Con la definición de candidatos, el PRI en Oaxaca está ante su mayor desafío electoral y de gobernabilidad: Adrián Ortiz

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En memoria de mi padre, don

Ismael Humberto Ortiz Romero

Conforme avance la presente semana, se irá conociendo la baraja electoral del priismo oaxaqueño rumbo a los comicios de julio próximo. Éste es el mayor desafío que haya enfrentado el tricolor en Oaxaca en todos los tiempos. No es exageración: el PRI gobierna la entidad en una segunda alternancia; pero al menos de entrada, la posibilidad de que el priismo gane la elección presidencial, es lejana. Al ser ésta una elección concurrente, en la misma jornada se definirán los rumbos local y nacional, el primero con las diputaciones locales y las alcaldías, y la segunda por los cargos federales en juego. Por eso mismo la apuesta, y el riesgo para el PRI oaxaqueño, son mayúsculos.

En efecto, en la jornada electoral del primer domingo de julio se definirá la elección presidencial, la de senadores y diputados federales, la de presidentes municipales y la de diputados locales. Es la elección más grande que se haya organizado en el país, y en Oaxaca será la jornada en la que al mismo tiempo se definirán más cargos de índole estatal y federal. Uno de los signos distintivos de esta elección será la ausencia previsible de voto diferenciado. Y siendo así, aquí ganarán todos los candidatos del partido cuyo candidato presidencial aventaje en las preferencias de los electores.

Para el PRI eso es un problema. Tradicionalmente, el priismo está acostumbrado a sumar y restar posibilidad a partir del llamado “voto duro”, que no es sino el conjunto de votos corporativos que se supone que tienen cautivos gracias a sus sectores, organizaciones y la compra, condicionamiento o coacción del voto a través de programas gubernamentales. El problema es que, al menos en Oaxaca, ese voto duro ha demostrado ser insuficiente para determinar el rumbo de una elección, y más bien ha quedado claro que es el trabajo, los candidatos o incluso las inercias electorales las que hacen que un candidato gane o pierda, pero sin que el voto duro resulte uno de los esquemas determinantes para ello.

En esa lógica, otro dato relevante es que en las últimas dos elecciones presidenciales, Andrés Manuel López Obrador —y sus candidatos— han obtenido resultados favorables de manera abrumadora en el conteo estatal. A pesar de haber perdido las dos elecciones presidenciales, López Obrador ha sido el gran ganador en la entidad, y su inercia ha hecho cómodamente diputados federales y senadores a personajes que en realidad trabajaron poco para llegar a sus curules y escaños, respectivamente, a partir de que muy pocos electores diferencian el voto marcado en las diferentes boletas, y la gran mayoría de ellos al decidir por qué candidato presidencial vota, en automático destina su voto a los demás abanderados de ese mismo partido, incluso independientemente de quiénes sean éstos.

Eso es por demás relevante. En los comicios de 2018 esa inercia podría hacer perder al régimen espacios valiosísimos de gobernabilidad tanto en las presidencias municipales como en el Congreso local, que son las dos anclas en las que todo Gobernador asegura su propia estabilidad. Por eso, un cálculo incorrecto de esas dos últimas variables podrían ser monumentalmente desastrosas para el futuro y la estabilidad del régimen.

LA ENCRUCIJADA

Ganar, evidentemente, es la premisa de toda competencia. Pero en lo electoral la perspectiva cambia: a veces se gana perdiendo, o se pierde ganando. No es un juego de palabras, sino una circunstancia permanente que obliga al gobernante y al político a establecer escenarios diversos. Oaxaca está en esa encrucijada.

En esa lógica, el gobernador Alejandro Murat deberá definir si gana perdiendo o pierde ganando. En el más idóneo de los escenarios, José Antonio Meade gana la presidencia y mantiene el impulso de gobiernos priistas y panistas. Pero en un hipotético triunfo de Andrés Manuel López Obrador, el gobierno priista de Oaxaca sería una isla. Pensar en la sobrevivencia es inminente en estos dos escenarios que se dibujan más cercanos aún cuando Meade, el precandidato, va en tercer lugar de las preferencias electorales.

Ahora bien, para cuando se defina la presidencia de la República, al régimen actual le faltarán aún cuatro años aproximadamente para la conclusión del mandato constitucional, periodo que deberá prever desde ahora porque no ha sido para nadie sencillo cuando la federación cambia de partido. Ya lo vivieron con Fox y Calderón.

Por eso, en el mejor de los escenarios, el gobierno de Murat requerirá aliados: un Congreso local mayoritariamente priísta; presidencias municipales que también lo arropen. Y diputados federales que lo respalden en una eventual solicitud de recursos. El problema hoy, es que al menos el escenario actual, estadístico, sitúa a Morena por encima de cualquier oferta política.

De ahí que la operación en tierra tendría que enfocarse a ganar la mayoría en el Congreso local y las presidencias municipales o, como lo hemos apuntado en diversos momentos, establecer vasos comunicantes para que tanto en el PRI como en Morena haya candidatos capaces de dialogar y generar acuerdos con el régimen. Hablamos, pues, de un escenario micro que no descobije a un gobierno que tendrá que mover sus piezas a las candidaturas.

Es el dilema. Cómo lograr fortalecer el gobierno y cómo presentar buenos candidatos que ganen la confianza del electorado. En este primer año, algunos de quienes ahora aspiran a cargos de elección popular no han ido al mismo ritmo del Gobernador. Muchos de ellos tendrían serios problemas para demostrar su competitividad en tierra. En esta encrucijada, también deberán contener las diferencias internas en el PRI que ya se pueden notar en algunos casos, donde los conflictos son creados o se dejan pasar como en una especie de fuego amigo generado desde algunos espacios domésticos.

Algunos, incluso, parecen no terminar de asumir que estamos viviendo nuevos tiempos. La tardanza en las definiciones del PRI, la ausencia de precampañas locales y la pugna interna por posiciones, abre la posibilidad a los otros partidos políticos que sí han hecho presencia en algunas regiones, aún con las molestas movilizaciones de las que los ciudadanos están hartos.

DILEMA

Al final, las decisiones más trascendentes debieran transitar por acuerdos en los que los candidatos en la oposición sean lo menos radicales posibles para que pueda haber relación civilizada a partir del día siguiente de la elección. Se trata de fortalecer al gobierno con aliados. Ganar perdiendo. Ceder algunas posiciones para ganar estabilidad y concertación. De ese tamaño es la importancia de la operación que necesita ya no el PRI, sino Oaxaca, para asegurarse espacios que de verdad abonen a la gobernabilidad democrática.

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