¿Has pensado en irte del partido? ¿Has pensado en afiliarte a un partido?: Moisés MOLINA

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Siempre es un bálsamo la oportunidad de estar frente a grupo. La cátedra es uno de esos trabajos que con peculiaridad se agradecen. Los espíritus jóvenes siempre volcánicos y sus mentes alertas y receptivas son un regalo para quien carga siempre semillas, aunque pocas, en algún lugar de la indumentaria.  Dicen que algunos profesores roban juventud, ¿Por qué nunca se acusa a los pupilos de robar experiencia? El aula es, en todo caso, un espacio de libre cambio donde todos toman lo mejor de los demás y cuando se entrega cuidadosa y esmeradamente, se reproduce. Todos quieren aprender más y todos tienen consciente o inconscientemente, nuevas cosas que enseñar.

 

No solo de los “instructores” aprenden los instruídos , aprenden también de sus compañeros y entre todos, en buena medida instruyen a su instructor. Le enseñan o le recuerdan la tolerancia y la justicia; la humildad y la libertad; la solidaridad, el compromiso y el desinterés egoísta. La mejor paga no va a la cuenta de banco, va a la mente y al espíritu.

En el aula todos hablan. Se enseña y se aprende simultáneamente en dos vías. El que formalmente enseña, comparte lo que ha tomado prestado de los libros y de otros catedráticos que han dejado huella en su vida. Abre el archivo y pone a disposición de los que formalmente aprenden, todas esas huellas. En el cenit del proceso “instruye” que no todo está perdido, que hay esperanza de que las cosas mejoren; es capaz de enseñarlo porque sus interlocutores se lo recuerdan cuando parece haberlo olvidado.

Pocos jóvenes “saben” lo que pasa aquí afuera, pocos son los que van más allá de las mediaciones del entorno familiar nuclear, incluída la TV que se enciende en casa. Para muchas familias a las que ellos pertenecen, lo público existe solo cuando causa afectación directa y decisiva sobre uno de los miembros, para bien o para mal. Es entonces cuando hay que situarse en contra o a favor, de los gobiernos o de los partidos políticos, fundamentalmente.

Los jóvenes en el aula tienen, todavía,  más intuiciones que certezas. ¿Cuál es el punto final del camino? La libertad ¿Y su método? La verdad. No por nada una de las consignas más populares, pero menos entendidas, de la historia es: “La verdad os hará libres” y la verdad habrá de encontrarse en la libertad.

La verdad no admite incondicionalidad; sin verdad no hay obediencia, disciplina ni institucionalidad que valga. Pedir que se obedezca o se admita sin pensar va contra la condición humana, contra la razón, contra su dignidad. Esto aplica  al ámbito privado y público y dentro de este último, la política y sus mediadores, los partidos políticos son omnipresentes.

¿Cuál es la razón de ser de los partidos políticos? La mediación. Al ser, tal como los conocemos hoy en día, resultado de la evolución y reconocimiento legal de los partidos de masas formados en la clandestinidad a principios del siglo XX, por obreros principalmente, perviven porque tienen atribuídas determinadas funciones para mediar entre la escena política y otros ámbitos de la vida como el económico, el cultural y entre otros, el familiar.

¿Cuáles son estas funciones?

1) La socialización política, es decir, educar a los ciudadanos en la democracia. La propia ley electoral y sus normas internas o estatutos les obligan a la promoción de los valores democráticos, los derechos humanos, la tolerancia, el derecho al disenso y a más de ello, a capacitar a sus miembros en los principios ideológicos del partido y a difundirlos entre la ciudadanía a través de medios de difusión, publicaciones, escuelas de cuadros y en general, centros de transmisión de sus ideas.

2) Movilización de la opinión pública. Los partidos políticos deben permitir que se expresen las opiniones, pareceres y criterios de la sociedad civil para convertirlos en acciones concretas a través de los gobiernos.

3) Representación de intereses, que deben ser, cualesquiera que sean (de grupo, de clase, de actividad o profesión, etc), intereses generales.

4) Legitimación del sistema político, manteniéndolo estable, eficaz y aceptado entre los ciudadanos, a través de la integración de los órganos del Estado.

5) El reclutamiento y la selección de gobernantes valiéndose de métodos  y procedimientos democráticos internos para la elección de candidatos.

6) Organización de las elecciones, mediante su influencia en la elaboración de la legislación electoral y su papel en todas las etapas del proceso electoral.

7) Organización y composición de los poderes públicos, fundamentalmente el ejecutivo y el legislativo.

¿Cuántas de estas funciones cumplen con verdad nuestros partidos políticos? Dejo la respuesta –amable lector-  a su arbitrio.

Cuando el interés general es suplantado por intereses particulares; cuando los partidos hacen de sus procedimientos de democracia interna simulaciones o en circunstancias de excepción legitiman el autoritarismo cupular para imponer en sus dirigencias a cualquier persona, entregando totalmente el partido a una “oligarquía” como lo teorizó Dahl; cuando los órganos estatutarios de capacitación electoral y divulgación ideológica son apéndices de sus estructuras estatales; cuando el disenso es visto como indisciplina y estigmatizados quienes disienten y cuando el desprecio mutuo se entroniza entre dirigentes partidarios y ciudadanos, llegamos a pensar que todo está perdido.

Pero los jóvenes limpios nos contienen y nos dicen que no todo está perdido. Mientras haya generaciones, hay esperanza. Una cosa es cierta. Los partidos no cambiarán desde fuera. De ahí la comodidad que un ambiente de repudio ciudadano representa para las cúpulas partidistas. El efecto natural del repudio es el alejamiento, la toma de distancia y no hay mejor aliciente para la opacidad y la impunidad que el distanciamiento.  Que mejor pudiera ocurrir para esas cúpulas, que todos los militantes inconformes renunciaran a sus partidos. Sería benéfico, muy benéfico para ellos, no para los partidos.

No hay alternativa, por el momento, a los partidos políticos. Las candidaturas independientes aún son entelequias. La respuesta, entonces, debía ser lógica. Que la ciudadanía inunde los partidos o al menos, que esté al pendiente de ellos y que sus militantes hagan uso de todos los recursos que la ley pone a la mano en los propios estatutos (comenzando por la libertad de disentir) y en la Ley General del Sistema de Medios de Impugnación en materia electoral.

Nuestros partidos están enfermos, en crisis. Son entidades de interés público, no nuestros enemigos. Es deber de la ciudadanía curarlos, aunque el remedio resulte muy doloroso.

Twitter: @MoisesMolina

moisesmolinar@hotmail.com