Evo Morales es el presidente sudamericano que más años lleva gobernando su país: 13. Desde que llegó a la presidencia de Bolivia no ha dejado el poder y su futuro se juega el día de hoy, para un nuevo periodo de cinco años. Hace tres años perdió un referéndum sobre reelección indefinida; sin embargo, en diciembre pasado el Tribunal Supremo Electoral decidió que podía volver a presentarse a esta elección argumentando que si no lo hacía se estarían violando sus derechos humanos. Morales ha declarado que él está en el cargo y permanecerá en él porque el pueblo se lo pide, en línea con un conocido argumento populista.
En 2006, Evo se convirtió en el primer presidente indígena de Bolivia encabezando el Movimiento al Socialismo (MAS), la opción política que lo vuelve a postular ahora. Su principal contrincante es el exmandatario Carlos Mesa (2003-2005), quien encabeza el Frente Revolucionario de Izquierda. Salvo él no hay opositores con la capacidad suficiente para enfrentar a un mandatario en campaña permanente.
Hay que reconocer el principal logro del gobierno de Morales frente a otros países sudamericanos. Durante su larga jornada en el poder ha habido crecimiento económico. La economía boliviana ha crecido en promedio a 4.9% cada año, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Solo en 2018, Bolivia fue el país sudamericano donde más aumentó el PIB: 4.2%. A los datos de crecimiento económico se suman los de combate a la pobreza. En el mismo periodo, los indicadores de pobreza y pobreza extrema se redujeron 25% y 23%, respectivamente.
Estos datos nos llevan a una pregunta que la ciencia política ha explorado en las últimas décadas: ¿si un Estado es próspero, esto significa que este Estado puede ser gobernando por la misma persona por un largo periodo? ¿Hay dictaduras positivas?
Un buen ejemplo es el de Lee Kuan Yew, quien transformó a Singapur en un país moderno y exitoso a través de una visión sumamente pragmática. Fallecido en 2015, gobernó por más de treinta años este país del sureste asiático. Aunque su compromiso con los derechos humanos fue puesto en duda, entre otras cosas por las penas corporales que formaban parte del sistema de justicia, nadie cuestiona su papel para convertir a una pequeña isla en un gigante económico. ¿Era Kuan Yew un demócrata?
De vuelta en Bolivia, la presidencia de Morales también ha supuesto una ruptura con el pasado en cuanto a valorar a los pueblos originarios. Al ser un aimara que conoció las condiciones de desventaja social de su propia gente, Evo modificó la Constitución de su país y a partir 2009, la República de Bolivia pasó a ser el Estado Plurinacional de Bolivia. Lo que supone que los territorios indígenas pueden ser gobernados de acuerdo con sus usos y costumbres.
Evo Morales ganó en 2006 con 54% de la votación. Ningún presidente en las últimas décadas había obtenido este nivel de votación, y en gran medida se explica por su arraigo con las bases indígenas de su país. En los dos comicios posteriores, Morales superó el 50% de los votos necesarios para declararse vencedor 64% en 2009 y 63% en 2014. Actualmente, la encuestadora IPSOS le da el 40%, 18 puntos por encima de su principal conteniente. Para ganar en primera vuelta, Evo Morales necesita un mínimo del 40% de los votos y que la diferencia con el segundo sea de más de diez puntos. El escenario del opositor Mesa es llevar esta situación al límite para definir el futuro del país en segunda vuelta.
Nadie pone en duda que Evo es un presidente populista. Su marcado discurso que promueve el socialismo, aunque éste en realidad esté alineado a las fuerzas del mercado lo evidencia. No solo eso, también la constante búsqueda de eliminar los contrapesos institucionales para garantizar su permanencia en el poder. La interpretación del Tribunal Constitucional que ignoró la voluntad mayoritaria expresada en las urnas en contra de la reelección indefinida no se entiende sin la injerencia de Morales sobre este órgano autónomo.
El caso de Bolivia ilustra bien por qué los regímenes democráticos son frágiles ante el populismo, aun cuando la economía pueda ir bien y se combata las desigualdades. Estos logros no deberían ponerse en duda por la obsesión de mantener el poder. Morales ha dicho: “Nunca he soñado con ser dirigente, menos presidente. Prefiero volver a mi chaco, plantación de coca, con mi gente, a trabajar, eso quiero, pero siento una obligación. Una presión. Un destino a seguir siendo presidente”.
Cuando las cosas van bien, es fácil defender los logros de un gobierno e incluso su orientación ideológica. Es más fácil aún si se viene de abajo y se logra transformar un orden social preestablecido. El asunto es que hay principios, bajo un orden democrático, que no deberían estar sujetos a negociación, y uno de ellos es la no reelección. Acceder de forma democrática al poder significa aceptar que hay una contienda de por medio y que quienes no ganan tienen la posibilidad de volver a participar en ella. Éstos aceptan el resultado bajo esa condición, que las elecciones sean libres, transparentes y la voluntad popular se respete.
Hugo Chávez no entendió la lógica del juego democrático y menos su sucesor, Nicolás Maduro. Mientras Chávez gobernaba y los precios del petróleo eran altos, la base popular se incrementó y él construyó un culto a su personalidad, que entre cosas pasó por cambiar el nombre de su país y comparase con Simón Bolívar. Es posible que este ánimo motive a otros gobernantes como Evo, que en su afán de permanecer en el poder ofrecen explicaciones de la realidad apegadas a su posición de ventaja. Por el bien de los bolivianos, que este domingo triunfe la democracia, y se respeten los resultados electorales. No olvidemos la famosa frase de John Acton: “Power tends to corrupt, and absolute power corrupts absolutely.” Y la historia demuestra que sí: el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.
*Director General del ICAPET.