Espléndida sesión las que brindó Rafael “El Fisgón” Barajas en el IAGO. Además de presentar una rica exposición con multiplicidad de caricaturas realizadas antes y después de 1910, lo que en sí es un rescate de la memoria social de este país, brindó a los asistentes una cátedra de investigación histórica con una obra sólida: “Posada, Mito y Mitote”. En paciente, reflexivo análisis de la trayectoria del genial caricaturista José Guadalupe Posada, desbroza su auténtica ideología. No es poca cosa, si consideramos que cuestiona a fondo los elogios reiterados hasta el cansancio, de una pléyade de historiadores y artistas que elevaron a Posada al nivel de precursor de la Revolución Mexicana.
La obra de Posada adoptó para muchos por decenios, la expresión plástica más acabada de un artista comprometido con los pobres que se multiplicaron durante el porfiriato. Se construyó su monumento de antiporfirista. Aludir a sus caricaturas era referencia obligada de los que denunciaban la iniquidad, la sevicia de Porfirio Díaz. Por cierto, para tranquilizar conciencias, para paliar las observaciones críticas, los neoporfiristas con frecuencia dividían y dividen la vida pública del “Llorón de Icamole” en dos: la del militar de la República y la del Dictador. No deja de percibirse un afán justificatorio de su historia de represor, evocando la del impoluto militar…que no dejó de ambicionar a “Doña Leonor” la silla presidencial, durante sus años en la milicia.
“El Fisgón” en su obra “Posada, Mito y Mitote”, revela la identificación del caricaturista con el régimen porfirista. Su análisis puntual permite concebir que efectivamente, Posada criticó a los “caporales”, a los inspectores, a los cobradores, a los ejecutores de órdenes impías contra el pueblo pobre. Pero, en ningún momento denunció a Porfirio Díaz como Dictador, como el auténtico responsable de un sistema político que masacraba indígenas y encarcelaba inocentes que se atrevían a protestar contra la injusticia. Más aún, en su investigación, “El Fisgón” puntualiza cómo Posada festina la masacre que Díaz ordenó en “la guerra contra los yaquis” y que cumplieron cabalmente sus sicarios; el primero, el gobernador sonorense Izábal. Pero esto implicó un trabajo de investigación a fondo, puntual. Devela el auténtico mensaje de Posada en caricaturas que parecían denuncias y en rigor devenían elogios a Don Porfirio, como el Hombre de la Paz, (olvidando su frase sacramental: ¡mátalos en caliente!), al “Constructor” (omitiendo los neoporfiristas su asociación con empresarios extranjeros) y el Justiciero (ensangrentado por la violencia contra mineros de Río Blanco, Ver y Cananea, Son).
Posada, gracias a Rafael Barajas, es sometido a escrupulosa investigación que lo desnuda y con él, quiéralo o no “El Fisgón”, a los que atropelladamente devinieron sus exégetas. No fueron precisamente individuos anónimos: Diego Rivera, un fabulador incorregible, Paul Westheim que incurrió en dislates históricos sobre el caricaturista y muchos más que se concretaron a repetir versiones míticas, infundadas, sobre el caricaturista y su desempeño dizque revolucionario.
Rafael Barajas, en esta espléndida sesión, entre otras expresiones tuvo una a mi juicio no afortunada. Al aludir que la verdad histórica no corresponde a las versiones elogiosas de Posadas, dijo ¡Lo siento! No coincidí con él. Por que este país está urgido de desbrozar su historia, de superar la mitología oficial y no oficial que se ha creado sobre nuestros hombres públicos. Existen mentiras históricas que necesitamos revelar para que acabemos con mitos que corren desde las infantiles expresiones “el cuerno de la abundancia”; “la raza de bronce” etc. Un paréntesis: con motivo de la sequía y las muertes por hambre entre tarahumaras, el “talentoso” Desgobernador de Chihuahua negó esa posibilidad por que dijo, “conociendo la reciedumbre heroica de los tarahumaras, jamás acudirían al suicidio”.
Ni duda cabe: en “El Chamuco” México cuenta con un talentoso grupo de caricaturistas, conciencia crítica de nuestros días. Uno de ellos, Rafael Barajas, hace honor a su apellido y apodo: “barajea” la historia ficticia, “fisgonea” con ojo clínico y a partir de indicios, aporta la historia real que deben conocer los pueblos, en su ruta por un futuro mejor. Sin mitos y sin héroes con piernas de barro.