En medio de la crisis económica que sobreviene por la pandemia a causa del Covid-19, se ha evidenciado la falta de consenso a nivel internacional sobre las soluciones en respuesta al que es el mayor shock externo en lo que va de este siglo. Algunos países están reabriendo lentamente sus economías luego de más de dos meses de confinamiento en los que se puso a prueba la capacidad de las empresas, sobre todo pequeñas y medianas, para enfrentar cierres totales. En Italia y España, países europeos sumamente afectados, empieza una recuperación precavida, con medidas extremas de higiene y manteniendo el distanciamiento en comercios como los restaurantes y en puntos de reunión como las iglesias.
Mientras algunos países salen de la pandemia y previenen rebrotes, América Latina enfrenta el peor panorama. Brasil es el caso más drástico, y como advertimos hace una semana hoy ha superado en contagios a todos los países para situarse solo después de Estados Unidos. La preocupación principal de los gobiernos alrededor del mundo es aplanar la curva de contagios, pero cada vez con más fuerza también es reabrir la economía para evitar una catástrofe. El indicador por excelencia para medir de qué tamaño es una crisis es el Producto Interno Bruto, que hoy es rebatido por algunos líderes por servir a propósitos de un modelo neoliberal que no promueve el bienestar de la gente.
Un poco de historia. Según Everardo Elizondo, profesor del ITESM, la versión moderna del PIB es un invento estadístico estimulado por la Segunda Guerra Mundial. Busca ser una medida de lo que se produce dentro de los límites de un territorio sin deducciones. Entre sus principales promotores estuvieron los Estados Unidos e Inglaterra, pues en la posguerra querían calcular los recursos disponibles ante un nuevo conflicto. El PIB no pretendió desde un primer momento ser indicativo del bienestar de una sociedad, presenta limitantes y una de ellas es que no explica la distribución de lo producido entre los miembros de una sociedad. No es un indicador de desigualdad, solo de producción. A medio siglo de distancia, otras mediciones se han desarrollado para calcular aspectos que el PIB por definición no ofrece, por ejemplo, la calidad de vida.
Uno de los esfuerzos más acabados es el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo que se construye a partir de tres componentes: la esperanza de vida al nacer, el nivel educativo y el PIB real por habitantes. En conjunto, estos tres indicadores ofrecen un panorama a nivel país en el que están considerados la salud, la educación y la escala material. Normalmente, como señala Elizondo, este indicador es más alto en países con mayor crecimiento del PIB. La asociación tiene sentido, si un país produce bienes y servicios más valorados en el mercado ofrece a su vez mejores posibilidades de empleo e ingreso para la población. Es previsible también que cuente con los recursos para impulsar servicios de salud de excelencia e imparta educación de calidad. Normalmente, los países nórdicos son primeros lugares en la medición: Dinamarca, Finlandia, Noruega, entre otros.
Por eso sorprende que se plantee un nuevo indicador de la felicidad de las y los mexicanos pues para promover el desarrollo sostenible no hay necesidad de plantear nuevas mediciones si las que se tienen funcionan, aunque no gusten. No hay que olvidar que son una radiografía de la situación general, mas no implican a detalle la realidad de cada persona. Aun así funcionan, y la asociación entre nivel de producción y desarrollo está más que probada. Frente al panorama complejo de la pandemia, vale la pena pensar más bien en las condiciones estructurales que han frenado el desarrollo de México antes que plantearse medir la felicidad, con lo subjetivo que esto resulta y también, hay que decirlo, con lo engañoso que puede ser en términos de gestión y políticas públicas.
Un libro excepcional ofrece sólidos argumentos respecto a la situación de atraso de México en el último siglo: Un eterno comienzo, La trampa circular del desarrollo mexicano (Taurus, 2017). En este estudio sobre los ciclos presidenciales y las altas expectativas que generan para luego frustrarse en el camino por factores internalizados en las dinámicas de poder, Ugo Pipitone nos recuerda que la salida del atraso no depende de una sola persona. No es mediante la reinvención de la política sexenal como se detona el desarrollo; para impulsarlo deben converger distintos factores sostenidos en el tiempo. No contribuye el fervor con el que ciertos líderes imponen sus agendas y tiran por la borda lo que acertadamente se hizo antes de que obtuvieran el poder. Desde la presidencia de Miguel Alemán, los esfuerzos gubernamentales son, por decirlo de algún modo, autosaboteados; mezclar perversamente lo público con lo privado es uno de los errores.
Como el maestro Pipitone señala: “Hubo idas y venidas, búsqueda de nuevos rumbos, exploraciones en política económica y estilos de gobierno, ensueños tercermundistas y tecnocráticos, pero después de más de un siglo desde una pavorosa revolución … México sigue siendo un país “en desarrollo”. Retomar este análisis no es fatalista sino objetivo en estos tiempos inciertos. ¿Para qué plantear nuevos esquemas que midan el bienestar si será, por experiencia, un nuevo experimento destinado al fracaso? ¿Por qué mejor no valorar la experiencia de países que salieron del atraso a través de la convergencia de los elementos necesarios? En una frase: “La economía misma juega un papel positivo en el largo plazo sólo si coexiste con movilidad social y consolidación institucional”.
Querer transformar el mundo mediante los lentes que se usan para observarlo es engañarse, lo grave es cuando esta pretensión también busca engañar a los demás. Antes que plantear nuevos esquemas sin sustento, estaría muy bien que revisáramos las experiencias de salida del atraso de otros países, así como seguir de cerca los planes de reactivación económica que se están delineando en donde se logró controlar la pandemia. Sería más sensato y brindaría mejores elementos para pensar en el desarrollo del país después de este año turbulento y trágico. Sin duda México lo requiere. *Director General del ICAPET.