Insistir es un recurso desesperante. Sobre todo cuando no se encuentra respuesta. Aludo a uno de los más preocupantes problemas sociales que agobian a Oaxaca como entidad y ciudad; la carestía, hermana siamesa del desempleo, que tienen como vástago el hambre. Sin duda alguna agobia a grandes sectores de la sociedad. Para algunos políticos su dimensión del hambre es Coicoyán de las Flores, nuestro “escaparate de la miseria interminable” Parece constituir no un baldón sino un motivo de orgullo que desde hace decenios tengamos en ese municipio a miles de seres humanos en niveles de inanición comparables a los de Biafra. Las visitas de “destacados” funcionarios, solo aportan una foto periodística pronto olvidada. Los ciudadanos de Coicoyán han registrado muchas, muchas, incontables promesas estériles.
Pero en las ciudades, insisto el hambre se disfraza, se disimula. Ciertas prendas exageradamente cuidadas disimulan las penurias alimenticias que padecen miles de seres humanos. La agresión de la carestía en los últimos meses es despiadada. Golpea a las personas con ingresos fijos: trabajadores bajo contrato, asalariados, burócratas, pero los casos más indignantes son los de pensionados, jubilados, madres solteras y personas con discapacidades. Es indudable que su nivel de consumo se ha ido al precipicio. En tiendas de la ciudad se repiten los casos de personas que compran un medio cuarto de jamón ¡125 gramos!, un plátano, dos bolillos, etc. Es decir, revelan el nivel de su hambre permanente.
Una serie de observaciones directas me ha permitido seguirle los pasos a este problema que considero peligroso para la estabilidad social. Con diferencia de 8 meses he formulado una lista simple de productos alimenticios comprados al menudeo en la Central de Abastos y en tianguis o tiendas de la ciudad. Es escandalosa la diferencia: se multiplican por tres veces los precios entre ambos puntos de venta. El comercio oaxaqueño se revela voraz, desmesurado en sus márgenes de ganancia, y a la vez, absurdamente quejumbroso. Con esos márgenes de ganancia reiteran sus quejas por las bajas ventas diarias. Más aún, ahora se ha puesto de moda que en diversas tiendas abren crédito a la clientela; con intereses por retrasos en los pagos obligados los días 15 y 30. Es decir, cuando perciben ingresos, como trabajadores o pensionados. ¿Qué autoridad sanciona y supervisa esos intereses? Al menos, por que los precios, para las autoridades no son motivo alguno de preocupación: ¡los fija la ley de la oferta y la demanda! Frase que repiten como el célebre loro de Samuelson.
La carestía que detectamos hace 8 meses era creciente en los artículos alimenticios pero ahora han “contagiado” a múltiples productos industrializados. Las tiendas departamentales han elevado escandalosamente los precios de productos como jabón para lavar, sopas de pasta, detergentes, leches, etc. Es decir, ¡ojo señores políticos y seudogobernantes!, la carestía se generaliza, en una sociedad que registra la congelación de los ingresos de la mayoría de la población y que no crea empleos. Una observación: en ese periodo las diferencias entre los precios de ambos mercados se mantienen tres a uno, pero en la última fecha todos se elevan. En pocas palabras el alza de precios abarca todo el mercado.
No es catastrofismo contemplar los sufrimientos de las clases sociales pobres. Es dígase lo que se quiera preocupante. El hambre es el mejor caldo de cultivo para la inconformidad y la rabia social. Un pueblo hambriento puede llegar a arrebatos que nadie puede predecir. Como rayo en tarde tranquila las rebeliones sociales en el norte de África y el Medio Oriente. El detonante, ese sí detonante, por que ¡estalló!, la inconformidad social, han sido las legiones crecientes de jóvenes desempleados y con estudios, pero imposibilitados de incorporarse a actividades remuneradas.
Finalmente, hemos de reiterar. Oaxaca registra tradicionalmente un déficit de 175,000 toneladas solamente de maíz. No ha sido cuantificada la reiterada insuficiencia del resto de productos alimenticios, pero ahora estará adobada con el incremento de precios derivado del desastre agrícola del Noroeste y la cuota de un comercio que linda en la usura. En otras palabras, el “ramalazo” de la carestía aun está por llegar, pero ya se contempla en el horizonte en toda su magnitud. Difíciles meses esperan a la sociedad y a sus grupos más modestos. ¿Alguien tomará cartas en el asunto?
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