La lucha para frenar la pandemia a causa del Covid-19 se extiende por todo el mundo. Diariamente, no hay que perderlo de vista, cientos de miles de personas pertenecientes a los sistemas sanitarios de todos los países libran una batalla por salvar vidas en los hospitales. La intensidad se mantiene para médicos y enfermeras que están en la línea de fuego para ayudar a quienes enferman gravemente por el virus. Además, una cadena enorme de esfuerzos se realiza en otras áreas para prevenir los casos, desde quienes trabajan en los laboratorios para confirmar contagios hasta quienes sanitizan espacios públicos constantemente. También están quienes trabajan arduamente para producir ventiladores, mascarillas y medidores de temperatura, insumos imprescindibles en la nueva normalidad. De entre tantas tareas que se han impuesto en estos meses, la búsqueda de la vacuna que inmunice a la población mundial se ha convertido en una carrera contra el tiempo y en un factor de prestigio político a nivel internacional.
Desde los primeros brotes en Wuhan, China, la comunidad científica internacional se orientó a la búsqueda de una vacuna, para lo que fue indispensable conocer las características del nuevo coronavirus. Ante una enfermedad desconocida que colapsaba el sistema respiratorio de las personas, los referentes ya estaban ahí: la influenza AH1N1 y el síndrome respiratorio agudo severo, SARS. La solución era el desarrollo de una vacuna que previniera el contagio. China realizó un esfuerzo notable por aislar a su población y reducir en tiempo récord el ritmo de las infecciones, una estrategia basada en la mano de hierro bajo la cual funciona su sistema político. Después vinieron los contagios masivos en Europa Occidental, y ahora la peor parte de la pandemia está en Estados Unidos y América Latina. La primera oleada de la pandemia va a terminar con un saldo enorme de víctimas mortales y personas contagiadas sin que el mundo aún cuente con una vacuna; cuyo diseño, producción e implementación masiva es un proceso complejo que ha sido el tema de los últimos días.
Las potencias globales están conscientes de que el desarrollo e implementación de la vacuna juega en favor de sus intereses en el ámbito de la geopolítica. Si a principios de siglo anticipábamos que las guerras del futuro no serían por petróleo, sino por agua, hoy hay que actualizar el panorama y señalar que el primer cataclismo del siglo XXI ha puesto a prueba la capacidad de innovar y cooperar. Solo la cooperación de la amplia red de científicos que trabaja coordinadamente sin distinciones de raza, género o nacionalidad ha permitido avanzar en la búsqueda de una solución duradera al shock que también ha provocado una crisis económica insólita. Aunque hay países que avanzan por su cuenta.
El anuncio realizado la semana pasada por el presidente Vladímir Putin, respecto a que Rusia cuenta ya con una vacuna efectiva para detener el contagio por Covid-19 ha tomado por sorpresa a la comunidad internacional y a la Organización Mundial de la Salud. La posible inmunización suscita dudas por la velocidad con que se realizaron los ensayos clínicos y la opacidad de sus datos. Putin incluso ha afirmado que una de sus dos hijas se ha puesto la vacuna con éxito. El fármaco ruso, desarrollado por el instituto Gamaleya de epidemiología y microbiología lleva por nombre Sputnik V, en referencia al satélite pionero, puesto en órbita por la Unión Soviética en 1957, en una época en que la Guerra Fría y la carrera por la conquista espacial determinaban el comportamiento de las potencias mundiales. Por supuesto, aquella fue una derrota simbólica para Estados Unidos, que hoy, a más de medio siglo de distancia aparece nuevamente rezagado frente al potencial de la nación heredera de la URSS. Aunque Putin adelantó que la vacuna rusa ya ha sido aprobada, esto no quiere decir que se hayan concluido todas las fases que conlleva el proceso de su desarrollo. No se ha realizado la fase tres de ensayos masivos ni se ha publicado la investigación en las revistas científicas de primer nivel, estándares que sí cumplen la vacuna estadounidense de Moderna o la desarrollada por la Universidad de Oxford y AstraZeneca.
La vacuna rusa ya se ha probado en voluntarios militares y en dos grupos de civiles. Se prevé que la fase tres se realice al tiempo de aplicarla en varias regiones del país. Putin ha dicho que es una vacuna bastante eficiente y forma una inmunidad estable: “Me gustaría repetir que ha pasado todas las pruebas necesarias”, aseguró durante una reunión con miembros del gobierno, emitida por la televisión pública. A pesar del optimismo de Putin, Sputnik V no está en la lista de la OMS que da seguimiento a las seis inmunizaciones más avanzadas de un total de 26 vacunas candidatas alrededor del mundo. En ese registro, la vacuna rusa aún aparece en fase uno.
En tiempos vertiginosos para la comunicación, dar golpes mediáticos que se viralicen es fundamental. Ganar la carrera por la vacuna es posicionarse en las relaciones políticas y diplomáticas como nuevo líder mundial. Eso lo sabe muy bien Putin y por eso su anuncio es provocador y pone presión sobre otros líderes globales como Donald Trump, quien enfrenta su reelección en tres meses y llega con un desgaste notable luego del mal manejo de la pandemia en su país. Si Rusia avanza en la inmunización de su población —es el cuarto lugar a nivel mundial por número de infectados, se colgaría una medalla, pero no tanto como si su cooperación con otros países resulta exitosa. El gobierno ruso ha confirmado que ya recibió solicitudes por más de mil millones de dosis de su vacuna por parte de una veintena de países. Junto a sus socios extranjeros, Rusia produciría más de 500 millones de dosis por año en seis países: la India, Corea del Sur, Brasil, Arabia Saudita, Turquía y Cuba.
El presidente ruso es un negociador que ha sabido conducir con éxito a un país con una herencia totalitaria. Putin, quien fue agente de la KGB, la central de espionaje soviética, llegó al poder con el nuevo siglo. Aunque fue primer ministro de Rusia entre 2008 y 2012, esta pausa no impidió que volviera a la presidencia y se afianzara en el Kremlin en lo que parece ser ya un mandato indefinido. En 2018 ganó por 76% de la votación y su nuevo periodo termina en 2024, pero es sabido que el actual presidente ruso quiere extenderlo al menos hasta 2030. Por lo que Putin es estratégico y mueve sus piezas de modo que su liderazgo sea indiscutible dentro y fuera de la Rusia que en otro tiempo gobernaron los Zares. Bajo esta lógica, respetar los protocolos clínicos es menos importante que ganar tiempo y adelantarse al resto del mundo en la aplicación de una vacuna que logre la inmunización masiva. La intención velada es mostrar la fortaleza rusa que a finales del siglo pasado pasaba por su peor momento y ser el centro de atención por la próxima década. Su vacuna es el arma perfecta para enfrentar el futuro en posición de ventaja.
@pacoangelm