La relación entre México y Estados Unidos ha sido históricamente compleja. En distintos momentos, la convivencia entre dos países tan distintos ha supuesto retos para los gobiernos, en la definición del interés nacional y en la defensa de temas que no están sujetos a la negociación diplomática. En otras palabras, la buena vecindad ha dependido de la búsqueda de coincidencias; puntos de encuentro para solventar motivos de controversia que pudieran suscitar conflictos. Por supuesto, para México es la relación de política exterior más importante; somos su principal socio comercial y compartimos una de las fronteras más dinámicas del mundo, en la que todos los días se mueven cientos de miles de toneladas de bienes. Ahora, el otro punto aun más sensible son las personas: México sigue siendo un país expulsor de migrantes, y en Estados Unidos las comunidades de mexicanos y oaxaqueños crecen, se fortalecen y reproducen formas de convivencia arraigadas a sus comunidades de origen.
Remontémonos en el tiempo. La preservación de la buena vecindad entre los siglos XIX y XX fue obra de ilustres mexicanos que marcaron el rumbo de la diplomacia mexicana hasta nuestros días. Uno de ellos, oaxaqueño, que sigue siendo un referente ahora institucional de la profesionalización de nuestro cuerpo diplomático es Matías Romero. Romero entendió muy bien que al país le convenía la relación de reciprocidad con los Estados Unidos. Como señala Olga Pellicer: “apenas se acercaba a los 27 años cuando su experiencia y conocimiento para moverse con acierto en el sistema político de Estados Unidos ya era considerable”. Romero, compañero infatigable de don Benito Juárez, fue clave para definir el proceso de cooperación entre México y Estados Unidos en un momento en el que persistían los agravios por la invasión de 1846, que concluyó con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo dos años después y la cesión por parte de México del territorio que hoy conforman los estados del sur de Estados Unidos.
Con este antecedente en mente, es innegable la importancia que tuvo para la generación de liberales encabezada por Juárez reconstruir la relación con Estados Unidos bajo una condición que no representara sumisión, sino reciprocidad. No se trataba, como no se trata aún, de ser vecino del país más poderoso del mundo y ya, sino de acordar en los términos del interés nacional lo que a México le conviene según sus propias circunstancias. Como es sabido, la tarea no ha sido fácil. No lo era ya desde tiempos del gobierno de Juárez: “preservar la independencia obligaba a buscar con urgencia el reconocimiento de su gobierno y el otorgamiento de créditos que permitiesen hacer frente a los problemas de la deuda; quizá, detener así la intervención de las potencias europeas. Lograr esos objetivos fueron las tareas encomendadas al joven Romero, quien desembarcó en Estados Unidos en 1859; las debía llevar a cabo en medio de una complejísima situación donde las divisiones políticas acercaban a Estados Unidos a una guerra de secesión”, afirma Pellicer.
Un siglo y medio después de aquella misión encomendada a un joven Matías Romero, que estaría aún por ser Secretario de Hacienda y Embajador de México en Estados Unidos —de hecho, murió antes de presentar sus cartas credenciales pues se había desempeñado como ministro plenipotenciario—, México y Estados Unidos han demostrado que son más fuertes los lazos que los unen que las diferencias que los separan. En este sentido y como un ejercicio inédito de paradiplomacia entre Oaxaca y la Embajada de Estados Unidos en México, la visita a nuestra capital del Embajador Christopher Landau es una señal de que nuestro estado pasa por un excelente momento para la cooperación internacional, pese a las circunstancias excepcionales impuestas por la pandemia. En su primer día de actividades en Oaxaca, el Embajador Landau se reunió en privado con el Gobernador Alejandro Murat Hinojosa y con la Presidenta Honoraria del DIF Oaxaca, la señora Ivette Morán, con quienes recorrió el Andador Turístico y el Jardín Etnobotánico. Más tarde, sostuvo un encuentro en el Salón Gobernadores del Palacio de Gobierno con funcionarios del Gabinete Legal.
Esta visita afianza los lazos entre Oaxaca y los Estados Unidos, al tiempo de recordar la gran aportación que las comunidades oaxaqueñas han hecho y hacen en sus lugares de residencia en nuestro vecino del norte. Es sabido que se han ganado el respeto y cariño en estados como California, Nueva York y Nueva Jersey. Junto a la comunidad poblana, tienen un rol destacado en las tareas de acción social para ayudarse entre ellos y enviar apoyos a sus comunidades de origen. Este capital humano valiosísimo es un motivo por el que vale la pena fomentar la cooperación con Estados Unidos. También, la reunión de trabajo con el Gobierno del Estado posiciona al estado como un destino para las inversiones, con proyectos de gran calado en marcha como el Corredor Interoceánico y las autopistas a la Costa y el Istmo que detonarán la conectividad interestatal en el estado. Seguramente, el Embajador Landau añadió estos valores adicionales a su definición de Oaxaca como “uno de los verdaderos paraísos de México”.
Es un fin de semana complejo, pues en Oaxaca preservamos nuestras tradiciones y la creencia de que nuestros fieles difuntos retornan, pero al mismo tiempo debemos ser conscientes de que el distanciamiento social es lo más importante para prevenir contagios por Covid-19. En este escenario, sin las actividades públicas de otros años, hay tiempo para compartir con la familia, como lo hace nuestro visitante distinguido; disfrutar de un delicioso chocolate con pan de muerto, y respirar las flores de Cempasúchil que alegran nuestros hogares. Seguramente pronto será posible y segura la visita a nuestros muertos en los panteones.
Por último, una pertinente reflexión sobre esta visita del Embajador Cristopher Landau y su familia a nuestra tierra tiene que ver con un gesto de amistad de otros tiempos, cuando México y Estados Unidos rindieron homenaje a sus mayores ejemplos de respeto a la ley y conducción del Estado, Juárez y Lincoln. No olvidemos que entre las avenidas Virginia y New Hampshire, a solo nueve cuadras de la Casa Blanca, se levanta en Washington el monumento a don Benito Juárez y que en la Ciudad de México un parque en Polanco hace honor a Lincoln, con la estatua donada por el presidente Lyndon Johnson en 1966. Como en su tiempo lo consignó el Washington Post, la declaración de Johnson en México fue: “Todas las naciones alaban con razón a sus propios hombres famosos. Pero solo un pueblo verdaderamente grandioso hace una pausa para rendir homenaje a los grandes de otras tierras”. Otra vez, es mucho más lo que nos une, como nuestros grandes héroes de la libertad, como lo entendió el gran Matías Romero, como la visita a Oaxaca del Embajador Landau. @pacoangelm