La política se ejerce en el ágora, en la plaza pública. Ahí donde los ciudadanos se reúnen y discuten la cosa pública. Con frecuencia los aprendices de políticos exigen que un asunto “no se politice”. Ignoran que todo asunto que afecta o beneficia a grupos sociales es, por definición, político. No puede politizarse el pleito de comadres o la vida íntima de un burócrata que resuelve a golpes sus diferencias conyugales. Pero cuando se trata de la extraña, inexplicable muerte de la esposa de un político, cuando uno de éstos en plena borrachera choca su auto y esgrime su “fuero” o cuando aprovechando el puesto, defrauda a otro ciudadano, el problema se politiza. Obvio, el ciudadano común está en menor riesgo que su comportamiento sea criticado en ámbitos políticos. Pero el político no. El político debe saber que su vida privada es pública. Peor, cuando por propia iniciativa la vuelve pública, como Fox y sus devaneos seniles con su cónyuge.
La política, es motivo de escrutinio público. Por eso se identifica con el ágora y la tribuna, con el discurso y el mensaje, con el compromiso y la respuesta de las masas. Si pretendemos dimensionar a un político, veamos si opta por el mitin o por la visita domiciliaria. Por la tribuna y su mensaje popular o por el twiteo, por el mensaje individual. Por el compromiso social o el acarreo de menesterosos. Por la identificación de necesidades sociales o por los desayunos y acuerdos en “lo oscurito”. Por el saludo, que le repugna, a grupos de pobres para después desinfectarse las manos: como unos “políticos” de Oaxaca.
El auténtico político, al que Aristóteles y los clásicos llamaron el “zoon politikón” recurre a los espacios abiertos, a la espontaneidad de las masas, al compromiso amplio, directo y sencillo. El político de cepa, acude a las masas para revitalizarse, para activar su discurso y para corroborar su cercanía o alejamiento de los afanes de la sociedad.
Obvio, el político debe tener ideas centrales, ideas que impulsen su figura ante la sociedad. Ideas que despierten el entusiasmo y el compromiso de los futuros seguidores y votantes. El político es líder o no lo es. Su discurso puede ser reiterativo y frecuentemente lo es por una sencilla razón: el magma de los problemas es el mismo. El corazón de la problemática social no varía para que justifique que el discurso varíe cotidianamente. Un discurso que en cada ocasión presente una problemática diferente y soluciones cambiantes, revela la imprecisión del líder. Su vaguedad, su carencia de ancla ideológica. La ignorancia acerca de su origen y destino. O el afán de decirle a cada auditorio o persona lo que espera escuchar. El político debe aportar un proyecto, una idea de adónde pretende orientar los destinos de su sociedad. Cómo vincular la política exterior con la interna, en obligada congruencia. No contar con ese esquema, es carecer de brújula política, es signo de incapacidad.
El político no puede pretender “llegar” y después “ver qué hacer”. Eso es propio de los arribistas, de los oportunistas. En el caso actual, de los que sueñan solo con la restauración de un mundo priísta o los panistas, con la detentación del gobierno que no del poder, para seguir en la misma línea: reencaramar a las camarillas tricolores rapaces o sostener la “guerra eterna” del “soldadito de plomo” que ocupa Los Pinos.
Simplemente veamos. El PRI no aporta una idea sólida, aceptable de qué haría Peña Nieto si llega a Los Pinos. ¿Repetir la historia? ¿Mantener la gerontocracia sindical que ahoga a los trabajadores, por que lo apoyaron a “llegar”? ¿Arrinconar a los obreros para que acepten la “fábrica de utilidades empresariales” que significa el “outsorcing”? ¿Volver a los tiempos porfiristas en que no existía legislación laboral y reinaba la explotación inicua por los patrones? A los jefes de tribus del PRI y PAN habría que preguntarles: ¿están de acuerdo con la Nueva Cultura Laboral? Por si lo ignoran, esa es la forma elegante de la nueva esclavitud que se pretende imponer en las fábricas. ¿Están de acuerdo el PAN y el PRI que los ricos de este país no paguen impuestos mientras al pueblo y pequeños empresarios se ahogan con la compra de alimentos e impuestos al trabajo? ¿El PAN y el PRI avalan el proyecto de Ley de Seguridad Nacional? Esas son preguntas claves. Peña Nieto fue a “tranquilizar” a los yanquis prometiendo continuar la guerra de Calderón. Llegar a Los Pinos sería seguir sumando crímenes en una guerra antipopular, ineficaz y costosa, en vidas y dinero.
Revelador. Después que el PRI y el PAN se burlaron de las propuestas de AMLO de rebajar los ingresos a los expresidentes del país, ahora a las chitas callando, los tricolores aceptan que se les rebaje “solo el 50%” Copian ideas que según dijeron eran descabelladas. Ignoran que el pueblo ahora está convencido de su urgente aplicación. Rebajar el sueldo a burócratas de la Administración Pública Federal, a los “magistrados” que imparten la Injusticia y a los estériles aviadores del IFE que sangran al pueblo. Sin olvidar la eliminación de los “plurinominales” que engordan sus ingresos sin el mínimo esfuerzo electoral, gracias al contubernio con los caciques partidarios.
En otras palabras. México y Oaxaca necesitan como propuso Janio Quadros en Brasil hace 60 años, una gigantesca escoba. Se debe barrer la corrupción. Limpiar la casa. Adecentarla. Entonces empezaremos a construir un nuevo país, digno, creador de empleos y producción, que cobije a todos y que recupere su credibilidad internacional.