Dicen los diarios capitalinos, con La Jornada a la cabeza, que muy temprano en la mañana el Gabo salió a la puerta de su casa el día de su 84vo cumpleaños y juguetonamente preguntó: “¿Por qué tanto alboroto?”, chanza que puso a danzar de gusto a los admiradores, quienes cubrieron de flores al célebre aracatecano y además le cantaron las mañanitas.
Supongo que es obligado unirse a los fastos, aunque debo confesar que si bien Cien años de soledad fue un hito en mi vida libresca poco más hay en la obra de García Márquez que me mueva, salvo su trabajo periodístico. Así que mis lectores perdonarán si en vez de fraguar ingeniosos parabienes conmemorativos, recuerdo lo que escribí hace exactamente 14 años sobre el mismo autor. Vale.
“Gabriel García Márquez detesta las entrevistas, según sé. Hace bien. Su oficio es escribir. Más libros y menos declaraciones, eso es lo que queremos sus lectores en todo el mundo.
“Viene a cuento lo anterior por los borbotones de tinta que hizo brotar el triple aniversario del escritor. Cincuenta años de periodista, setenta de edad y treinta de Cien años de soledad, no son poca cosa para críticos y analistas. Son fechas mágicas.
“Confieso que al ver en las secciones culturales de los diarios espacios conmemorativos brotar como hongos y escuchar en una estación sí y otra también programas dedicados al trianiversario, me apenó no estar sumado al homenaje. Después de todo don Gabriel nació al mundo de las letras en pañales de reportero, igualito que yo.
“Decidí pues subsanar la omisión y dedicar “JdO” al tema. Busqué en mi archivo, pedí libros y ensayos, hablé con expertos e intelectuales, medité, reflexioné… y recuperé un sentimiento que creía olvidado desde mi paso por la enseñanza de las letras: así como don Gabriel no simpatiza con las entrevistas yo no tengo maldito gusto por la hermenéutica literaria.
“¿Qué es lo que realmente interesa? ¿Leer y disfrutar una obra o descubrir las verídicas o supuestas motivaciones del autor ante la página en blanco?
“Con la generosidad que le es característica, Omar Raúl Martínez puso en mis manos una joya de su biblioteca para ilustrarme: Entre cachacos-1, volumen III de no sé cuantos editados en 1983 para analizar la obra del aracataqueño (¿así se dice?). En el libro, Jacques Gilard emplea 72 de las 411 páginas, el 17.5% del texto en letra de 9 puntos, para llegar a conclusiones tan asombrosas como que don Gabriel fue en realidad muy mal crítico de cine, o que en numerosísimos textos anónimos en El Espectador de Bogotá y El Heraldo de Barranquilla pueden detectarse indicios que eventualmente llevarían a suponer que habría altas probabilidades de que el joven Gabriel hubiese intervenido en su redacción. O joyas como ésta (p. 53): “Está claro que la práctica del reportaje le sirvió (a García Márquez) como una forma de preparación antes de emprender la redacción de obras literarias”. ¡Oh!
“Algún oscuro placer debe entrañar, supongo, el ejercicio de rastrear y recuperar textos reconocidamente menores y llegar a la conclusión de fueron justo 67 en el periodo analizado, número que crecería a 70 ‘si se tienen en cuenta dos reportajes anónimos pero atribuibles a García Márquez’. Que me maten si sé cómo tal muestra de cuestionable erudición beneficie a la obra.
“Leo en “El Ángel” de Reforma (9 de marzo) el ensayo de Carlos Rubio Rosell titulado ‘Volver a la semilla’: ‘¿Dónde nace el mundo de Gabriel García Márquez?, ¿por qué, de qué manera y cómo se amamantó la imaginación del autor de Cien años de soledad?, ¿dónde están las claves que engendraron esa narrativa poderosa, desbordante, alucinada, del hombre?’, y me pregunto: ¿tener conciencia de todo eso me haría vivir mejor la obra? Como diría el indeciso, pu’e que sí, pu’e que no. En todo caso, ¿importa? Puedo citar de memoria pasajes enteros de Cien años de soledad, obra que conocí en la primera edición que llegó a México, la de Sudamericana, con la portada azul de las carabelas. El libro me mantuvo sin dormir durante meses. Lo leí y releí como creo ninguno otro desde entonces. Me enamoró fatalmente, al extremo de que no ha habido otro de don Gabriel que me haya provocado ni un pensamiento de infidelidad. ¡Al carajo las oscuras motivaciones del escribidor frente a la hoja en blanco! Choquemos las copas por la existencia de la obra entre nosotros y todo lo que ella nos dio.
“El mismo Rubio Rosell nos convida con otro espléndido ejemplo de cómo se puede retroalimentar y enredar hasta que la materia del análisis quede irreconocible incluso para el autor que la parió: ‘El germen, el humus de todo ese portento (García Márquez, of course) está en sus primeros diez años de vida. Y su mundo literario no podía venir de otra cosa sino de ahí, de esos años que fueron decisivos para que surgiera el escritor que (GGM) es, dice el escritor Dasso Saldívar’, quien, nos informa un poco más adelante Rubio Rosell en el artículo citado, invirtió nada menos que 20 años de su vida en una biografía de don Gabriel. Lástima que nadie le haya informado al señor Dasso que no sólo García Márquez, sino todos los humanos, tenemos el germen de nuestro humus (?) en ese periodo crítico de la vida. En fin. Yo regreso a leer Cien años… y me vale que el mentado humus haya surgido en los diez, veinte o treinta primeros años de GGM. El libro, la obra, ya es mía.”
La victoria del silencio
En su columna “El cristalazo” en La Crónica, mi colega Rafael Cardona publica algo de lo que me hago eco y comparto con usted:
Hace algunos días, en busca de una cita para otro texto, me reencontré con un artículo de José Alvarado en el cual el inolvidable maestro reflexionaba sobre los diarios e incapaz de comprender las palabras de un pequeño periódico de Holanda, decía esto:
“…Y son bellos los periódicos en Ámsterdam. No es posible entender “Het parole” pero su tinta huele como la de todos los diarios del mundo, los soberbios y los humildes, los grandes y los chiquitos y en el olor de esa tinta hay toda la dosis de ensueño suficiente para disipar el desencanto y todos los mensajes del mundo…”
Sólo en estas líneas se puede hallar una de las raíces del periodismo: disipar el desencanto.
Pero más allá de estas evocaciones alvaradianas, tan lejanas a la grosera realidad, la verdad en México, en cuanto a los periódicos, es sumamente triste. Nos causa o nos puede provocar, todo el desencanto del mundo.
Hace unos días la cadena regional coahuilense “Zócalo”, de plano bajó los brazos.
Por prudencia, por necesidad, por conveniencia legítima y también como una forma sublime de la protesta, les anunció a sus lectores y a quienes no lo somos habitualmente, la mutilación voluntaria de su contenido informativo. En pocas palabras simplemente dijo, no se puede remar contra la corriente ni tentar al anónimo enemigo de la libertad y el verbo.
Un paso de lado, una luz apagada, una palabra no dicha, una hoja en blanco. Todo eso.
“En virtud de que no existen garantías ni seguridad para el ejercicio pleno del periodismo, el Consejo Editorial de los periódicos Zócalo –dijo en su editorial–, decidió, a partir de esta fecha, abstenerse de publicar toda información relacionada con el crimen organizado.
“Nuestro compromiso es redoblar esfuerzos para superar la calidad informativa y mantener una línea de objetividad e imparcialidad.
“La decisión de suspender toda información relacionada con el crimen organizado se fundamenta en nuestra responsabilidad de velar por la integridad y seguridad de más de mil trabajadores, sus familias y la nuestra.
“Hacemos votos porque la auténtica paz reine pronto en nuestra querida patria”.
Ante la realidad –concluye Rafael Cardona después de citar el caso de otro diario también acosado- sólo quedan la indignación estéril o el silencio todavía más infecundo.
Molcajete
Ciro Gómez Leyva (Milenio, 12 de marzo) desea el santo rescoldo para el cardenal Rivera, en donde, vaticina, hará compañía “a su adorado benefactor padre Maciel”. Bien. Apoyo esta moción. Yo soy de los que creen que a los abusadores de niños hay que enviarlos fast track al averno ya sea mediante una inyección o la cámara de gases, lo que sea menos gravoso al erario. Pero los curas pederastas ni son pocos ni están solos ni van a desaparecer pronto de la escena. Poderosas fuerzas se mueven dentro de la Iglesia para proteger a una cofradía blindada y solidificada en sus propias desviaciones. El 18 de febrero Keith O’Brian renunció al cardenalato británico acusado de “conducta impropia”; están frescos en la memoria los casos de abuso sexual de curas en Estados Unidos, escándalos atenuados mediante “acuerdos” extrajudiciales por sumas millonarias, en México los legionarios andan tan campantes como el conejito de las baterías y en Alemania un bloque de obispos “tumbó la investigación sobre abusos sexuales” que llevaba a cabo un investigador independiente (El País, 10 de enero). Ahora que los cardenales electores están reunidos en cónclave, la justicia divina podría dar un golpe de gracia y llevárselos a todos. Así los impíos se irían con Maciel mientras que los santos, que sin duda los hay, transitarían sin demoras a la diestra del Señor. Y acá una nueva generación podría tomar las riendas, organizar un necesitado aggiornamento, poner un freno al esplendor y al boato, volver la vista a los desheredados de la tierra y abolir el voto de castidad, que ni estuvo en el origen de la Iglesia ni tiene un sostén teológico válido y sí es una de las causas de las desviaciones sexuales.
Habemus papam
Momentos antes de enviar la columna se da la notica del Papa argentino, el jesuita Francisco I. Mi primera pregunta es: ¿dónde estuvo durante la represión? Y la segunda: ¿protegió o se hizo de la vista gorda ante los pederastas?
Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
Tuit: @sanchezdearmas
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