Si nada extraordinario sucede, el próximo 3 noviembre las y los estadounidenses acudirán a las urnas para elegir a su presidente por los próximos cuatro años. Normalmente, el presidente en turno tiene ventaja pues es evidente el carácter plebiscitario de la elección intermedia, en la que su mandato puede renovarse para completar ocho años en el cargo. Esta aduana fue librada sin dificultad por Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, pero esta vez el presidente Donald Trump rema contracorriente. Desde el mandato de George Bush padre, 1989-1993, esta podría ser la primera vez que el presidente en funciones no renueve su mandato.
Al primero de los Bush no le fue suficiente la política exterior, considerando que capitalizó a su favor la intervención de Estados Unidos durante la Guerra del Golfo iniciada por la invasión de Irak a Kuwait; subir impuestos y no enfrentar con habilidad el déficit le costaron la presidencia frente a un desconocido Clinton, que había sido joven gobernador del estado de Arkansas. En un momento clave de la integración internacional, el electorado estadounidense valoraba tanto el papel del país más poderoso hacia el exterior, como su labor concreta para mejorar sus niveles de bienestar en el día a día. El equipo de Bush no supo transmitir un mensaje positivo frente a la realidad. Clinton ganó en 32 estados y la capital, Washington DC, mientras que Bush ganó en 18 estados. Fue un triunfo avasallador en términos de votos electorales, si bien en el voto popular, el total de los sufragios emitidos, la brecha fue de apenas unos puntos porcentuales.
A casi tres décadas de distancia de aquella justa electoral, otro candidato demócrata tiene amplias posibilidades de arrebatar al presidente republicano en funciones el cargo más importante, no solo para Estados Unidos, sino para el mundo occidental. Joe Biden, sobre quien hemos hablado en este espacio anteriormente, enfrenta el mayor reto de su carrera, que incluye haber sido vicepresidente los ocho años del mandato de Barack Obama. Con amplia carrera legislativa, más de tres décadas como senador por el estado de Delaware, y con la experiencia de haber acompañado a uno de los presidentes más populares en la historia, Obama, Biden, en fórmula para la vicepresidencia con la abogada californiana Kamala Harris, puede acabar con el gobierno de desaciertos y alucinaciones de Donald Trump, que ha sacudido el tablero internacional desde que venció a Hillary Clinton en las elecciones de 2016.
En el primer debate presidencial realizado el pasado martes 29 de septiembre, quedó claro que Trump no es un tipo que escuche razones ni argumentos, menos que dialogue. Fue una guerra de señalamientos personales e interrupciones por parte del actual presidente; la cadena de televisión CBS News contó que Trump interrumpió a su oponente 73 veces ante la desesperada actitud del moderador, que tuvo que llamarlo al orden todo el tiempo, sin éxito. Así, Trump se mostró de cuerpo entero como autócrata, sin considerar la larga historia de debates presidenciales, y lo que significan para la democracia estadounidense al menos desde el primer debate televisado entre Nixon y Kennedy en 1960. El primer debate deshonró la cultura política estadounidense.
Sin duda, el tema central del primer debate fue el manejo de la pandemia por Covid-19 que mantiene al mundo en vilo frente a los rebrotes y que en Estados Unidos ha sido un desastre. Con todo, Trump defendió su gestión de esta enfermedad que ha quitado la vida a más de 200 mil estadounidenses. En pocas palabras, argumentó que las decisiones que ha tomado evitaron más muertes, al tiempo de indicar que con Biden al frente habría millones de muertos. Biden tiene a su favor la falacia detrás de la defensa de Trump, quien en repetidas ocasiones habló sin conocimiento de causa y menospreció el impacto de la pandemia en su país. Es más, se negó a usar cubrebocas durante los largos primeros meses en los que la acumulación de casos fue exponencial.
Esto lleva a la segunda situación que tendrá un impacto determinante en la contienda presidencial. Apenas unos días después del primer debate, Trump confirmó que tanto él como su esposa, Melania, dieron positivo a la prueba de Covid-19, lo que enseguida encendió las alarmas al tratarse de un asunto de seguridad nacional. Trump fue ingresado en el hospital naval Walter Reed, donde permaneció durante tres días. En este tiempo se especuló sobre la gravedad del virus en él por dos factores, tiene 74 años y es una persona con sobrepeso. El doctor a cargo, Sean Conley, fue quien informó a la prensa de la evolución del mandatario. Entre otros detalles, se supo que, en dos momentos de su internamiento, el nivel de oxígeno en la sangre descendió, por lo que Trump recibió oxígeno. A Trump se le administró remdesivir —creado originalmente para tratar la hepatitis C y después el virus del ébola por la farmacéutica estadounidense Gilead— y dexametasona, un esteroide recomendado para los pacientes que enferman de gravedad por Covid-19 pues ayuda en la función pulmonar.
Evidentemente, a la altanería y la postura tan poco presidencial de Trump, que Biden criticó durante el primer debate, se suman las causas del posible contagio del mandatario estadounidense. Todo apunta a que Trump se contagió luego de que una de sus asesoras más cercanas, Hope Hicks, empezara a presentar síntomas. Además de que al aceptar la nominación presidencial republicana invitó a más de mil simpatizantes al jardín sur de la Casa Blanca, hay otro evento que pudo ser crucial para el brote en el círculo cercano de Trump: la nominación de la jueza Amy Coney Barrett para ocupar el lugar que dejó la histórica Ruth Bader Ginsburg. Este evento se celebró hace dos semanas en el Rose Garden de la Casa Blanca, sin uso de cubrebocas ni medidas de distanciamiento social.
Confirmada la cancelación del segundo debate entre los candidatos a la presidencia, que estaba originalmente programado para este 15 de octubre, la elección del próximo 3 de noviembre parece resuelta en favor del demócrata, que hoy aparece puntero en prácticamente todas las encuestas. La cadena de tropiezos de Trump y, sobre todo, el mensaje de que incluso él fue vulnerable al Covid-19, después de minimizar su expansión y sus efectos, han echado por la borda cualquier mensaje distinto, como el crecimiento económico o el nacionalismo que le resultó favorable cuatro años atrás. En el país con el mayor número de casos a nivel mundial, según la Universidad Johns Hopkins, más de 7.4 millones de casos confirmados, el manejo de la pandemia es prioritario. Todo puede pasar, pero queda claro que “no tenerle miedo al virus”, como ha dicho Trump, no es suficiente para no enfermarse e ir a parar al hospital. Si nada extraordinario sucede, Joe Biden será el 46° presidente en la historia de los Estados Unidos.
@pacoangelm