La elección presidencial en los Estados Unidos se ha convertido en la más polémica de su historia. La contienda entre Donald Trump y Joe Biden se ha cerrado en los llamados “estados clave”, los cuales aportan los votos electorales definitivos para que un candidato pueda proclamarse ganador de la elección. Por el diseño de su sistema electoral, en Estados Unidos no gana el presidente que obtenga el mayor número de votos de los ciudadanos, sino aquel que obtenga el mayor número de votos por estado, de un universo posible de 538 votos, por lo que el ganador debe alcanzar un mínimo de 270. Al momento de escribir este artículo, Biden había ganado el estado de Pensilvania y con ello se ha convertido virtualmente en presidente electo de los Estados Unidos con 284 votos sobre 214, al tiempo que se han ralentizado los conteos en los estados clave de Nevada, Georgia y Arizona. Con todo, estos resultados ya no afectarán la victoria de Biden.
La noche del martes pasado la situación parecía distinta, y es que Trump mantuvo bastiones del Partido Republicano y se impuso en estados que se consideraba que podrían cambiar de color rojo a azul, los distintivos de los partidos Republicanos y Demócrata respectivamente. En Texas y Florida, Trump obtuvo ventajas cómodas, lo mismo que en Ohio e Indiana, entre otros estados del centro del país. Desde 2016, se analizó como este voto concentrado en las zonas rurales y predominantemente ejercido por personas blancas y religiosas, había respondido favorablemente al discurso de Trump que apostaba por el cierre de fronteras en lo real y en lo simbólico, por la defensa de ciertas creencias sobre otras, y por el debilitamiento institucional debido a una presidencia de tipo autoritario.
Hay que entender que Trump no es una causa del desprecio sistemático a las minorías étnicas que con el paso del tipo se han convertido en mayorías: los afroamericanos, los latinos o los asiáticos, a los que constantemente culpó de los graves problemas de Estados Unidos. Trump más bien es una consecuencia del pensamiento cotidiano de millones de estadounidenses que creen que América para los americanos es una premisa asociada al tono de piel y las creencias religiosas de un solo orden. Esta visión es, a todas luces, generadora de polarización social, pero también una justificación para discriminar en la mente de quienes en 2016 se volcaron a apoyar al candidato proveniente de la televisión y los bienes raíces. En parte de ahí se explica que en esta elección, en el lugar de su residencia: la Trump Tower de Manhattan, el magnate haya obtenido apenas 15% de la preferencia de votos por 85% de Biden. Con todo, el rechazo se concentró en ciertos condados, y en los tradicionales bastiones demócratas como Nueva York y California, mas no en el resto del país. Cuatro años no bastaron para que perdiera a su base electoral, es más, se podría decir que la afianzó.
Luego de la jornada electoral del martes pasado, el presidente Trump ofreció un mensaje en la madrugada en el que de inicio acusó un fraude masivo en apoyo de los demócratas. A esta declaración ha seguido una más en la que habló de la judicialización del proceso y de acudir incluso a la Corte Suprema para que anule la elección en algunos estados donde a su parecer se cometió fraude a través del voto adelantado vía correo. Precisamente en los estados que aún no se definen existe un rezago en el conteo por el sufragio vía correo debido a la pandemia por Covid-19. Ahora, en la narrativa trumpista y al ver que ciertos estados no lo favorecen para refrendar su mandato, ha señalado irregularidades sin aportar elementos de prueba. Por esto, y debido al auge de las fake news durante su gobierno, es que en su conferencia del pasado jueves sucedió un hecho inédito en la comunicación política cuando varias cadenas de televisión, entre ellas, ABC, CNN, MSNBC y Univision suspendieron o interrumpieron la transmisión de su mensaje por falsedades como la “existencia de un voto ilegal” que alegó. Terry Moran, presentador de ABC News, criticó al mandatario por no presentar pruebas de sus acusaciones de fraude: “Este no es un reality de televisión, esto es una elección americana y usted necesita evidencia para respaldar esa clase de señalamientos”. Esta elección atípica también ha reafirmado el papel de los medios independientes para poner freno a la desinformación y el engaño de los gobernantes populistas.
En la historia de las elecciones presidenciales en Estados Unidos no se había visto una actitud de tanto desprecio hacia la organización electoral que recae en los estados y en la ciudadanía. Despreciar el voto es despreciar la democracia, y lo que ha sucedido desde el martes pasado es la exhibición de un presidente acorralado, que sabe que su tiempo en la Casa Blanca está contado y que en enero próximo esta sede tendrá un inquilino demócrata. En contraposición a Trump, Joe Biden ha sido prudente en sus declaraciones posteriores a la elección. Desde su cuartel de campaña en Wimington, Delaware, señaló: “no tenemos una declaración final pero los números son claros; vamos a ganar esta contienda con una clara mayoría, con una nación detrás de nosotros, tenemos más de 74 millones de votos”. En relación con el voto popular, Biden aventaja a Trump con más de cuatro millones de votos al momento. Si bien es cierto que hace cuatro años Hillary Clinton también obtuvo más votos que él y aun así perdió por las reglas del sistema, esta vez la ventaja es contundente y en los hechos Biden se ha convertido en el candidato más votado de la historia de Estados Unidos. Por eso su mensaje a la nación era clave: “podemos ser oponentes, pero no somos enemigos; somos estadounidenses; tenemos que dejar la ira y la demonización detrás”.
La elección presidencial y la definición este sábado de los 20 votos electorales de Pensilvania a favor de Biden, estado que hace cuatro años ganara Trump, se explican por dos procesos de descomposición social innegables. El primero es el descontrol sobre la pandemia por Covid-19, que hoy mantiene a Estados Unidos como el principal país del mundo en número de casos y de fallecimientos, y el segundo es el movimiento Black Lives Matter, que con todo y las restricciones de distanciamiento social se convirtió en los últimos meses en un indicador de conflicto en varias ciudades importantes del país.
Este movimiento, activado a partir de la muerte del afroamericano George Floyd, víctima de abuso policial de un oficial blanco, fue en definitiva una prueba que Trump no pudo superar. No supo o no quiso llamar a la reconciliación de los norteamericanos, sino que, en la búsqueda de refrendar la confianza de su base militante, atizó las veces que pudo la polarización social. En este contexto, Biden debe servir para hacer a América grande otra vez pero con la suma de todas. Un Estados Unidos más democrático, más plural y más tolerante le conviene al mundo entero. Eso esperamos de quien se convertirá en el 46° presidente en la historia de Estados Unidos.
@pacoangelm