La máquina de vapor revolucionó, a finales del siglo XVII, la forma como los seres humanos vivían. La industrialización fue un proceso paulatino pero lleno de cambios no solo en las formas de producción, sino también en la manera como las sociedades enfrentaban el uso de una nueva tecnología y con ello los costos humanos y las desigualdades sociales que ésta conllevaba. Las nuevas tecnologías, ya lo hemos abordado en este espacio, no son ni buenas ni malas, pero sus alcances generan una discusión política y ética que es imprescindible y que ha acompañado los avances científicos en el curso de la humanidad. La gran diferencia es que hace tres siglos el mundo no estaba tan interconectado como ahora, y el suceso que significó la invención de la máquina de vapor afectó primordialmente al continente europeo.
Estamos ante una cuarta revolución industrial que afectará el mercado del empleo, el futuro del trabajo y la desigualdad en el ingreso; colateralmente, la distribución del poder a nivel global y la forma como entendemos nuestra coexistencia. Para el director ejecutivo del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, “la cuarta revolución industrial no se define por un conjunto de tecnologías emergentes en sí mismas, sino por la transición hacia nuevos sistemas que están construidos sobre la infraestructura de la revolución digital anterior”. A diferencia de las revoluciones que precedieron a la revolución 4.0, la integración de las tecnologías en sistemas que funcionan a gran velocidad es un rasgo único e inédito. La primera de las revoluciones anteriores se caracterizó por pasar de la producción manual a la mecanizada entre 1760 y 1830. La segunda, a mediados del siglo XIX, fue de la mano con el uso de la electricidad para la manufactura en masa. Finalmente, a mediados del siglo XX, la llegada de la electrónica y las telecomunicaciones revolucionó la forma de relacionarnos y entender el mundo.
En esta cuarta revolución se busca la automatización total de la manufactura a través de sistemas ciberfísicos operados gracias al internet de las cosas o cloud computing. En otras palabras, se vincula el funcionamiento de la maquinaria física con los procesos digitales. El ideal de la fábrica automatizada que se gobierna por sistemas inteligentes y que requiere solo programación humana está cerca de hacerse realidad o al menos ya es parte de algunos programas de gobierno. En Alemania, desde 2013, el gobierno desarrolla una estrategia de alta tecnología para cumplir con este objetivo.
Hace un par de años en el Foro Económico de Davos, Suiza, ya se discutía el tema de la cuarta revolución industrial y algunos de los conceptos que se desarrollaban a partir de ella eran: nanotecnologías, neurotecnologías, robots, inteligencia artificial, biotecnología, sistemas de almacenamiento de energía, drones e impresoras 3D. Cualquiera que haya ido a ver recientemente a las salas de cine la última película de Johnny English comprenderá a qué se refieren estos temas pues su enemigo a vencer es un millonario desarrollador de software capaz de infiltrar los sistemas de inteligencia y control gubernamental británicos. En una época basada no solo en el avance, sino en una integración extraordinaria de las tecnologías existentes, la cuarta revolución industrial parece imparable y su discusión a nivel mundial es una realidad.
Frente a este panorama, que implica un gigantesco proceso de cambios que están sucediendo en el mundo tecnológico y que desafían las formas de gobierno alrededor del mundo, conviene preguntarse qué está sucediendo en nuestro país. En la transición democrática que se ha abierto luego del triunfo de Andrés Manuel López Obrador en la elección presidencial de este año, no existe en la discusión pública de su agenda de gobierno una responsabilidad sobre el tema ni una intención al menos declarada de atender un proceso que, otra vez, se caracteriza por su gran velocidad. En vez de plantear un programa de gobierno digital que facilite los trámites, servicios y el contacto ciudadano a través de las aplicaciones móviles, tenemos la iniciativa infundada de mover a casi todas las secretarías de Estado de la capital del país a diferentes estados para, supuestamente con ello, atender mejor los temas de los que se hacen cargo. No veo qué diferencia haga que los asuntos del medio cultural se despachen en Tlaxcala y los educativos en Puebla, ambas ciudades a menos de dos horas de la Ciudad de México.
Las implicaciones en todo caso serán para los empleados y sus familias, que si quieren seguir trabajando deberán dejar sus hogares y sus relaciones personales actuales. En vez de pensar en la necesidad de formar cuadros mejor capacitados para enfrentar el reto de comprender los nuevos sistemas ciberfísicos y tener elementos desde el gobierno federal para tomar decisiones que incentiven a las empresas que los operan a seguir valorando al capital humano y contratar ingenieras e ingenieros, tenemos la propuesta de echar abajo la Reforma Educativa y acabar con la evaluación docente. No solo no aplicarla, sino reconsiderar los mecanismos de evaluación avalados a nivel internacional y pensar que somos un caso diferente al de los países más avanzados. En vez de pensar en cómo incentivar a los emprendedores que apuesten por las nuevas tecnologías de la información y comunicación, en apoyar a quienes creen en el uso de energías alternativas y en la facilitación de las compras por internet, tenemos la propuesta de crear nuevas refinerías para producir más gasolina.
Finalmente, en vez de concluir un nuevo aeropuerto internacional en la Ciudad de México que elevará la competitividad del país y que parte de estudios de factibilidad técnica avalados, tenemos la propuesta de echarlo abajo y construir un Tren Maya sin mayores necesidades identificadas que las que ve el próximo presidente, quien por cierto tiene un rancho en Palenque, Chiapas, lugar por donde pasaría este gran proyecto de la autodenominada “cuarta transformación de México”. Hay una enorme brecha entre los temas que importan a nivel mundial y los temas que le importan al nuevo gobierno de México. Por un lado hay certezas acerca de la inminencia de los cambios que ya afectan y modifican nuestra vida diaria y por el otro, hay ambigüedad, sinrazones y falta de interés en los temas que realmente importan, además de un desfase tecnológico evidente.
La Revolución 4.0 no es la 4T, y esta última hace muy mal en no entender que la primera nos está rebasando por la derecha.
*Director General del ICAPET Oaxaca