Se inauguraba el Estadio Azteca. Por cierto construido en terrenos comunales; se violó la ley por favorecer a los Azcárraga. El presidente en turno Gustavo Díaz Ordaz era el gran invitado. Ernesto Uruchurtu “El Regente de Hierro”, el otro. Personajes entre los que campeaba una animadversión no disimulada. Díaz Ordaz después aprovecharía una algarada en torno a una obra para defenestrar al sonorense. Pero la inauguración, que sacudió a la afición futbolera, congestionó la calzada de Tlalpan y la caravana en que acudía Díaz Ordaz se atrasó más de una hora. Entrar al Estadio Azteca y armarse una fenomenal rechifla, fue una. La silbatina fue espantosa. Después se supo que en ese momento en que se desbordaba la rabia popular contra los funcionarios, Díaz Ordaz, con insidia propia de su venenosa personalidad, se volteó a Uruchurtu y le espetó:
¡Ya ve que no lo quieren!
El sonorense “aguantó vara”. El asunto no pasó a mayores. Aunque enconó sus diferencias.
Ahora, en plena efervescencia electoral, con la súbita y prometedora emergencia de los chavos que integran el “Soy #132” las cosas son muy diferentes. Escaldados éstos por los arranques viscerales del priísmo cupular, por la infortunada incursión de Enrique Peña en la Universidad Iberoamericana y después estimulada por la histeria de Pedro Joaquín Codwell, el ambiente juvenil empezó a hacer ebullición. Después el “caldero del diablo” vio aderezado el “platillo” con el patético desplante de José Carreño Carlón- ¡exvocero de Carlos Salinas de Gortari en la Presidencia!- ahora sabihondo profesor en esa universidad, que afirmó los jóvenes deberían ofrecer una disculpa por su “mal comportamiento” a Peña Nieto, el “Homúnculo de Atracomucho”. Toda esta demostración de esterilidad craneana y encefálica, fueron rejones a jóvenes que por fortuna, están nuevamente como en 1968, cuestionando TODA LA PUDRICIÓN QUE LES HEREDAMOS.
Peor. Los jóvenes anunciaron que en el Estadio Azteca con motivo del juego de la Selección Nacional contra ¿Guyana?, aprovecharían para demostrar estruendosamente su repudio a Peña Nieto “no por su persona, sino por lo que representa”. Así estaba anunciada la escena colectiva. Debió provocar una sensata respuesta. Desdeñarla hubiera sido lo mejor. La respuesta ratificó la carencia de TODO de Peña Nieto y sus fervientes secuaces. En pleno juego, se presentaron golpeadores traídos del Estado de México en tantos autobuses “Chimecos” como 140. ¿Quién pagó ese oneroso traslado de furibundos jóvenes lumpen? Pronto se sabrá. El problema es que DENTRO del Estadio Azteca se desató una golpiza contra los jóvenes “Soy #132” Esta agresión solo pudo concebirla una mente desquiciada. La de un sicópata que ve perdida su meta vital: la presidencia de México. Por fortuna la golpiza no originó una estampida del público asistente. ¿No se recuerda la que se suscitó en el Estadio de la UNAM hace años y que arrojó varios muertos? ¿Quién sino un demente concibió la idea de arrostrar el grave riesgo de suscitar la violencia en las gradas del Azteca? ¿Quedará impune este gravísimo atentado?
Este hecho augura días futuros sumamente peligrosos. Días en que ante el desplome de las preferencias electorales de Peña Nieto y el alza vertiginosa de AMLO, puede originar peores hechos. Hechos sangrientos de consecuencias irreversibles. Puede entonces recrearse un nuevo “Tlatelolco 1968”, que solamente se entienda como la reacción de Calígula cuando no le entregaron la luna. O Los Pinos.
Lamentablemente México carece de Presidente de la República. El ocupante de Los Pinos desvaría, cuando debería imponer la que debería ser su autoridad y serenar a quienes vislumbrando la derrota, acuden a la añeja expresión: “Jalisco nunca pierde y cuando pierde arrebata”. Soñemos con que el “hubiera” existe y que Calderón llama a cuentas al PRI y a Peña Nieto antes que cometan un genocidio…anunciado. México no merece una reedición sangrienta de 1968. ¡Nunca más!