La pandemia del Covid-19 se ha erigido en el mayor desafío de la humanidad, trascendiendo geografías continentales, fronteras nacionales, sistemas políticos y modelos económicos. Ha rebasado los vaticinios más pesimistas: su funesto legado se medirá en términos de salud pública y en los principales indicadores económicos y sociales. Después de ahora ya nada será igual. Pero los más afectados en México serán los que menos tienen, los marginados, en especial los pueblos indígenas, donde se concentran las mayores carencias sociales. Por eso, la fuerza del Estado nacional y sus programas de apoyo deben patentizarse ahí, estos sectores se deben priorizar.
En medio de la contingencia, ¿quién ha volteado la mirada hacia los olvidados de siempre? ¿Quién ha llamado a poner por delante a los pueblos originarios, los fundadores de la civilización mesoamericana y los pilares de la actual sociedad que emergió del encuentro de los dos mundos? Ahí, en esos pueblos, donde 69.5 por ciento de la población indígena se encuentra en estado de pobreza, según datos del Coneval en 2018. Sí, 7 de cada 10 personas son de origen étnico.
Me refiero a los mixtecos, zapotecos y 14 grupos étnicos más de Oaxaca; también, entre otros, a los tzotziles y tzeltales de Chiapas; los purépechas de Michoacán; los tarahumaras de Chihuahua; los chontales de Tabasco; los mayas de Yucatán, Campeche y Quintana Roo; los nahuas de Veracruz, el estado de México, Hidalgo y Tlaxcala; los mixtecos de Puebla y Guerrero; los huicholes de Nayarit, Jalisco y Durango; los mayos de Sinaloa y Sonora, entre otros. La relación no es exhaustiva. Las carencias sí son uniformes.
Es muy válido que, para que no se merme su condición de generadoras de empleo, se implementen programas de rescate económico para ramas de la economía que están siendo muy afectadas, como la turística, la hotelera, la gastronómica, entre otras, pero el interés debe centrarse en los sectores sociales que directamente sufren las necesidades extremas, mismas que se verán agudizadas con la recesión económica mundial y nacional.
Hasta ahora no hemos visto que los generadores de opinión pública, los medios masivos de comunicación, los analistas y los expertos hayan reflexionado sobre la manera en que la pandemia está afectando, e impactará más en breve, en la calidad de vida de los mexicanos más desfavorecidos: hombres y mujeres pertenecientes a los pueblos y las comunidades indígenas.
Ningún análisis de fondo sobre los programas económicos y sociales que tendrían que implementarse en el caso, a la manera de una cruzada verdadera y no simbólica contra el hambre, lo cual significaría de entrada garantizarles el acceso a los productos básicos: maíz, frijol, arroz, pastas, aceite, azúcar, sal, productos no perecederos del mar, entre otros alimentos.
En el balance mundial, en términos de salud pública el Covid-19 ya rebasó el millón de contagiados y ya cobró alrededor de 50 mil vidas. En su dimensión económica, ya generó una recesión mundial, con una caída del PIB global que podría alcanzar 5 por ciento; ya generó la devaluación abrupta de las monedas nacionales frente al dólar; ya colapsó los mercados de valores con un descenso mayor a 20 por ciento; y lo más grave, en lo social se traducirá en millones de pobres más y en una crisis alimentaria, según las tres organizaciones multilaterales encargadas de la alimentación, el comercio y la salud: FAO, OMC y OMS.
La respuesta de los gobiernos a la pandemia del Covid-19 ha variado de un país a otro. Desde una respuesta oportuna como Corea del Sur, que tuvo un monitoreo preciso de la red de contagiados y redujo la tasa de muertos; China, con hospitales de emergencia construidos a toda velocidad; Alemania, reduciendo la tasa de letalidad; hasta médicos italianos enfrentados al dilema de a qué pacientes salvar y a quiénes dejar morir; y España, poniendo toda la infraestructura médica pública y privada para tratar de contener el crecimiento del universo de afectados.
En el caso nacional, deben mantenerse e intensificarse las medidas de previsión para evitar un incremento exponencial de los contagios, en un ritmo que desborde la infraestructura hospitalaria disponible, en donde los gobiernos estatales están jugando un papel fundamental aportando sus activos y unidades médicas: sana distancia, pulcritud en la higiene con un lavado frecuente de manos y, sobre todo, quedarse en casa, excepto quienes desempeñan labores públicas esenciales.
Tenemos que responder al reto con sumatoria institucional y social de esfuerzos, con medidas quirúrgicas de política económica que no rediten esquemas piramidales del pasado y, sobre todo –lo cual quiero subrayar–, con la sensibilidad social que significa poner a los que menos tienen por delante, los pueblos originarios del continente, los hombres y las mujeres indígenas.
Ante la adversidad y la contingencia, responsabilidad compartida y prioridades claras.
* Presidente de la Fundación Colosio.