¿Partidos políticos? No, facciones: Moisés MOLINA

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En su “Historia como hazaña de la libertad”, Benedetto Croce, sentencia como principio universal del humanismo, la remisión a un pasado para extraer luces que suminstren orientación a las acciones del presente.

 

Nada más alejado de la realidad que podemos asumir como política. Un profundo desconocimiento, derivado de un incomparable desprecio, es nota común de hombres de gobiernos y hombres de partidos políticos. La historia está para estudiarse, no para vivirse. La “práctica revolucionaria” existe hoy sin “teoría revolucionaria”.

La conmemoración sistemática de acontecimientos y biografías no llena honra de la historia. El presente se vive al margen o a pesar del pasado. Una de las notas definitorias en el paso de los “partidos políticos de masas” a los “partidos políticos de electores” hacia la mitad del siglo XX fue el pragmatismo, la reducción de sus programas ideológicos a afirmaciones de principio moduladas de acuerdo a conveniencias estratégicas. No hay distinciones ni principios que valgan al margen del triunfo en las urnas.

Los partidos comienzan a deshacerse de todo, comenzando por su historia. Y tienen culpa, por complicidad, los miembros que, en sus diferentes categorías (dirigentes, cuadros, militantes) y simpatizantes que reconocen por único vínculo partidario, el activismo proselitista como único fin.

La política entonces, se deshumaniza, se deshistoriza, abandona todo aquello que aparece superfluo a los intereses de sus élites y una de las principales consecuencias es el abandono de las funciones que la teoría nos enseña respecto de sus instituciones descollantes: los partidos políticos.  No hay funciones más allá de la consecución del poder, ni medios que no sirvan a este fin; ni institucionales, mucho menos sociales y entre estas últimas, la de educar al ciudadano en democracia.

Dos aniversarios pasaron prácticamente desapercibidos. No sería tanto de extrañar de no haber sido simultáneos. Personajes omnipresentes en el México de su tiempo y vigentes en buena parte de nuestra realidad institucional como país, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas, murieron un 19 de octubre. Sus biografías llenan casi la mitad de la historia del PRI. Su memoria y su legado solo valieron actos protocolarios y ofrendas florales. Se perdieron en el océano informativo y figuraron muy por debajo de invitaciones a “autoexplorarse” en el día internacional contra el cáncer de seno en las cuentas priistas de las redes sociales.

Calles fundó el antecedente más remoto del partido que a partir del primero de diciembre gobernará de nueva cuenta este país y Lázaro Cárdenas lo refunda en 1938 cambiando incluso su nombre de Partido Nacional Revolucionario a Partido de la Revolución Mexicana. A Calles debe México la estabilidad política posterior al caudillaje faccioso y a Cárdenas debe el PRI la herencia de sus sectores, cuya esencia hoy permanece torcida por negligente ignorancia, siendo la causa de sus ataques sin defensa.

¿Por qué insiste el PRI en actuar al margen de la historia? ¿Por qué sigue regateando a sus órganos de educación política, como el Instituto de Capacitación y Desarrollo Político (ICADEP) y la Fundación Colosio, el lugar de protagonismo que les corresponde estatutariamente e incluso en la ley electoral? ¿Por qué la ausencia de una robusta política editorial? ¿Por qué en la mayoría de los comités estatales no existe una biblioteca? ¿Por qué la gran mayoría de los textos académicos existentes en torno al PRI son esfuerzos al margen del partido? ¿Por qué no se encuentra por ningún lado obra escrita sistematizada de los PRI locales?

Que se elimine entonces de los estatutos, la obligación a aspirantes a un cargo de dirigencia o de elección popular de acreditar mediante constancia, “cursos de capacitación y formación política” (Art 151 Fr XII) y “el conocimiento de los documentos básicos del partido” (Art 166 Fr X) o que se exija vigiladamente.

Los demás partidos no están mejor (ni el que viene lo estará), y el menosprecio por la historia y la función educativa les hacen aparecer hoy nuevamente como facciones del siglo XVIII, según la distinción de Burke y Bolingbroke: como grupos de intereses mezquinos por obtener puestos y emolumentos; agregados secuestrados por los intereses personales de sus miembros.

Oaxaca es ejemplo kafkiano. El gobierno carece de programa, en buena medida porque los partidos políticos son inexistentes. No hay un solo partido que aporte plan de gobierno y no hay partidos que aporten plan de oposición. El ciudadano… en medio, ganando la vida a fuerza de victorias personales.

Hay mucho por hacer, pero siendo más lo que se deja de hacer por “los mismos de siempre”, no hay esperanza fuera de la nueva generación que a fuerza de seguir esperando espacios como concesiones graciosas pueden seguir erosionando a los partidos y ahondando la crisis del sistema de partidos abrazando distintos actores colectivos o acercándose a los partidos, defenestrándolos con más fuerza.

La encuesta de esta semana sobre la “confianza en instituciones” del Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados Federal, es reveladora. De las 4 mil 908 llamadas realizadas, solo 613 fueron aceptadas, mil 776 rechazadas y el resto no contestadas. 82 de cada 100 mexicanos manifestó confiar poco o nada en los partidos políticos; y solo 3% refirió confiar “mucho”.

La democracia ha dejado de ser el gobierno del pueblo; no es siquiera el gobierno de los partidos; se reduce a partidocracia: vicio consistente en la desviación de las actividades normales y ordinarias de los partidos en una democracia.

Las declaraciones de principios, los programas de acción, los estatutos (en buena parte de su articulado) y los códigos de ética son, hoy por hoy, bellos discursos que es imperativo traducir en bellas acciones.

Twitter: @MoisesMolina