Las últimas semanas han sido difíciles para todos y todas. Se cumple mes y medio de confinamiento en México, y a nivel mundial cuatro meses de una lucha en contra de un patógeno que ha venido a cambiar las formas de la convivencia humana. Cuando en enero pasado veíamos las imágenes de la ciudad china de Wuhan desolada y máquinas de construcción levantando un hospital en tiempo récord no imaginamos lo cerca que estábamos de vivir en carne propia una pandemia que no conoce fronteras ni posiciones sociales. Desde que el primer ministro británico Boris Johnson fue a parar a una sala de cuidados intensivos quedó claro que hasta los mandatarios de países poderosos están expuestos a enfermar gravemente por un virus para el que aún no hay vacuna, aunque se han dado pasos para lograr un tratamiento efectivo.
Entre las implicaciones que ha tenido la propagación del virus la principal es el aislamiento al que la mayoría de las personas no se acostumbra. Confinarse implica retos como adaptar un ambiente laboral en casa y ser disciplinado con los tiempos de éste. Las niñas, niños y jóvenes han tenido que seguir sus clases en línea a través de distintas plataformas que han demostrado que somos capaces, como nunca en la historia, de interactuar mediante pantallas, micrófonos y chats. Lo que ya era una condición de la vida moderna, su fugacidad, ahora es nuestra ventaja comparativa para hacer frente al aislamiento. Para padres de familia, maestras y maestros, encontrar el equilibrio en esta nueva forma de enseñanza-aprendizaje ha sido todo un desafío. No se trata solo de cumplir con los horarios, sino de lograr que la búsqueda del conocimiento se mantenga sin aulas ni clases presenciales.
Mientras algunos ven ventajas en quedarse en casa, como convivir con quienes más nos importan, también es un hecho ineludible que el aislamiento trae consigo un choque emocional para otros, y que sentimientos negativos como la soledad, la ansiedad y la depresión pueden aparecer en los meses por venir. La pandemia ha impuesto un nuevo reto ahora para la salud mental. Esta semana, la edición internacional de The New York Times presenta un interesante artículo de Max Fisher. Este artículo señala que “los cambios en nuestra forma de pensar, cómo nos comportamos y cómo nos relacionamos —algunos deliberados, pero muchos inconscientes, algunos temporales, pero otros potencialmente permanentes— ya están comenzando a definir nuestra nueva normalidad. Si bien es cierto que esta crisis puede tener pocos precedentes, sí hay patrones en cuanto a cómo se comportan las personas cuando quedan sometidas a largos periodos de aislamiento y peligro”.
El argumento central de Fisher es que la crisis que enfrentamos no solo es sanitaria y política, sino que tendrá un efecto importante en la forma cómo las personas nos relacionamos a futuro. Para ilustrarlo recuerda lo que sucedió en Sarajevo en los noventa, cuando esta ciudad enfrentó un sitio violento y destructivo durante cuatro años a manos de los serbios, luego de la desintegración de Yugoslavia. Un sobreviviente, Velibor Bozovic narró que, durante los casi cuatro años que duró el sitio, el sentido de la gente de comunidad, de historia e incluso del tiempo se transformaron. Según el artículo, ante los pronósticos menos optimistas sobre el curso del coronavirus, que apuntan a que lidiaremos con él al menos un año o dos en tanto se cuente con una vacuna, volver a estas experiencias de guerra es una forma de anticiparnos al futuro y buscar soluciones a nuestro alcance para que nuestro “sitio autoimpuesto” sea más llevadero.
Las investigaciones en torno a los efectos de las epidemias y los sitios en tiempos de guerra, junto con un cúmulo emergente de conocimiento acerca del coronavirus, nos dan algunas pistas sobre el futuro. Así: “Nuestra capacidad para concentrarnos, de sentirnos cómodos con otras personas, e incluso para pensar a futuro más allá de unos cuantos días, podría reducirse. Pero también podríamos sentir el tirón de un instinto de supervivencia que puede activarse durante periodos de peligro generalizado”.
En otras palabras, a partir de ahora hay dos caminos para continuar el aislamiento. El primero nos conduce a pensar fatalistamente y a asumir actitudes hostiles hacia los demás, ver en nuestros semejantes una amenaza con lo grave que puede resultar. No olvidemos los lamentables ataques a profesionales de la salud en nuestro país en las últimas semanas. El segundo camino es el de la empatía. En vez de ver en quienes nos rodean una amenaza, deberíamos asumir una conducta enfocada en ayudarlos aun a pesar de las circunstancias. Preocuparnos por nuestros vecinos y por los necesitados, cocinar para nuestros amigos, son salidas que deben buscarse en los meses posteriores al fin de la contingencia sanitaria. Ninguna medida de ningún gobierno va a ser suficiente si nosotros, como seres humanos antes que cualquier rol social que cumplamos, no hacemos de este difícil momento una oportunidad para ser mejores personas.
Un refugiado sirio que enfrentó el sitio de su natal Daraya, un suburbio de Damasco, ha dicho que en medio de la tragedia encontró redes de caridad y apoyo mutuo más sólidas que en sociedades avanzadas en tiempos de paz. Ahora experimenta un sentimiento similar en Nueva York adonde logró refugiarse antes de la actual pandemia. En conclusión: “la liberación, dicen los sobrevivientes, viene sólo de aceptar lo que muchos considerarán impensable en épocas tranquilas: como individuo, uno tiene poco control sobre las fuerzas que trastocan, y a veces amenazan, la vida”.
Nuestra fragilidad se ha puesto a prueba en medio de la crisis por el Covid-19, pero en el horizonte hay esperanza. España, que ha enfrentado la dureza de esta crisis está levantando por fin las estrictas medidas de confinamiento. Ahora, en horarios específicos, las niñas y niños acompañados de un adulto pueden salir al parque, luego de que doblaron la curva de contagios y redujeron significativamente los fallecimientos. Atrás han quedado los momentos de angustia en que los madrileños cantaban desde sus edificios para animar al personal médico. Poco a poco una nueva normalidad emerge y el gobierno español ha presentado un plan de cuatro fases que se aplicará diferenciadamente en cada región y con el que esperan una vuelta a la convivencia en seis semanas, si bien ésta deberá mantener precauciones de sana distancia para evitar una nueva oleada de contagios.
Como ellos, confiemos que en México lo lograremos. Entretanto es nuestra responsabilidad asumir una actitud consciente y empática pues solo así saldremos fortalecidos de este momento que pone a prueba nuestra capacidad de ayudar a nuestros semejantes. Especialmente a quienes no tienen el privilegio de quedarse en casa.
*Director General del ICAPET