El nuevo continente virtual: Miguel Ángel Sánchez de Armas

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Internet es un nuevo continente donde poco a poco se instala todo lo que existe en los continentes reales pero sin las limitaciones de la materialidad: bibliotecas, centros de referencia, bases de consulta de información, tiendas y diarios. Es previsible que en un futuro muy cercano los internautas asistan al cine, obtengan consultas médicas, se presenten ante un juez y pidan auxilio a la policía por este medio, como es común ya para las reservaciones de hotel y las compras de boletos de avión, tren y autobús.

En 1999 –hace pocos años calendario en la vida terrestre pero años luz en el nuevo continente- Josef  Rusnak y los hermanos Wachowski  exploraron el más allá de este nuevo territorio en dos películas estremecedoras: El piso 13 y Matrix. En ambas, la sociedad como la conocemos es una realidad generada externamente para mantener a los seres humanos en la ilusión de una vida propia. También Stanislaw Lem y Herbert Brown, en una época anterior al nuevo continente virtual, soñaron con esta “nueva realidad”: recordamos las pastillas alucinógenas del primero y la “especie” de los pilotos astrales del segundo. Hoy mismo un experimento llamado “second life” propone una sociedad de cadenas binarias. El nuevo continente comienza a perfilarse como la futura realidad, lo mismo que el descubrimiento de América lo fue hace 500 años o, mejor, el hallazgo de la simetría geográfica inversa intuida por Herodoto.

El nuevo continente parece seguir ciertas reglas históricas. Así como los persas y los romanos desarrollaron la más avanzadas infraestructura de caminos para facilitar el tránsito de sus ejércitos e inadvertidamente proporcionaron un sostén a la cultura occidental, la internet fue diseñada y creada por razones militares durante la guerra fría y como aquellas rutas militares eventualmente se subordinó a necesidades civiles: la “supercarretera de la información” derivó a usos que la inteligencia castrense no había previsto.

Al principio, Internet era un continente de especialistas, como la Antártida. Se iba allí a investigar algo preciso y había que saber mucho para moverse. Eso cambió el 12 de noviembre de 1990, cuando Tim Berners-Lee  parió lo que hoy llamamos la World Wide Web, el big bang del nuevo continente virtual que de manera exponencial creó su materia, dio lugar a sus galaxias y hoy siembra una civilización en su tercer planeta. Comenzó por el arribo de colonos privados, comerciantes y empresas. Y luego vino la inmigración masiva. Otra analogía histórica es que este nuevo continente también tiene su linguae franca: el inglés.

Insensible pero tenazmente, las herramientas transformadoras del nuevo continente virtual trabajan para el cambio: el internet, los cientos de canales de “televisión directa al hogar” (¿alguna no lo es?), las computadoras que son obsoletas apenas acabamos de aprender a operarlas, la telefonía digital y las decenas, cientos, miles, millones de adminículos que nos tienen enchufados. 

Los aficionados al séptimo arte recordarán la escena de Congelados en donde la muy correteable Nina (Sandra Bullock) convida a John Spartan (Silvester Stalone) a una sesión amorosa. El fortachón se relame los carrillos al verla aparecer en una ajustada bata de seda… y se desinfla cuando la damisela produce dos cascos de videojuego para un encuentro de sexo virtual. ¡Dios! ¿Será que para allá vamos?

En el nuevo continente virtual ¿la identidad y los valores nacionales serán licuados, homogeneizados y condensados? ¿La disolución de las fronteras dará lugar a un mundo en el que no tendrán cabida más que los cibernautas? Si en Europa circula una moneda común, ¿será que en América el spanglesh –con una salpimentada de portugués- sea la próxima linguae franca que arroje al castellano al basurero de la historia y que los shopping centers sustituyan a las centrales de abasto?

Es posible que el advenimiento del nuevo continente virtual no sea tan negro como se percibe e incluso algo de Renacimiento tenga –en el sentido que le dieron Vico y Michelet-, y pudiera ser fuente de optimismo más que de desesperanza. Ya algunos macabeos se organizan en la defensa de su mundo. Desde la Alta California: “Yo no quiero que se me pueda localizar cuando no quiero ser localizado. El celular es intruso; uno no lo controla, sino al revés: el aparato controla a uno. La computadora, en cambio, la domino yo, siempre consciente de sus vulnerabilidades y de las violaciones personales a que me expone. Me permite realizar trabajos que hace muy pocos años eran impensables; no así el celular, que no me permite hacer absolutamente nada sustancial que, con un mínimo de paciencia, no podía hacer ya perfectamente bien con el viejo aparato de antaño.”

Entonces quizá habría que comenzar por cuestionar el significado que damos al término nuevo continente virtual. La imprenta de Gutenberg fue una nueva tecnología que dio lugar también a un nuevo continente. Antes de la aparición del tipo móvil, en toda Europa había apenas unos cuantos cientos de miles de libros y una gran biblioteca podía presumir 600 títulos. Bastaron breves décadas para que el acervo bibliográfico del Viejo Continente creciera a millones de ejemplares, gracias a la nueva tecnología. Esto abrió las puertas a un nuevo mundo cuyos efectos vivimos hoy, como dentro de mil años nuestros descendientes estudiarán con interés cómo fue que la internet disparó las semillas de su civilización.

Como lo quería Santayana, debemos atender a la memoria histórica para enriquecer el presente. Toda nueva tecnología sólo tiene sentido si es puesta al servicio del Hombre y de la Libertad. Así, con mayúsculas.

Las nuevas tecnologías han achicado al mundo hasta las dimensiones de la sala de nuestra casa. El ejemplo que ya es lugar común de la Guerra del Golfo sirve para ilustrar el punto. Pero no puede uno dejar de pensar en otros, reales y posibles.

La radio, los satélites, la televisión y el internet, no reconocen barreras aduanales o bandos de no internación. Hubo un tiempo en que un gobierno podía secuestrar periódicos y revistas en las garitas y aeropuertos y así detener informaciones indeseadas. Hoy eso es imposible. Los medios empujan la globalización con tanta o más energía que los tratados comerciales o los acuerdos de integración. Gracias a la red, un grupo rebelde que ha declarado la guerra a un gobierno legítimo puede -cosa antes imposible- circular por el mundo proclamas subversivas sin que ese gobierno pueda hacer nada al respecto. Los cárteles internacionales de la droga y el lavado del dinero coordinan sus estrategias internacionales sin que corporaciones policíacas tan poderosas como el FBI o la Interpol logren interceptarlos. Criminales de cuello blanco, con la ayuda de una computadora personal, abren cuentas en bancos extranjeros a control remoto y zigzaguean los fondos para burlar a las autoridades. Un defraudador en Mónaco puede tener socios en Anaheim, Oslo, Praga, Buenos Aires o Guanajuato, y concluido su negocio no le sería difícil solicitar una visa en alguna embajada virtual para trasladarse a otro país. Los nuevos “barones salteadores” superaron las habilidades de Ponzi y rapiñan el producto interno bruto de países débiles mediante fórmulas electrónicas y movimiento de capitales. Cientos de miles de seres humanos mueren en Medio Oriente para que en Occidente los consumidores se ahorren diez centavos en el galón de gasolina… Las fronteras que nuestros abuelos conocieron han dejado de ser. ¿Estamos preparados para ser ciudadanos de este nuevo mundo?

En los avanzados centros tecnológicos del mundo se organizan las guerras del futuro, como se comprueba con las revelaciones de Edward Snowden sobre los alcances del espionaje estadounidense: de que la NSA es brava, hasta a los de casa muerde.

Uno se explica por qué Santayana buscó refugio en un convento; hoy debe mirarnos con tristeza desde el más allá. En el Olimpo tecnológico, los dioses ríen.

De curas y curitas

Dicen que alguna vez dijo el peculiar obispo emérito Onésimo Cepeda -aquel que transitó de las finanzas y casas de bolsa a los altares- que juega golf por ser éste “un deporte de humildad”, ya que debe inclinar la cabeza en cada swing. A mi no me consta tal aserto, pero sí, pues es información pública, que el ensotanado fue acusado de fraude por 130 millones de dólares en el caso de una herencia y de que su robusta efigie aparece con frecuencia en los saraos de las clases dominantes (con perdón de GTM) y en las páginas que retratan al jet set. Es cada vez más evidente que la clase dorada de los príncipes de la Iglesia es una secta verdaderamente transnacional, a la que México ha contribuido con largueza. Recuérdese al padrecito Marcial Maciel –a quien Dios tenga en su santo rescoldo-, bipolar moral, millonario, pederasta, padre de más de dos. Por estos días han salido a luz el escándalo de los dineros del Banco Vaticano, los gustos payos, pero caros, del obispo alemán Peter Tebartz-van Elst -mansión de 31 millones de euros, comedor de tres y medio millones, tina de baño de algunos miles- y el colmo: el lamento del arzobispo polaco Josef Michalik de que son los diabólicos niños quienes llevan a los pobres curitas al camino de la pederastia. ¡Carajo! ¿Qué este nuevo Papa no podría excomulgar y condenar a trabajos forzados a esta sarta de sombríos pecadores y vividores? Digo.

Molcajete…

Con esta entrega, Juego de ojos será quincenal y se distribuirá los viernes. Mi gratitud sin límites a mis lectores.

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