Pinocho: el amor y el adiós | Joel Hernández Santiago

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“Nunca digas mentiras porque la nariz te crecerá y te crecerá y te crecerá hasta el infinito…” le dice Geppetto el carpintero a su hijo Carlo. Pronto la desdicha romperá el intenso vínculo entre padre e hijo: la Primera Guerra Mundial se encargó de aquella separación que es tragedia. Y frente al dolor por la pérdida del hijo siguió el abandono, la tristeza y la soledad…

Es Italia y pronto habrá de comenzar una nueva etapa con la creación de una marioneta de madera a la que los recovecos de la imaginación (“la imaginación, la loca de la casa”) le hacen cobrar vida y nace un nuevo hijo para Geppetto, quien en principio no lo acepta en recuerdo de su Carlo perdido en un bombardeo inesperado. Pero aquella figura de madera habrá de ganarse el título de su hijo y el título de inolvidable.

Por estos días estamos en pleno diciembre y las fiestas están a la vista. 2022 ha sido un año de enormes contradicciones, pesares, quebrantos. El país está envuelto en una polarización que resulta además de sospechosa, también criminal.

La pandemia no termina por irse y aun mantenemos los temores y resguardos aunque el impulso de la libertad se ha hecho de millones de mexicanos que requerían el aire libre y la comunicación personal para sentirse vivos. Y tanto más que hacen que el año que termina sea inolvidable, no por sus victorias sí por las contradicciones que han generado problemas aun insospechados…

Pero eso. Y por eso. Los mexicanos necesitamos un poco de solaz, un poco de distracción, un buen ramillete de abrazos, de muestras de afecto y solidaridad. Nos hace falta. Lo necesitamos porque durante mucho tiempo dejamos de vivir aquella vida que pensábamos que habría de ser siempre igual, con las luchas normales y cotidianas y con las expectativas siempre vigentes.

Y nos hace falta esa armonía y solidez en momentos de esas contradicciones políticas que nos arrastran hacia límites de lo inverosímil y lo inesperado y presagian tiempos amargos. Ojalá no.

Y una forma de sustraerse a esa vorágine salvaje es recurrir al arte, a la cultura, a la emoción del convivio exaltado en eventos masivos a los que hoy se recurre para sentirse vigentes, vivos, emotivos y asombrados.

Ocurren ahora con más frecuencia, en México, los eventos de grupos musicales al gusto de todos: adultos, jóvenes, niños… Y está bien… Aunque los cuidados y las prevenciones ante la llamada Sexta Ola de la Pandemia deberán mantenerse, aunque el gobierno federal y en la Ciudad de México se insista en hacer suponer que aquí no pasa nada fuera de lo ahora normal.

El arte como parte de la cultura de un país es una salida y un refugio. Es, digamos, la salvación para quienes viven y han vivido consternados por la terca realidad de cada día, de cada mañana y de lo que se ha vivido, con ganas de mandar todos esos recuerdos al baúl de los recuerdos y encerrarlos con candado y tirar la llave.

Y una forma de disfrutar una de las artes mayores, como es el cine, es ver Pinocho, la película que nos entrega el mexicano-tapatío Guillermo del Toro, director multipremiado de cine y ganador de dos Oscar por su película “La forma del agua” (2017).

Esta vez nos regala una obra de arte. Una más. Su versión de la obra del italiano Carlo Collodi (1826-1890), y uno de los libros infantiles más famosos del mundo. Apareció por primera vez en 1881 y a pesar de que el relato correspondía a la Italia del momento y sus problemas, aquel Pinocho comenzó siendo una figura de madera malévola y hasta homicida al dar muerte al grillo que siempre le acompaña. El mismo Pinocho, en la primerísima versión es ahorcado como castigo a sus maldades…

El relato que fue publicado por entregas en el periódico Giornale per i bambini, desde 1881 hasta 1883, con el título Storia di un Burattino (“Historia de un títere”), pero a lo largo las publicaciones, el público fue sugiriendo cambios a la historia, convenciendo a Collodi de las bondades del personaje y que la verdad, la bondad y el amor fraterno habrían de triunfar sobre la tragedia cotidiana. Al final la marioneta cobra vida y se encamina hacia lo justo de la naturaleza humana.

Pero Del Toro hace suya la historia y la transforma. Es aquí la novedad y al mismo tiempo lo conmovedor de la película. Una marioneta que quiere ser un niño normal, un padre que no lo acepta pero que se convence poco a poco del amor de su hijo, un grillo solidario dispuesto a la muerte por el pequeño Pinocho y, sobre todo, la negativa: el saber decir “no quiero” o “no quiero hacerlo” como solución a las exigencias sociales e individuales.

Pinocho así adquiere rasgos verosímiles porque es en ese mismo momento en que decide decir “no” cuando comienza su conformación humana.

Así, “Pinocho de Guillermo del Toro reinventa el clásico cuento de fantasía a través de la animación stop-motion más bellamente hecha en años”. El stop motion es la sucesión de imágenes fijas, es decir, la animación se hace foto a foto tratando de aparentar un movimiento mediante la sucesión de esas fotos. Un trabajo arduo pero asimismo artístico porque es absolutamente manual.

Así, Del Toro describe “una poderosa y vital historia de padre e hijo sobre la aceptación y el amor frente al dolor, la miseria y el fascismo, así como el amor del cineasta por los monstruos en la que es fácilmente su mejor película en una década”.

La película es monumental. Predomina el color ocre, que da la sensación de antigüedad pero también de sobriedad y hasta temor. Pero es en el contenido en donde se reivindica la conexión entre la voluntad de ser y el ser: entre ser una marioneta y ser humano: el hijo amado.

Por supuesto la película no cae ni en clichés ni en melodramas. Es directa. Está construida de forma vigorosa y contundente. Los personajes aun animados son verosímiles y al mismo tiempo mágicos. Es un agasajo de ilusión, de imaginación, de fotografía, de historia, de composición, de discurso rotundo y poético. Es una historia del “no” para conseguir el “si”.

Pues eso: hay que verla. Hay que ser testigos de las posibilidades del arte, de la cultura y de la imaginación. Y ya se sabe, como dejó escriturado el maestro Miguel Ángel Granados Chapa, ‘el arte es lo único que habrá de redimirnos a los seres humanos.’

“Nunca digas mentiras porque la nariz te crecerá y te crecerá y te crecerá hasta el infinito…”

(Nos vemos de regreso en enero 2023. ¡Felices fiestas!)