Las elecciones intermedias (midterms) en los Estados Unidos de Norteamérica celebradas la semana pasada retornaron a la “normalidad” el crispado clima político estadounidense desde que Donald Trump asumió el poder en enero de 2016. Esta importante aduana que renovó la Cámara de Representantes y 35 escaños de 100 que comprende el Senado tuvo una función plebiscitaria al evaluar al mandatario en turno. Esto no es nuevo en la democracia estadounidense y salvo contadas excepciones es normal que el partido en el poder, en este caso los republicanos, pierda el control de la Cámara de Representantes. No fue así cuando Roosevelt promovió el “New Deal” para recuperarse de la crisis económica que azotaba al país ni cuando George W. Bush enfrentó su las midterms luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 que destruyeron las Torres Gemelas de Nueva York provocando la primera guerra del siglo XXI.
Los demócratas alcanzaron 225 asientos en la Cámara de Representantes mientas que los republicanos se quedaron con 197. La victoria demócrata que les da mayoría absoluta en la Cámara de Representantes es un duro revés contra la administración Trump. Aunque el presidente haya celebrado en su cuenta de Twitter los resultados como un “tremendo éxito”, la realidad es que estos resultados implican que el presidente estadounidense rinda cuentas. Concretamente, el presidente no podrá pasar una nueva ley relevante hasta las elecciones presidenciales de 2020. El sistema de pesos y contrapesos impide, no obstante, que el presidente sea investigado sin la mayoría del Senado y aquí los republicanos tienen 51 escaños de un total de 100.
Aunque Trump perdió, en esta elección no hay un ganador definitivo. Trump apela a las familias de estadounidenses blancos que viven sobre todo en el medio rural y que tienen formación conservadora. A ellos se dirige continuamente cuando les habla de que sus empleos fueron arrebatados a causa de un comercio desventajoso para los Estados Unidos y a una creciente inmigración ilegal. A ellos les expone su idea del mundo, en la que su país siempre debe ser superior y negociar como superior con las demás naciones. Sin embargo, en las grandes ciudades existe un electorado mucho más multicultural y liberal que apuesta por la agenda demócrata. El mapa de los Estados Unidos aparece más dividido que nunca. Hay 23 estados de los demócratas por 26 estados de los republicanos. Las costas este y oeste, tradicionalmente más liberales, aparecen pintadas de azul, el color de los demócratas, mientras que el centro del país y Texas se tiñen del rojo de los republicanos. En Florida, los republicanos ganaron la elección a gobernador con 49.6% de los votos por 49.2% de los demócratas, una diferencia mínima que es representativa de la polarización que Trump ha provocado.
Donald Trump se ha convertido en un enemigo de la prensa de lo Estados Unidos, al día siguiente de las elecciones, le quitó el micrófono al reportero Jim Acosta de CNN que cubría su conferencia de prensa. Lo llamó grosero y le dijo que su cadena de televisión y él eran los verdaderos enemigos del pueblo al difundir “fake news” sobre su gobierno. El nivel de crispación entre él y los medios de comunicación puede ser una de las variables para entender los resultados de estas midterms. El electorado estadounidense normalmente valora el papel de una prensa crítica de sus gobernantes, y esta tradición republicana ha sido socavada por quien dirige a una nación que se fundó bajo principios democráticos.
Con estos resultados, la buena noticia es que su absurda propuesta de construir un muro en la frontera con México no pasará de ser parte de su discurso de odio hacia su campaña por la reelección de 2020. El tema de la inmigración será clave rumbo a ese momento y los demócratas sabrán ponerle freno y denunciarlo en el Capitolio. Justo ahora, con la caravana de migrantes provenientes de distintas partes de Centroamérica atravesando México, la discusión se agudiza entre ambos bandos, con la diferencia de que el presidente ya no tiene el respaldo de su mayoría legislativa. El país que ha mitificado como siempre próspero es hoy un país en extremo dividido debido a su discurso xenófobo. Por cierto que este nueve de noviembre se conmemoraron 29 años de la caída del Muro de Berlín, el último símbolo de la Guerra Fría y cuya caída modificó la distribución de poder mundial. Fueron las personas, y no las autoridades, quienes derribaron ese muro de frustración, vergüenza y odio.
Quizá lo mejor que hayan dejado las elecciones intermedias estadounidenses es la reivindicación de las personas como protagonistas del cambio social. Ahí están Rashida Tlaib e Ilhan Omar, primeras mujeres musulmanas en ser electas al Congreso, o Deb Haaland y Sharice Davids, primeras indígenas, así como Alexandria Ocasio-Cortez de 29 años, quien será la congresista más joven de Estados Unidos. Más de 100 mujeres fueron electas a la Cámara de Representantes. También mantiene su escaño, Bernie Sanders, el soñador que con 77 años ganó por más de 44 puntos porcentuales en su estado. La oposición a Trump se fortalece dentro y fuera de los Estados Unidos. La anomalía que representó su elección está cediendo a la crítica de una ciudadanía que ya no confía en el populismo como programa de gobierno. Al tiempo, veremos muy probablemente el mismo camino en nuestro país, cuando la realidad ofrezca, como ya sucede, pruebas de que no son las fórmulas mágicas las que dan resultados y mejoran de la noche a la mañana la situación de un país. Normalmente resultan más costosas.