Para conocer al General (III y concluye): Miguel Ángel Sánchez de Armas

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De mi libro “El peligro mexicano. Comunicación y propaganda en la expropiación petrolera de 1938”, tomo este tercer apunte sobre la personalidad de Lázaro Cárdenas, como mi contribución al debate abierto sobre los motivos del General en el episodio de la expropiación petrolera.

 

Al iniciarse la década de los treinta, Cárdenas era un prominente miembro del ala progresista de la élite militar en que se apoyaba el general Plutarco Elías Calles, quien después de ocupar la presidencia de 1924 a 1928 se había erigido como el Jefe Máximo de la Revolución, cuya mano y humor guiaban y ordenaban la vida política e institucional del país. Al aproximarse la sucesión presidencial de 1934, México transitaba por una situación delicada. Las aguas bravas de la guerra civil no terminaban de amainar; la relación con Estados Unidos, nunca fácil, marchaba entre notas belicosas; la anémica economía parecía hundirse y el asesinato del presidente electo Álvaro Obregón en julio de 1928 había sumido a México en la incertidumbre.

Cárdenas era entonces Secretario de Guerra y Marina, ex gobernador de Michoacán y discípulo predilecto de Calles. Tanto por su edad—35 años— como por su brillante y eficaz carrera militar y lealtad indiscutible a la Revolución —y según algunas conjeturas porque sería un incondicional del Jefe Máximo—, Calles impulsó la candidatura presidencial del joven michoacano, para quien ordenó preparar un programa de gobierno llamado Plan Sexenal, a cuyos lineamientos se tendría que sujetar el candidato del Partido Nacional Revolucionario (pnr).

La percepción de que sería un peón en el tablero callista no escapó ni a los observadores extranjeros. Herring observó que en 1934 a Cárdenas se le consideraba débil y bien intencionado, “el hombre más ingenuo de México”; opinión que seis meses después de su destape había cambiado a “loco” y luego a “enfermo, con rumores sombríos de una fiebre que pronto daría cuenta de él […] pero hoy [1938] sus enemigos difícilmente pueden encontrarle un calificativo”. Herring llega a la conclusión inevitable: Cárdenas se puso a la altura de los mejores.

Una vez oficializada su candidatura, Cárdenas emprendió una vigorosa y extendida campaña proselitista que se desarrolló sin incidentes y con una oposición de bajo perfil. Una vez electo, asumió la Presidencia tan acotado como sus antecesores, con callistas en posiciones clave y cardenistas en minoría y neutralizados. Rodolfo Calles, hijo del Jefe Máximo, ocupó la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas; las secretarías de Guerra, de Hacienda y de Gobernación, así como el Departamento del Distrito Federal y la presidencia del pnr fueron entregadas a incondicionales de Calles.

Pero Cárdenas bien pronto dio muestras de no estar dispuesto a prolongar esta situación. Para desembarazarse de la influencia de Calles, se apoyó no solamente en ciertos sectores leales del ejército –base fundamental del poder de todos los gobiernos anteriores-, sino de manera muy particular en los obreros y campesinos, en cuyo nombre habría de gobernar. Para 1935, Cárdenas pudo enfrentarse con buen éxito al caudillo sonorense […]; las fuerzas adictas al presidente en el ejército, el gobierno y las organizaciones de masas fueron empleadas en tal forma que rápidamente dieron al traste con los esfuerzos de Calles por recuperar el poder.

Uno de los mayores méritos del cardenismo fue recuperar la autoridad política y administrativa de la Presidencia, casi desaparecida en las dos décadas anteriores por la guerra civil que dividió tanto a las fuerzas políticas como a los sectores económicos en ascenso. Caudillos, civiles y militares, tanto como la burguesía debilitada, giraban en torno al poder presionando por sus intereses; el poder político estaba diseminado por todo el país en grupos divergentes o antagónicos. Las consecuencias adversas no sólo eran de origen interno, sino también resultado de la crisis mundial del final de los años veinte.

A lo largo de su carrera militar y política, Cárdenas no vaciló en tomar medidas radicales cuando fueron necesarias y las circunstancias le eran favorables, aunque también podía mantener una estoica paciencia en la adversidad. Para el estudioso de hoy —y sin duda  para los observadores de su época— sobresale su inclinación a seguir sus propios instintos e ir en contra del “sentido común” político prevaleciente —lo que hoy llamaríamos lo “políticamente correcto”— cuando lo juzgaba necesario. La legalización del Partido Comunista y el asilo a Trotsky –pese a la oposición de grupos empresariales y conservadores- la reforma agraria que no hizo excepción de las tierras en manos de extranjeros y de prominentes “revolucionarios”, el impulso a la educación socialista, el apoyo al uso de la huelga como herramienta de negociación frente a los empresarios, la expropiación de las empresas petroleras extranjeras y –particularmente simbólico- el exilio del Jefe Máximo Plutarco Elías Calles y el desmantelamiento y transformación del partido político de Estado fundado por este caudillo, son ejemplos de ello.

Desde la Presidencia, Cárdenas llevó a cabo una intensa labor corporativista y organizó al pueblo en sus actividades políticas, económicas y culturales. En cinco rubros estratégicos su acción tiene particular relevancia: 1) relaciones obrero–patronales; 2) economía nacional; 3) reforma agraria, 4) educación y 5) relaciones internacionales.

Para entender al cardenismo es pertinente aclarar que pese a las acusaciones lanzadas desde la derecha, esta corriente política no equiparaba socialismo con sovietización. “No se trataba de sovietizar al país, de establecer o de organizar los soviets de obreros, campesinos y soldados sino de armar una alianza popular para defender los intereses de la Revolución Mexicana”, dice Córdova.

En México, la de Cárdenas es la memoria política más viva después de la muerte, reencarnada en obras públicas, en escuelas, en poblados, en corrientes electorales y como sinónimo de tiempos políticos mejores. En paráfrasis de Pericles, de Cárdenas podría decirse que tuvo como tumba el territorio nacional y que su recuerdo pervive “grabado no sólo en un monumento, sino, sin palabras, en el espíritu” de cada mexicano. Pero la gesta política cuya luz no ha perdido intensidad hasta nuestros días es la expropiación petrolera de 1938.

A la distancia es posible decir que el General fue fiel a sí mismo. “Cárdenas no dejó de ser Cárdenas”, dirá con admiración Carlos Fuentes más de siete décadas después de aquel marzo fundacional, aun cuando reconocerá que “éste ya no es el México de Lázaro Cárdenas. Pero el México de hoy no existiría sin Lázaro Cárdenas.

Molcajete…

La altivez imperial. Hace unas semanas un joven palestino desempleado, Jalil Shreateh, descubrió una falla en Facebook y la reportó para ganarse la recompensa de 500 dólares que la empresa ofrece a quien encuentre desperfectos en esa red social. Mandó el informe y fue ignorado. Entonces por el mismo hueco se coló a la página personal del millonetas Mark Zuckerberg y demostró la vulnerabilidad. Ardió Troya. Los yuppies cibernéticos quieren la cabeza de Jalil por allanamiento en línea. El episodio me recordó el caso de Srinivasa Ramanujan, el genio matemático indio, tan pobre como Jalil, quien fue despreciado por la academia inglesa a principios del siglo pasado hasta que el gran Harold Hardy lo llevó a Cambridge. Creo que lo mismo sucederá con Jalil, y que en Facebook tendrán tiempo para mesarse los cabellos y rechinar los dientes. ¡Ay, la Pérfida Albión!

 

 

 

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