Esas cosas de la pluma: Horacio Corro Espinosa

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horacio corroEs probable que en la mayoría si no es que en todas las familias se dé el mismo caso. Nosotros, que vivimos en provincia, muchas veces no encontramos en nuestra comunidad ni alrededor de ella, una escuela que nos permita estudiar lo que queremos, es por eso tenemos que abandonar nuestra comodidad familiar para irnos a otra ciudad.

El primero de los hijos que les plantea a sus papás que tiene que irse a estudiar a otra ciudad porque ahí no hay la carrera que quiere, siempre encontrara resistencias. La familia se opondrá a que el hijo se separe del nido, por lo que le hacen propuestas de otras carreras que hay en la ciudad o en lugares más cercanos.

El primero de la familia que sale de la casa, es al que le toca romper el cascarón para que los hermanos menores, posteriormente, salgan a estudiar sin tanta oposición.

Cuando a mí me tocó salir me dijo mi mamá: si te vas, pero tienes que trabajar también. Y así fue. Durante todos mis estudios me dediqué a trabajar. En las mañanas dibujaba y en las tardes estudiaba. Hasta ahí yo no tenía problemas. Los problemas llegaron cuando le plantee a mi familia que lo que estudiaba no me gustaba y que me iba a cambiar de carrera, que me iba a estudiar letras.

A partir de ese momento la mayoría de mis familiares se me vinieron encima cuando me comenzaron a preguntar que de qué iba yo a vivir. Esta historia es la misma en todos los que nos dedicamos escribir.

A los que escribimos siempre se nos ve como a bichos raros. Incluso, la gente siempre te pregunta lo mismo y te insisten como si les hubieras tomado el pelo: no de veras ¿en qué trabajas?

Pues escribiendo, ya te dije.

Uno de mis tíos me dijo: y para qué te vas tan lejos a estudiar. Si quieres, yo te consigo un escritorio, una silla y una máquina mecánica para que te pongas a escribir atrás de la puerta del mercado, vas a ver que ahí vas a tener muchos clientes. Te van a pedir que les rellene sus formularios, que les hagas cartas de amor o que le escribas los telegramas.

Las palabras de mi tío parecían como maldición. Muchos de mis cuates me pedían que les escribiera la carta o el poema amoroso y cursi para la novia. En realidad, por hacer eso ninguno me pagaba.

Cuando regresaba de vacaciones a mi tierra, las preguntas invariables eran: ¿y ya estás ganando con lo que estudiaste?

Pero eso no era lo peor. Cuando yo comenzaba a pensar en serio con alguna mujer siempre me advertían: “O te pones a trabajar de a de ­veras o aquí muere todo lo nuestro”. Y siempre terminaba todo.

Los cuates, como siempre, dispuestos a consolarme, se ponían paterna­listas al prometerme conseguir un trabajo bastan­te bien remunera­do. Aunq­ue claro, ellos no lo tenían.

Pero los que nos dedicamos a la pluma no entendemos,parece que nos gusta seguir estropeándonos los riñones, pi­cando piedra con el dedo frente a la máquina y restándole luz a nuestros ojos, aunque dicen que para ser es­critor, más que uti­lizar la cabeza se necesita un par de buenas posaderas.

Lo curioso es que si uno publica algo, la mayo­ría de los amigos o simples conocidos se sienten con derecho a exigir: No te olvides que me lo tienes que regalar, ¿eh? Aunque ellos nunca regalan el alquiler de la casa, una sentada a comer, una consulta médica ni una ropa ni un nada de nada. Sin embargo, uno tiene que regalar el producto de muchos días de trabajo, por­que casi nadie considera que escribir un cuento, un poema, una no­ta periodista es trabajo. Todo esto, no lo digo por soberbia ni por egoísmo, lo digo porque es cierto. Casi todos somos muy mal pagados.

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Facebook: Horacio Corro

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