En la sociedad mexicana, tanto en el sector privado como en el público, aún sigue arraigado el espíritu de control sobre los empleados basado en el tiempo que pasan en sus labores. Lo cierto, es que es muy común ver que la gente pasa más horas en su oficina de lo que su horario formal o contrato estipula. ¿Lo hacen por placer? En muchos casos no es así, es una respuesta a una creencia que se tiene en muchas instituciones y empresas, ya que la gente se queda más tiempo porque sienten que las posibilidades de ascender o ser tomados en cuenta (cuando no se cuenta con un padrinazgo) son directamente proporcionales a las horas que pasan sentados en su escritorio.
Las horas extra en muchas ocasiones no son remuneradas y son tácitamente obligadas, pues los superiores jerárquicos sienten que sus empleados no están dando un “extra” y que sólo están cumpliendo con su trabajo regular.
¿Por qué resulta preocupante esta situación?
Son varios los motivos, inicialmente es evidente que el invertir más horas en los aspectos laborales reduce tiempo a otras actividades. En primer lugar, la familia es la que percibe el cambio pues los padres de familia llegan agotados y si me refiero a padres en plural, es porque ahora es necesario el trabajo de ambos para poder tener un nivel de vida medianamente aceptable e incluso, en algunos casos, para simplemente sobrevivir.
Al llegar a casa, ese espacio delicioso para platicar en familia sobre las alegrías, los retos, las ilusiones, los nuevos amiguitos, los descubrimientos diarios, se ha visto reducido por el desgaste físico y mental de jornadas de trabajo de 12 horas o más. Esa calidad en el tiempo afecta a las parejas y puede que sea una más de las causas de tantos divorcios que vemos hoy en día. Además, jugar con los niños, revisar las tareas, preparar los uniformes, la cena, el lunch, etc… parece un verdadero reto que obliga al cerebro a reactivarse ahora en otro ámbito.
En segundo lugar, vemos un impacto importante en la salud, pues se descuidan aspectos como la alimentación debido a la necesidad de recurrir a las comidas preparadas y las comidas en la calle, que aunado al stress y a la falta de ejercicio, traen complicaciones severas como problemas cardiacos, irritabilidad, daños en articulaciones, insomnio, envejecimiento prematuro, obesidad y diabetes, entre otros. El tratamiento de todos estos padecimientos puede ser muy caro y las consecuencias a largo plazo son altamente perjudiciales para la sociedad en general.
Asimismo, otro aspecto que se ve afectado por los horarios excesivos, es la posibilidad que se tiene para seguir estudiando y procurar un crecimiento profesional, pues el desgaste físico y mental pueden llegar a ser un obstáculo duro de vencer y en lugar de buscar un mejor trabajo, la gente simplemente se resigna a permanecer un mayor número de horas en la oficina para conservar su empleo.
Finalmente, otro aspecto a considerar es el tiempo invertido en el transporte y es que la mayoría de las personas que trabajan en las grandes urbes del país tienen que desplazarse entre una y tres horas para llegar a su trabajo y destinar el mismo tiempo de regreso; es decir, si tomamos un ejemplo de una persona que necesita 4 horas de transporte al día, estamos hablando de una pérdida de casi un día a la semana que los obliga a salir a muy tempranas horas de su hogar, muchas veces sin despedirse de la familia o sin comer y exponiéndose a la creciente inseguridad que reina en nuestro país.
Entonces en un día típico promedio, 12 horas se ven comprometidas en la jornada laboral (porque se ve mal que sólo se cumpla con el horario regular), 4 horas se destinan al transporte, 2 horas para las comidas, 1 hora para el arreglo personal, en dicho escenario solamente sobran 5 para dormir. ¿Y dónde queda la calidad de vida?
Al final, surge la pregunta ¿tanto sacrificio sirve de algo? La gente no se siente bien remunerada, sufre estragos en su salud, desatiende a su familia, sacrifica su desarrollo personal y profesional, emocionalmente, físicamente y mentalmente se agota.
Por el contrario, una persona que tuviera el reconocimiento de estar cumpliendo con las metas organizacionales en tiempo y sin tener que satisfacer un horario excesivo impuesto por su empleador, podría destinar más tiempo a las actividades que lo llenan como persona, lo que se impactaría al final positivamente en su desempeño laboral pues podría realizar sus labores más activamente, con mayor concentración, con mayor estabilidad emocional y física y, en general, con una mejor calidad de vida.
Lo anterior, además representaría un ahorro de recursos que hoy en día se desperdician sólo para armar “maquetas” de oficinas con gente trabajando generando un sensación efímera de productividad, dichos recursos son una mala inversión pues el rendimiento de la calidad del trabajo al paso de las horas se vuelve decrecientes, debido a que aunque se acaben las tareas a tiempo la gente se tiene que quedar para cubrir un horario esperado por el empleador, situación que no reporta un beneficio.