El desprecio de Bolsonaro por la Ciencia en medio de la pandemia: Francisco Ángel Maldonado Martínez

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La pandemia por el Covid-19 ha puesto de manifiesto la capacidad de gobernar de los líderes a nivel internacional. Con distinta eficacia, gobernantes de países alrededor del mundo han enfrentado el que sin duda es el reto más grande para la humanidad en lo que va del siglo XXI. Notoriamente, las mujeres han puesto el ejemplo, la canciller Angela Merkel en Alemania, un país que ya está retomando clases en los colegios con todas las medidas de protección, y Jacinda Ardern, la primera ministra de Nueva Zelanda que ha declarado que su país venció al coronavirus. Son dos mujeres líderes que están en el centro de atención de electorados difíciles, en los que la demanda por resultados es alta en la medida que la preparación académica y el desarrollo económico marcan el compás de sus naciones.

 

Es confortante leer sobre líderes de ese calibre, que se enfrentan a problemas complejos buscando las causas y elaborando respuestas de gobierno consistentes con los problemas. Recordemos que Merkel es física de formación y que Ardern se convirtió en la líder más joven en la historia del Partido Laborista de su país a los 37 años. Sin embargo, también hay liderazgos que llaman la atención por ser obtusos y perversos. En este rubro está Jair Bolsonaro. Brasil pasó en pocos años de ser un país líder en la escena mundial, organizador de un mundial de fútbol y unos Juegos Olímpicos, a ser un país gobernado por un autoritario demagogo. No es cosa menor, el liderazgo político se traduce en mayor o menor medida en la posición internacional que juega el país y hoy Brasil desempeña ese papel para mal.

 

En medio del incremento de casos por el Covid-19, el ministro de salud de Brasil, Nelson Teich, renunció el viernes pasado tan solo un mes después de haber asumido el cargo. La razón es simple: No tenía sentido ser ministro de salud mientras su propio jefe desatendía sus recomendaciones y lo ignoraba frente a los medios de comunicación. Bolsonaro está preocupado, más que por la salud y bienestar de los brasileños, por reabrir la producción de la que es la novena economía del planeta según el Fondo Monetario Internacional. No es el primero, un mes antes Bolsonaro despidió a Luiz Henrique Mandetta, el anterior ministro de salud. En los dos casos ha habido una oposición pública entre los consejos de los médicos a cargo de la respuesta a la pandemia y Bolsonaro, quien se empeña en el uso de un fármaco, hydroxychloroquine, que normalmente se aplica en el tratamiento contra la malaria, como remedio emergente contra el coronavirus. No solo fueron sus ministros, la Organización Mundial de la Salud también señaló que no hay evidencia de que su uso sea efectivo contra el coronavirus.

 

Mientras en los países gobernados por líderes democráticos y preparados la respuesta a la pandemia se respalda por el consejo de científicos y médicos que han estudiado toda su vida para comprender el organismo humano y las enfermedades que lo amenazan, en Brasil, un presidente que antes ha negado la destrucción del Amazonas y que tiene una visión retrógrada de las relaciones humanas, con un marcado desprecio hacia las mujeres, insiste en que su creencia está por encima de las razones médicas.

 

Mientras el ministro de salud renunciaba, en Brasil se registraban más de 15 mil 300 nuevos casos en tan solo 24 horas. Con un acumulado de más de 220 mil casos, se espera que sobrepase a Reino Unido, España e Italia en los próximos días en número de contagios y solo se mantenga detrás de Estados Unidos y Rusia. Cerca de 15 mil personas han muerto, aproximadamente 800 por día. Aun teniendo enfrente este panorama alarmante, Bolsonaro está enfocado en relajar las medidas sanitarias y que el crecimiento económico no se detenga. Es más, la decisión que tomó de reabrir gimnasios y estéticas no fue consultada con el exministro Teich, a quien tomó por sorpresa la decisión del presidente en una rueda de prensa. No olvidemos que al comienzo de la pandemia, Bolsonaro se paseaba por las calles y plazas públicas sin mascarilla, negando con su conducta que la pandemia fuera, de hecho, real.

 

Un demoledor artículo de Eliane Brum titulado “El hombre malo” publicado por El País pone a Bolsonaro en perspectiva para una ciudadana brasileña que ha seguido de cerca los acontecimientos de la pandemia y el mandato del líder populista: “Somos un país de rehenes, y el secuestrador está matando. Mata cuando boicotea acciones para combatir el Covid-19. Mata cuando difunde mentiras sobre medicamentos sin que haya pruebas científicas de su eficacia. Mata cuando contradice a la ciencia. Mata cuando dice que el Covid-19 es un “mísero resfriado”. Mata cuando afirma que “el virus no es todo lo que dicen”. Mata cuando inventa la falsa oposición entre protegerse de la enfermedad y “salvar” la economía”. La molestia evidente está respaldada por una actitud consciente y arrogante del mandatario en la que no importa si lo que dice es mentira siempre y cuando él lo diga. El pueblo brasileño empieza a padecer los peores efectos de haber elegido a este militar retirado en 2018. 

 

La pregunta, después de este lamentable recuento no es cómo llega un tipo así a la presidencia de una potencia mundial emergente como Brasil, sino por qué llegó. A la primera se responde más o menos fácilmente, analizando la cadena de errores de Lula da Silva a Dilma Rousseff que minaron el proyecto de la izquierda brasileña identificándola como corrupta y voltearon los reflectores a Bolsonaro, quien con encendidos discursos los culpaba de todos los males de Brasil, que ahora son más graves. Por ello conviene retomar lo dicho por el profesor Michael Baker, asesor del gobierno de Jacinda Ardern en la estrategia de eliminación del coronavirus: “La ciencia y el liderazgo deben ir de la mano”. Así de claro y conciso, cuando se desprecia el conocimiento de los expertos y se asume que las creencias son razones superiores el barco pierde rumbo y naufraga. Lamentablemente no son tiempos para que ningún barco naufrague y en Brasil el capitán no sabe ni siquiera adónde se dirige.

 

 *Director General del ICAPET