

Aunque algunas procesiones son muy modestas, otras como la de Santa Lucía son una auténtica recreación melodramática de la pasión de Cristo, con actores disfrazados de romanos que zarandean a los supuestos prisioneros ante la mirada del público.

Cuando termina la procesión, los émulos de Cristo se tumban sobre la cruz de unos cuatro metros de alto para que una cuadrilla de voluntarios les perfore las manos y los pies martilleando dos veces clavos esterilizados de unos doce centímetros de largo.

Vestidos con una túnica blanca o morada, tocados con una melena postiza y una corona de espinas, algunos se someten a la tortura con el rostro oculto por una capucha para tapar las muecas de dolor, mientras que otros soportan los cerca de diez minutos que dura el suplicio a rostro descubierto.

Una vez que la cuadrilla baja la cruz a tierra y extrae los clavos, el nazareno tambaleante es llevado en volandas a una improvisada enfermería donde se recupera unos minutos tumbado mientras le desinfectan las heridas.

“Cuando te bajan de la cruz no te puedes mover por el dolor, sólo puedo tumbarme en la enfermería”, dijo Mamangun, que se gana la vida voceando los destinos de una línea de minibuses urbanos.

“Ahora me duele mucho, es así justo después de la crucifixión, pero en unas horas el dolor se irá y podré volver al trabajo. Después de unas horas es como si no hubiera pasado nada, me siento muy fresco”, agregó mientras fumaba un cigarrillo minutos después de su sacrificio.

Si bien surgió en los últimos 60 años como una tradición marginal, este acontecimiento está en auge por la creciente presencia de turistas extranjeros.

“Ha sido interesante, nunca esperaba ver una cosa así, pero con una vez basta”, comentó una joven turista austríaca.

Los crucificados estuvieron acompañados por decenas de fervorosos católicos que optaron por flagelarse para redimir sus pecados.

Los flagelantes desfilan en procesión por numerosas localidades del norte de Filipinas, donde van de iglesia en iglesia mientras se golpean la espalda rítmicamente con una fusta mojada.

La jerarquía católica filipina no recomienda este tipo de ritos, aunque a diferencia de otros años, esta vez no se ha opuesto a ellos de manera rotunda.

“No lo juzgamos o condenamos, simplemente lo desaconsejamos”, declaró a la emisora de radio Veritas el presidente de la Conferencia Episcopal, Jose Palma.

Más del 80 por ciento de los 94 millones de habitantes de Filipinas se declaran católicos.

Agencias