Daniel Manrique fue un gran artista plástico surgido de la cultura popular urbana (1939-2010) Tal y como el propio Manrique lo narra en su libro autobiográfico “Tepito Arte Acá, una propuesta imaginada”, el Arte Acá fue para que nos diéramos cuenta de lo que somos los seres humanos.
En su cuarto aniversario luctuoso se nos invitó a recordar anécdotas y vivencias relacionadas con este ilustre tepiteño nacido en la calle de Alfarería. Yo tuve la suerte de trabajar con él por lo menos 10 años intensos. He aquí algunos de mis remembranzas.
Recuerdo que durante años caminamos muchísimos kilómetros por la ciudad de México. Lo hacíamos como pateando un bote y nos fijábamos en todo, en las calles, en las paredes, en la gente, en lo que se decía, lo que se gritaba y lo que se bailaba en plena vía pública. Nos fijábamos particularmente en la mirada de las personas…
Para empezar, caminamos por todo Tepito, y hacíamos “escalas culturales” en los zaguanes, en los patios de vecindad; agarrábamos los lavaderos de sillones, y si la guáguara se ponía chida, nos invitaban un cafecito en alguna vivienda.
Luego caminamos hasta que reconocíamos el sabor del chicle que pisábamos con nuestros agujereados zapatos. Caminamos por Peralvillo, la Lagunilla, el Centro todo, la Guerrero y la Doctores. En otras ocasiones agarrábamos todo Reforma, y en metro o en “pesera” o en camión, le caíamos a la Colonia Roma, a la Condesa, a Coyoacán, a Iztapalapa, a Ciudad Neza y a otros tantísimos lugares para platicar, para convivir, para conversar, para hablar de arte y cultura con estudiantes, familias, organizaciones vecinales y hasta grupos religiosos. Siempre platicando, siempre intercambiando ideas, siempre preguntándonos el “por qué” de las cosas.
Manrique, entre otras virtudes, tenía la de ser un gran “preguntólogo”, cuestionador, indagador, averiguador, siempre en búsqueda de la verdad más verdadera.
Recuerdo que frecuentemente me decía:
Oyes ñero…
¿Por qué hay ojetes en el mundo?
¿Qué hacemos, como pueblo, para desafanarnos de los seres nefastos que pululan en México?
¿Por qué la gente nomás está en la baba y no se da cuenta de nada?
¿Cómo le hacemos para vivir todos con todos y no contra todos?
¿Quién hizo que se nos olvidara el trabajo que se hace con las manos? Ya nadie se sabe hacer una camisa, un pantalón… bueno, no sabemos hacer ni un pinche banquito para aposentar las “desas”.
Oyes ñero…¿Qué es el arte y la cultura?
¿Cómo le hacemos para llegarle a nuestra propia gente y agarre la onda?
¿A poco no es sano pensar en un mundo a toda madre, en donde todo sea chido?
Entre encabronado y muerto de la risa Manrique hacía y hacía muchas preguntas.
También recuerdo sus reconocimientos y admiraciones muy personales para Leonardo Da Vinci y Antoni Tápies.
Manrique se obsesionó con la Mona Lisa. La pintó, la cachondeó, se echó una buenas platicadotas con ella, la vistió como quiso y le puso trenzas. De repente descubrió que la Mona Lisa era Leonardo, y me decía: Ñero, me cái, es un autorretrato que se hizo él solito.
En otra ocasión, caminando por Tepito, vimos la cortina de un changarro hasta abajo y en la parte inferior, orilla derecha, había un montón de cachivaches. La cortina tenía manchas de pintura y quién sabe qué otras cosas tenía embarradas pero resaltaba un color azul cobalto. Manrique me dijo, “mira ñero, esa cortina con esos cachivaches es como una obra de Antoni Tápies. Ya no hay que hacer un cuadro de eso. Lo que estamos viendo es una verdadera obra del arte matérico. Mejor nomás sácale una foto”
Recuerdo un titipuchal de cosas…
La manera en la que me platicó Manrique la exposición “Conozca México, Visite Tepito”
El viaje que hicimos a Texas para tirar el choro y ver lo que los chicanos andaban haciendo en la pintura mural.
Las nutritivas pláticas que tuvimos con el crítico de arte Juan Acha o con el pintor Juan O´Gorman.
Recuerdo, como si hubiera sido ayer, las exposiciones que montamos en el Museo de Arte Moderno, el Museo Carrillo Gil y la del Museo Nacional de Culturas Populares que se llamó: “Tepito Mito Mágico Albur del Tiempo”
Me acuerdo del intercambio que tuvimos con el grupo “Populart” de Francia. Ellos tres meses en Tepito, nosotros tres meses en Oullins (Ulá, decían los franchutes)
Me acuerdo especial y entrañablemente de los cotorreos con los compas de los Pedregales de Santo Domingo y Campamentos Unidos de la Colonia Guerrero. Después del sismo del 19 de septiembre de 1985, cobró vida la propuesta de “Arquitectura Acá, arquitectura de humanos para humanos”. El principio de este concepto fue “nuestra primera casa es nuestro cuerpo y nuestra casa de tierra es prolongación de nuestro cuerpo”.
Me acuerdo de lo que me platicaba de Brisa, su mujer, pero esa es otra historia; aunque debo decir que lo traía de un ala.
De igual manera recuerdo la gran imaginación de Manrique al describir la vecindad como uno de los enormes barcos en los que llegaron los gachupas hasta el mero centro de Tepito. Cuando nos parábamos en el techo de una de las viviendas me decía, “mira ñero, al tiro; ¿a poco no sientes como que el barco navega? Se hace tantito para allá y tantito para acá, como si todavía estuviera encima de las olas del mar. Ora fíjate otro tantito, date color de cómo los tendederos se mueven con el aire, si ya los viste bien te darás color de que son los mástiles y velas que empujan este barcotote”
También imaginó que antes de que aparecieran estos barcos-vecindades, anduvieron por Tepito enormes mastodontes, gigantescos mamuts, que de tanto chingar a su medio y de servir para nada azotaron en el barrio. Tons, adentro de ellos, destos animalotes, los primeros tepiteños hicieron sus chantes pa´ vivir felicianos.
Uno se la llegaba a creer y sentía que las paredes se inflaban y desinflaban, como si fuera la respiración dilatada de esos gigantes, advirtiendo que algún día iban a despertar.
Dicen que cuando nos quebremos, estiremos la pata y nos vayamos a calacas, vamos a ser únicamente lo que dejemos en la memoria de familiares, amigos y conocidos. En este sentido y en un sentido estrictamente espirituoso me atrevo a decir que, les cuadre o nos les cuadre, Manrique somos todos ¿Cómo la ven?
No se así fueron las cosas pero así las recuerdo y las revivo en mi chompeta y en mi memoria.
Para acabarla de acabar quiero decir que una de las cosas que más admiré de Daniel Manrique fue su congruencia, él decía que era “congruente hasta las cachas”
Gracias Daniel por todo lo que me enseñaste…
“El hijo de tus entrañas estéticas”, Carlos G. Plascencia