Los Juegos Olímpicos son, junto con el Mundial de Fútbol, las dos justas deportivas más vistas y seguidas en todo el mundo. Suscitan una emoción sin igual pues reúnen a los mejores equipos y deportistas. Las Olimpiadas son reflejo de la historia de la humanidad y nos recuerdan que la sana competencia debe prevalecer por encima del conflicto y de las diferencias. Son una herencia griega que se mantiene viva y que organiza un cúmulo de actividades permanentes. Ser atleta olímpico es sinónimo de prestigio ganado a base de esfuerzo, disciplina y superación. Llegar a esa justa es ya una hazaña en la vida de cualquier ser humano.
Sirva esta introducción para dimensionar la decisión tomada por el gobierno japonés en conjunto con el Comité Olímpico Internacional de posponer los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 que estaba previsto que se celebraran a partir de julio próximo. La decisión es una excepción si se enmarca en la historia de los Juegos Olímpicos en la era moderna, que en sus 124 años de historia solo han sido cancelados en 1916, 1940 y 1944 a causa de la primera y la segunda guerra mundial, respectivamente. Curiosamente, los de 1940 iban a celebrarse en Tokio, lo que finalmente no sucedió porque Japón entró en guerra con China. Se pospusieron a 1941 y se asignaron a Helsinki, pero aquella guerra, el mayor conflicto bélico en la historia, provocó que finalmente se cancelarán. Tokio hospedaría los Juegos Olímpicos hasta 1964, la primera justa olímpica realizada en Asia.
Si la historia de las olimpiadas nos dice algo acerca de la naturaleza humana es que deben suceder eventos extraordinarios y lamentables para que no se realicen conforme a su calendario. La propagación del Covid-19 alrededor del mundo ha venido a romper la tradición por primera vez en el siglo XXI, señalando el reto que la humanidad enfrenta actualmente. El primer ministro japonés Shinzo Abe ha señalado que “los Juegos de Tokio serán la luz al final del túnel y señalarán el triunfo de la humanidad”. Un triunfo que actualmente juegan en primera línea miles de profesionales de la salud que enfrentan a un enemigo común: el nuevo coronavirus.
Al momento de escribir este artículo hay más de 597 mil casos en el mundo, y han fallecido más de 131 mil personas. Por primera vez, el mayor número de infectados ya no es China, lugar donde surgió, sino Estados Unidos, donde se registran más de 104 mil casos. En México, apenas se han detectado 717 casos y se registran 12 pérdidas humanas. El contagio, como en toda pandemia, crece vertiginosamente. El gran reto que enfrentan los países es doblar la curva de contagios, que el número de casos decrezca a partir de un pico, objetivo que China alcanzó apenas y que los países europeos buscan alcanzar urgentemente, especialmente Italia y España, donde además de concentrarse el mayor número de casos el índice de letalidad ha sido más alto.
Cuando señalo que el reloj olímpico se ha detenido en el tiempo es también por una razón práctica. En función de los registros comerciales y las estrategias de marketing de un evento que tiene costos muy altos, y también porque el logo con el año 2020 ya se ha puesto en millones de souveniers. Por ello el nombre oficial de los Juegos Olímpicos de 2021 seguirá siendo Tokio 2020, cuando el próximo año reciban a 11 mil deportistas de 206 países. Estamos a más de un año de la justa olímpica que se celebrará en un mundo afectado por una gripe atípica, que tiene luchando a miles de personas alrededor del mundo y a los gobiernos buscando soluciones adecuadas para su tipo de población. El mundo entero, como lo retrataba la revista inglesa The Economist en su portada de la semana pasada, se encuentra en cuarentena.
Cuando señalo un tsunami me refiero a la imprevisibilidad con la que este fenómeno catastrófico ocurre. Un video puesto en circulación hace unas semanas mostraba el momento en el que hace nueve años un terremoto de 9.1 grados sacudió la costa oriental de Japón. Desde un aeropuerto un videoaficionado empezó a grabar lo que se vislumbraba en el horizonte como una especie de marea que de repente inundó la pista de aterrizaje y arrasó a su paso con vehículos, árboles y la red eléctrica. En cuestión de minutos, Japón enfrentó uno de sus peores desastres, que incluso provocó un accidente nuclear en la central de Fukushima. ¿La comparación? Aunque el Covid-19 es una enfermedad con una letalidad aparentemente baja, es muy contagiosa, y su sola aparición ha significado una reacción en cadena con afectaciones profundas a la economía internacional.
No hay una receta para que los gobiernos superen la pandemia. Más bien, hay cursos de acción que pueden resultar exitosos en cada caso. La solución es por partida doble: médica y económica. El aislamiento es la clave, pero aislar a la gente supone que el consumo caiga, y con ello el empleo. Sin actividad económica no hay crecimiento y por tanto los países entran en recesión. Distintos análisis apuntan a que el mundo sufrirá las consecuencias de la pandemia actual durante lo que resta del año. El primer trimestre ha sido apenas el botón de muestra de una crisis que todavía no anuncia sus peores saldos. No es alarmismo sino consciencia de lo que sobrevendrá.
Algunas soluciones pueden provenir de la política fiscal. ¿De qué manera los gobiernos van a ayudar con paquetes de medidas especiales, entre otras, exenciones de impuestos, a los empresarios, especialmente a los pequeños y medianos, que emplean a cientos de miles de trabajadores? El editorial de The Economist apuntaba hacia esa meta que hoy debe acompañar la respuesta médica al coronavirus: los Estados deben desarrollar planes económicos con su objetivo puesto en los hogares y en las empresas. Los programas de transferencias ayudan porque subsidian a quienes más lo necesitan, pero por otra parte el gasto público debe orientarse a que las empresas subsanen pérdidas para que de ese modo puedan mantener a su planta productiva.
El banco de inversión Goldman Sachs anunció esta semana que la economía mexicana podría caer 4.3% en 2020 debido al impacto profundo que tendrá el brote del coronavirus en el país y en el mundo; su proyección original para el 2020 era un avance de 1% en el crecimiento del PIB, por lo que esta reducción es de 5.3%. Vivimos tiempos complejos y las respuestas a la emergencia no pueden ser convencionales. Esperemos que como lo señaló Shinzo Abe la luz venga al final del túnel. También que aprendamos de esa capacidad de resiliencia del pueblo japonés, que se ha sobrepuesto a los mayores desafíos y ha sabido reconstruirse. Así como ellos, nosotros podemos superar el tsunami. La llama olímpica, la llama de la esperanza, está prendida.
*Director General del ICAPET.