A mediados de los ochenta, el italiano Norberto Bobbio se preguntaba acerca del futuro de la democracia. No era una preocupación solo coyuntural, muchos eventos estaban sucediendo en el mundo y la división entre dos bloques de poder estaba en ebullición. Al paradigma de la democracia liberal que Estados Unidos intentaba conducir desde Occidente, se oponía el paradigma del mundo comunista, con sus mitos y secretos. ¿Cómo defender a la democracia si es un sistema que gestiona el conflicto? En El futuro de la democraciaBobbio desentrañaba el misterio: el problema no son los ideales democráticos sino su puesta en práctica, y por tanto su transformación. Hay ciertas promesas que una democracia nunca podrá cumplir. La primera de éstas tiene que ver con que bajo un régimen democrático el individuo ocupa un papel secundario pues son los grupos de poder el centro de atención de la acción pública.
En tiempos de crisis sanitaria y económica la reflexión sobre el futuro de la democracia se agudiza. Sin duda, las respuestas que se ofrecen para frenar la pandemia provocada por el coronavirus son distintas en cada país. Fue ridículo, pero al mismo tiempo ilustrativo de la crisis que vive la democracia estadounidense escuchar a Donald Trump decir que inyectarse desinfectante puede ayudar a curar enfermos de Covid-19. Bajo un régimen democrático la libertad de opinión está garantizada aun si se es el Jefe de Estado de un país. Con todo lo absurda que puede ser la declaración de Trump, son palabras que no causan sanción en su contra hasta que la gente salga a votar nuevamente en las elecciones de noviembre próximo. Al final del día, las elecciones son un mecanismo que hace justicia y premia o castiga a los gobernantes. De ahí el valor supremo de la democracia a pesar de todos sus claroscuros.
Cuando no provienen de los líderes políticos mundiales, las posiciones respecto a nuestro futuro tienen voces autorizadas en escritores, intelectuales y académicos. La consciencia crítica de nuestra sociedad que hoy aporta respuestas ante un panorama global difícil y sombrío que solo puede superarse con esfuerzos solidarios y articulados. Esta semana circuló una carta promovida por el escritor peruano y Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa en su calidad de presidente de la Fundación Internacional para la Libertad. En ella, más de 140 líderes de distintos países critican las medidas tomadas por algunos gobiernos que ponen en riesgo el futuro de la democracia. El pronunciamiento señala que “algunos gobiernos han identificado una oportunidad para arrogarse un poder desmedido. Han suspendido el Estado de derecho e, incluso, la democracia representativa y el sistema de justicia”.
La misiva va más allá: “En las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua la pandemia sirve de pretexto para aumentar la persecución política y la opresión. En España y la Argentina dirigentes con un marcado sesgo ideológico pretenden utilizar las duras circunstancias para acaparar prerrogativas políticas y económicas que en otro contexto la ciudadanía rechazaría resueltamente.”. El pronunciamiento que suscriben entre otros José María Aznar, Mauricio Macri y Álvaro Uribe, ex presidentes de España, Argentina y Colombia, respectivamente, así como Enrique Krauze, Fernando Savater y Angelo Panebianco concluye con un mensaje que deberíamos tomar muy enserio en México y América Latina: “A ambos lados del Atlántico resurgen el estatismo, el intervencionismo y el populismo con un ímpetu que hace pensar en un cambio de modelo alejado de la democracia liberal y la economía de mercado. Queremos manifestar enérgicamente que esta crisis no debe ser enfrentada sacrificando los derechos y libertades que ha costado mucho conseguir. Rechazamos el falso dilema de que estas circunstancias obligan a elegir entre el autoritarismo y la inseguridad, entre el Ogro Filantrópico y la muerte”.
Como lo señalamos aquí hace unas semanas, no hay una receta para que los gobiernos superen la pandemia, pero las medidas implementadas que buscan reducir el contagio mediante el aislamiento y la sana distancia deben mantener intactas las garantías de los individuos. Esta es la solución por la que apuesta la FIL pues está visto que la destrucción de instituciones no alivia los males de la sociedad. Cuando el personalismo se apodera de los gobernantes las soluciones suelen no ajustarse a la realidad, sino distorsionarla para complacer filias y fobias personales. Por eso el pronunciamiento de este grupo encabezado por Vargas Llosa tiene eco: porque no solo lo suscriben personas que han estado en las más altas esferas de toma de decisiones, sino también intelectuales que han dedicado su vida a entender las contradicciones de nuestra civilización.
Claramente hoy hay dos frentes de batalla en contra del Covid-19. El primero está en los hospitales con nuestros héroes sin capa, médicos y enfermeras principalmente, que están salvando vidas frente a un virus para el cual no hay vacuna ni tratamiento específico. Los esfuerzos que llevan a cabo son muestra de que la medicina es una vocación y una profesión con profundo sentido social. El segundo frente de batalla está en manos de los gobiernos, especialmente los que conducen a cada país y requieren la suficiente habilidad para organizar esfuerzos y promover soluciones en tiempo récord. Vista la crisis económica que se avecina, lo más importante es que los gobiernos, sin importar su signo ideológico, sepan unir a los sectores sociales para avanzar en conjunto. En nada abonan las divisiones que se generan desde el poder en momentos en los que se necesita una gran alianza para que las empresas privadas resistan y las personas tengan los medios suficientes para subsistir en tanto el mundo vuelve a la normalidad.
Vargas Llosa, un imprescindible de la literatura hispanoamericana, autor de Conversación en la catedral y Tiempos Recios, su más reciente novela, ha dicho que el progreso sin libertad está lisiado. Ha sido también crítico respecto a la fórmula china en la que se fusionan un sistema de gobierno autoritario con una economía de mercado. En uno de los peores momentos de nuestra convivencia, que por primera vez no está delimitada por fronteras geográficas sino por una conversación mundial sobre las virtudes y vicios que brotan en tiempos de la pandemia, tenemos aún márgenes para la libertad. El gran desafío es hacer verdadera aquella promesa que Bobbio creyó imposible en la práctica, que el individuo retome su papel central en la vida pública. En consecuencia, ningún gobernante debería sentirse con el poder suficiente para destruir las instituciones que ha costado tiempo y enorme esfuerzo construir. La libertad al final del día es un valor imperecedero, que trascenderá la estela de muerte y desasosiego temporal que padecemos.
Sería un grave error creer que hoy debemos ceder las libertades conquistadas a gobernantes populistas, que creen que gobernar se limita a dialogar con quienes piensan igual a ellos.
*Director General del ICAPET.