La cohesión social: Moisés MOLINA

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La cohesión social: Moisés MOLINA

“No olvidamos ni queremos olvidar el dulce título de mexicanos,

Aunque la traición y la calumnia y todos los rencores de

Partido, colmen nuestra existencia de maldiciones y amarguras”

P. Arriaga

 

Ríos de gente desembocan en un océano llamado “Palacio de los deportes”. La singularidad de acontecimientos como este, bien puede despertar una espontánea iniciativa para que “el palacio” lo sea también de los espectáculos, de las artes.

Es Metallica, más que un grupo musical, una banda de rock y más que una banda de rock, un fenómeno de masas. Si un ejemplo del efecto de la globalización en la música se nos pide, creo que el cuarteto de San Francisco, sin problema, compite por el arquetipo.

Puestos, puestos y más puestos. Souvenirs (ropa preponderantemente) se venden no solo en el camino que lleva al acceso principal; el perímetro de la notoria y contrastante construcción también se inunda a ambos lados, como un dique al torrente humano.

Casi nadie se conoce, pero la camaradería se siente. La felicidad es compartida y al interior del poliedro, deviene en euforia. Cada quien carga su motivación para estar ahí desde muy diversos lugares. Algunos viajamos horas, al de “al lado” le toma 10 minutos el trayecto desde casa. Mujeres y hombres por igual; muy jóvenes y ya no tan jóvenes; rockeros chic y la icónica “banda”; güeros que parecen acarreados a un mitin de Mitt Romey y hordas de quienes no podemos negar racialmente la cruz de nuestra parroquia. México está representado y unido por una vocación, por un sublimado gusto: la música.

Yo no quería morirme sin ver a mis primeros héroes musicales en vivo. Dos veces me quedé en el intento y ahora sí el dicho popular fue profético: “la tercera es la vencida”. Muchas veces me han preguntado qué me hace preferir el rock, se me ha controvertido con reproches de “puro ruido”; me han provocado groseramente con la irracional duda de que pueda considerarse música. Para la gente ordinaria, esta música, que es la música de millones, es una afrenta a Euterpe. Cada vez somos más los extraordinarios.

Alguna vez, como pretexto para afrontar la evaluación de uno de mis cursos de “métodos de investigación”, cuando las computadoras eran una excentricidad y un lujo, redacté algunas cuartillas en torno al rock, su historia y su genealogía. Intenté con inolvidable éxito escolar racionalizar lo que hoy se me revela prominentemente intuitivo. El rock se explica más fácil y de mejor manera con la fenomenología de Husserl. Puede tener nada que ver con la razón y todo con el espíritu.

Aislados en la geometría interior de la concavidad todos nos entregamos a la pasión, una por cada uno de los asistentes. No era una fiesta, era algo más, un ritual irrepetible. La carga simbólica era el elemento de peso. Las gradas llenas y la zona de pista al pie del escenario convertida en asamblea plebiscitaria era un ejercicio de democracia directa donde el voto por aclamación de 6 mil almas era unánime: “¡¡¡METALLICA!!!”. No queriamos a “Voltax” (agrupación mexicana que abriendo este concierto consolidaba su internacionalización), todos estábamos ahí con espíritu exclusivo y excluyente para los cuatro jinetes (the four horsemen).

A nadie perturbaba la probable perversidad mercadológica que había seleccionado a México como punto de partida para celebrar los 30 años de la agrupación. Éramos letras de la historia que se estaba escribiendo y asumíamos nuestro papel en una improvisada pero puntual coreografía de  libertad, autenticidad, valor, rebeldía, originalidad, vitalidad, emoción, fidelidad y tolerancia. La zona de pista era según el dicho de Alejandro Lora “un desmadre bien organizado”. Preservativos inflados trasmutaron en auténticos globos aerostáticos; la temperatura del aire que emanaba de la masa humana hacía prescindibles las manos para mantenerlos lejos del suelo.

El ensamble iba y la muchedumbre se seguía compactando al límite del desmayo que en pocos casos se dio, pero sin mayores consecuencias. Los “metaleros” solidarios evacuaban a las víctimas de la presión y el calor. Aquello era un sauna de manos levantadas con el anular y el dedo medio encogidos y nos volvimos a bañar con música. Era el bálsamo del rock el que recorría nuestra piel y aliviaba el espíritu más apesadumbrado. Terminamos el concierto como quien termina un medio maratón: con el cuerpo cansado, pero el espíritu rebosante y la mente despejada, limpia.

La música demuestra posible lo que en México a escala completa parece hoy imposible. Cohabitábamos un mismo espacio en civilizada libertad, respeto mutuo, solidaridad, orden y satisfacción priístas, obradoristas, #yosoy132, “sociedad civil”, clasemedieros, “burgueses” y uno que otro vaquero rockanrolero; profesionistas, ninis, mujeres completas y mujeres a un paso de la hombría. Protagonizamos una demostración de que el único factor que nos mantiene divididos en el presente es aquello que tiene por fin supremo la manutención de la cohesión social: la política. Y fue a la vez una lección de que la reconciliación nacional es algo no solo deseable, sino posible.

No hay que buscar algo por encima de la política. Hay que elevar la política, desde las universidades y bajando a los hogares, al los valores inherentes a la naturaleza humana. Valery le llamaba “la política del espíritu”.

El psicólogo del deporte de la Universidad de Brunel, Costas Karageorghis, cree que existe un vínculo entre la música y el éxito en el desempeño deportivo. ¿Qué impide que el vínculo exista entre aquella y el éxito en la vida?

Todos los días aprendemos algo nuevo de manera consciente o inconsciente; de mi participación en este ritual urbano gano la certeza de que el arte, subjetivo como es en su interpretación y asimilación, es necesario para la vida; que no somos solo materia, ni solo mente. Que la música puede ponernos en disposición para ser, como convoca Glenn Danzig, fuertes en cuerpo, mente y espíritu. 

@MoisesMolina

Fb:// Moisés Molina