La pandemia causada por la Covid-19 ha replanteado las formas de nuestra convivencia cotidiana. Con sorprendente eficiencia y ante el peligro de la enfermedad, la humanidad está tomando medidas severas e inéditas, que desafían la siempre difícil relación entre el Estado y la sociedad. En este contexto, el diseño de soluciones inteligentes hacia el futuro es una necesidad imperiosa, que cobra nuevos bríos, pero que se suma también a una tendencia internacional que ya había puesto a discusión las concepciones tradicionales sobre “crecimiento” y “desarrollo”.
El rol de las ciudades en la misión de doblegar la pandemia es clave. Las ciudades concentran la mayor parte de la población y la tendencia observada por Naciones Unidas es que hacia 2050 la concentración urbana será de prácticamente el 70% de la población mundial. Por ello, el reto para las metrópolis es lograr que el crecimiento no sea sinónimo de exclusión social, que los servicios y espacios públicos sean de acceso equitativo, y que la riqueza y la pobreza no sean polos dramáticos de nuestra convivencia cotidiana. No hay certeza de que la convivencia social volverá a ser la misma en el corto plazo; así que lo mejor es que las ciudades sean, al mismo tiempo que el problema, la solución a la pandemia. Y esta concepción, curiosamente, parte de una discusión clásica.
En un reciente artículo publicado en El País, Eduardo López Moreno, nos recuerda la trascendencia del significado de Pharmakon: construcción conceptual en la antigua Grecia. Esta palabra define al mismo tiempo veneno y remedio; no hay oposición conceptual sino complementariedad. Una noción filosófica, pero con aplicaciones interesantes en la realidad. A decir del autor, en uno de sus diálogos Platón la describe “como una droga que contiene tanto el poder del veneno, como el poder del remedio”. Mención aparte merece su tercer significado como “chivo expiatorio”, una figura sobre la que se descargaban los males de la ciudad, medio de purificación y sacrificio vivo. Tal circunstancia puede ser difícil de comprender para nosotros, que conocemos las grandes ciudades del siglo XXI, pero recordemos que en sus inicios las polis griegas eran una novedad, en la que podían convivir las personas libres, a costa, también hay que anotarlo, de la esclavitud y la exclusión de las mujeres de la vida pública.
En todo caso, la propuesta de López Moreno es interesante, al recordar que para el mundo latino el significado trascendente de Pharmakon solo fue positivo. De modo que hasta la fecha se le asocia con medicina, y es raíz de fármaco y farmacólogo. Describe una realidad solo benéfica y ya, mientras que su opuesto se manifiesta con crudeza en nuestra actual circunstancia: la enfermedad, el contagio e incluso la muerte. De ahí que sea fácil, en primer término, observar en la ciudad el remedio a la pandemia, mientras que descuidamos que es en las ciudades donde el virus se propaga rápidamente y donde subsiste aun a pesar de los esfuerzos más exitosos por eliminarlo. Claros ejemplos: en Europa reabrieron las capitales del arte y la cultura, pero el riesgo está latente; no se diga en Estados Unidos, donde varios estados han dado marcha atrás en sus planes de reapertura. En México nos mantenemos entre el semáforo rojo y el naranja que indican que no hemos abandonado el riesgo máximo, y que debemos mantener la guardia para enfrentar la pandemia.
Vale la pena detenerse en el análisis sobre qué nos depara el futuro si somos capaces de gestionar ciudades cada vez más sustentables, en las que predomine la comprensión entre unos y otros y el respeto por medidas que favorezcan a todos. No es secreto lo difícil que ha sido implementar las medidas sanitarias y el distanciamiento social en contextos comunitarios como los que imperan en Oaxaca; pero es evidente el alto costo que esto ha conllevado. Ahí donde persiste la negación al virus que nos acecha, los contagios y fallecimientos se han disparado. De ahí que suscribo con López Moreno que las ciudades pueden ser la solución, siempre y cuando partamos de una conceptualización distinta y compleja de lo que representa que miles e incluso millones habitemos una casa común. El autor propone que la nueva normalidad sea “una forma de aprender a racionalizar de manera práctica múltiples significados, aceptando vivir con opuestos que antes de la pandemia nos causaban miedo y confusión”.
En cualquier ciudad moderna se mantendrá la tensión entre contrarios que definen nuestra forma de coexistir, pero no podemos ponderar todas las situaciones bajo concepciones binarias. La pandemia ha venido a imponer una lógica en la que solo la solidaridad entre humanos permite superarla. No podemos ver a los demás como enemigos o potenciales medios de contagio. No podemos creer que estar sanos nos hace superiores o inmunes. El personal médico, que conoce mejor que nadie la importancia de cuidar de los enfermos, suscribiría esta visión humana del problema. Como ellos, todos deberíamos asumir nuestro compromiso en la misión común de vencer al virus.
Las comparaciones son odiosas, pero pueden resultar muy útiles. Por lo que vale la pena revisar el ejercicio que ya ha realizado Citibanamex con ayuda del CIDE, el Centro Mario Molina y el Instituto Mexicano de la Competitividad para construir un Índice de Ciudades Sostenibles 2018. Esta interesante herramienta mide el avance del cumplimiento de las metas comprendidas en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 en 56 zonas metropolitanas de nuestro país. Se trata de un instrumento que sin duda no consideraba lo qué podría suceder frente a una crisis como la que vivimos; no obstante, revisar su metodología y resultados puede brindarnos pistas de dónde nos ubicamos hacia el futuro. Puede también motivar que la compleja idea de Pharmakon no sea solo motivo de conversaciones filosóficas, sino que inspire el diseño de políticas públicas efectivas en la nueva normalidad.
*A partir de esta colaboración, he decidido nombrar esta columna como “Guilá Naquitz”. Para quienes no lo sepan, este es el nombre de una cueva prehistórica en el Valle de Tlacolula. En este sitio empezó la domesticación de algunas semillas como la calabaza, el frijol, y principalmente el maíz, hace 10 mil años, en la era de los grupos de cazadores-recolectores. La nombré así porque claramente enfrentamos retos insospechados, y la base de la alimentación de nuestro continente, el maíz, orgullo de Oaxaca, es una esperanza hacia el futuro; cuando ni el oro ni la plata sean garantía de nada, y el valor de cualquier intercambio comercial esté respaldado en las semillas para que la humanidad subsista. Símbolo universal y tesoro oaxaqueño.
Twitter: @pacoangelm