La canciller alemana Angela Merkel está en la antesala de dejar el cargo más importante en su país, al que accedió en 2005. Merkel se convirtió así en la primera mujer en fungir como jefa de gobierno de una nación sumamente fuerte, cuyo papel en las guerras mundiales del siglo XX no determinó en absoluto su futuro. De las cenizas del régimen nazi y luego de un largo periodo de partición que no culminó hasta 1989, luego de la caída del muro de Berlín, Alemania se ha convertido en una potencia científica y tecnológica, además de una fortaleza política y financiera para Europa. El liderazgo alemán en el mundo occidental es innegable en nuestros días, pero vale la pena preguntarse cuánto de este liderazgo traducido en prestigio ha venido de la mano de lo que ya se conoce como la Era Merkel; ni más ni menos que los últimos tres lustros de vida pública en Alemania y Europa.
En primer lugar, hay que señalar que Merkel no es una política, o al menos no una política convencional. Al asumir su mandato a los 51 años, sus mayores credenciales eran ser doctora en química cuántica y de formación física. Así que el perfil científico de esta mujer sería determinante para tratar los asuntos públicos en los años siguientes. Los retos no se dejaron esperar y Merkel tuvo que enfrentar crisis de gran magnitud como el gran shock financiero de 2008. A esto se sumaron las constantes amenazas de disolución de la Unión Europea cuya mayor consecuencia práctica fue la salida de Reino Unido de este organismo supranacional, el llamado “Brexit”, luego del plebiscito de 2016. Y sin duda, una crisis sin igual fue la producida por las oleadas de inmigrantes provenientes de países del mundo árabe, predominantemente Siria, que llegaron por miles a Europa escapando de la guerra, el hambre y la miseria desde 2015.
La hasta ahora líder de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania actuó con prudencia y vocación democrática en cada momento. Sus discursos han sido calificados como un elogio a la razón y a la transparencia. No hay detrás de las acciones de la canciller alemana intenciones ocultas, sino un plan de cómo enfrentar los problemas, asumiendo que las soluciones siempre tienen costos. Pero frente a las decisiones difíciles, la popularidad no fue un costo que le pesara. Merkel no es una líder carismática que busque el fervor de las multitudes hacia su figura. Como se ha evidenciado en redes sociales, en ocasiones la canciller sale de su oficina acompañada solamente de un guardia de seguridad para ir a comprar un sándwich a la cafetería más cercana. Su estilo de gobernar se ha basado en el profesionalismo y, lejos de considerarse una figura eminente, se considera a sí misma una simple servidora pública.
Las comparaciones suelen ser odiosas, pero también permiten contrastar talento y habilidades; visiones y realidades. En contraste con Merkel, otro de los líderes que ha marcado las primeras décadas del siglo XXI ha sido Vladimir Putin. El presidente de la Federación Rusa es heredero de una potencia que en su tiempo fue imperial, gobernada por soberbios zares y que hoy, después del experimento de socialismo real fallido, ha sabido recuperarse como una potencia capitalista en toda la extensión del término. Pero a diferencia de Merkel, Putin no es un demócrata. No hay vocación por la discusión pública, por el debate de ideas ni por la competencia partidista en quien hoy gobierna el país más extenso del planeta. Admirado por unos y aborrecido por otros, Putin se ha convertido en un líder autoritario: ha gobernado ininterrumpidamente desde 1999 pese a que entre 2008 y 2012 dejó el puesto a su incondicional Dmitri Medvédev, para fungir como primer ministro. La Rusia del siglo XXI ha sido la Rusia de Putin, defensor de valores tradicionalistas y persecutor de opositores políticos.
Mientras Merkel es aplaudida en el parlamento alemán, Bundestag, en vísperas de dejar el cargo, Putin enfrenta las manifestaciones más relevantes de las que se tenga registro en Rusia en lo que va de este siglo. La semana pasada fueron detenidas más de dos mil personas que protestaban por el encarcelamiento del líder opositor Alexei Navalny, a su regreso a la patria de los zares. Precisamente, Navalny volvía de Berlín, donde se recuperó del ataque con un agente nervioso que sufrió en Rusia en agosto pasado y que casi lo mata. La principal acusación de Navalny se ha centrado en la corrupción del régimen liderado por Putin. Recientemente, este opositor publicó un documental sobre un majestuoso palacio a orillas del mar Negro, el cual asegura que es propiedad de Putin. En palabras de Navalny, citadas por la BBC: “No es una casa de campo, ni una cabaña, ni una residencia. Es una ciudad entera, o más bien un reino”. Esta residencia espléndida se ubica en la ciudad turística de Gelendzhik y la investigación asegura que es 39 veces del tamaño de Mónaco.
Las protestas de los últimos días en Moscú y otras ciudades principales de Rusia evidencian la descomposición de un régimen que se asume invencible. Putin parece molesto con el regreso a su país de un fuerte opositor que ha basado su agenda en el combate a la corrupción y que no ha temido en señalar a la nueva oligarquía rusa como la causante de los problemas que afectan a su país. No hay para Navalny ninguna garantía de que pueda competir políticamente luego de su arresto injusto, como acusan sus miles de seguidores. Putin no parece preocupado de las sanciones internacionales que esta persecución pueda acarrear para una economía que padece los efectos de la pandemia por Covid-19.
La comparación de liderazgos permite encontrar rasgos de carácter distintos que marcan también gobiernos con vocaciones distintas. No es atribuible al líder todo lo que sucede en un país, pero sin duda éste tiene un peso fundamental para transformarlo y sobre todo para ampliar las libertades civiles. En Alemania hoy se habla del legado de una mujer que con seriedad ha sabido sortear las dificultades; no enfrenta protestas masivas, no tiene una obsesión por quedarse en el cargo, no piensa solo en las cuatro paredes que la rodean, evalúa también el futuro de Europa y el mundo. Este es el mayor contraste con su homólogo ruso. Con 75% de aprobación, Merkel se prepara para disfrutar de su retiro luego de sentar las bases de un Estado alemán donde la democracia representativa tiene sentido. Se le recordará como la gran líder europea no por su megalomanía sino por su prudencia, estabilidad y centralismo inclusivo, lo que la escritora Géraldine Schwarz llama “la magia de una gobernante”. Coincido totalmente.
@pacoangelm