La Guelaguetza la “máxima fiesta” de los oaxaqueños y dicen algunos panegiristas prosaicos, de América Latina, ha sido objeto de agresiones incontables. Fiesta que periódicamente celebraban las familias oaxaqueñas como “el lunes del Cerro”, ha devenido espectáculo comercializado al máximo. José Murat y sus adláteres deformaron la promoción de los valores culturales, a favor de las llamadas “industrias culturales”. Es decir la masificación y comercialización del patrimonio cultural. Pero ningún gobierno como el de Ulises Ruíz de infausta memoria, afectó más esa fecha inolvidable para los nitos. Hace cosa de un quinquenio y en voz de mujeres oaxaqueñas, hoy maduras, evocaron el significado familiar de esa fecha, desprovisto de fines comerciales. Al reseñar sus atractivos, revelaron la lejanía de sus años infantiles con los recientes. En mi caso prefiero la autenticidad de las Guelaguetzas de los pueblos circunvecinos. El ulisismo remató con la cereza del pastel: la huella “criolla” impuesta de manera arbitraria.
En primer lugar, en vez del primer lunes del cerro y la “octava”, decidieron en afán de tornarlo un espectáculo para turistas, realizarlas dos veces cada lunes. En segundo lugar, los que antes eran bocadillos, tamales, tostadas, refrescos populares, expendidos por modestas “marchantas” de la capital y los pueblos próximos, fueron substituídos por refrescos de marca, disfrazadas bebidas alcohólicas, productos industrializados y en fin por el más desbozalado afán de comerciantes, muchos fuereños. Los paisanos ¡pues que busquen dónde! Finalmente y de manera absurda se programó una “velaria” que el pueblo bautizó pronto como “casco de soldado español”. Otros cáusticos críticos la bautizaron peor. Las manifestaciones de autoridad caligulesca no fueron cuestionadas por ninguno de los “representantes populares”. Finalmente aplauden todo: hasta en un velorio. Así le restaron uno de sus últimos atractivos a la Guelaguetza: la soberbia asoleada anual.
Pero donde la “puerca torció el rabo” fue en la extinción del “Bani stui gulal”. No obstante su existencia desde 1960, era cuestionada por los conocedores en la materia que argumentaban que un “Comité de Autenticidad” no lo hubiera aprobado Pero en ese lapso cobró carta de naturalización entre los oaxaqueños capitalinos. Se integró a las festividades de julio. Repentinamente, en los años del estéril ulisismo, se difundió la noticia que un pleito familiar había desembocado en la desaparición del “Bani”, como popularmente se le llamó.
Aquí residen nuestras objeciones mayores. Es inconcebible que una parte del patrimonio cultural de Oaxaca quede sujeto a la riña familiar de quienes por razones innobles, lo borraron olímpicamente del programa. Esta es una muestra bárbara de ignorancia de las anteriores y actuales “autoridades” culturales. Con esa ineptitud oficial, es factible que unos vivales decidan acabar con la “Guelaguetza” y no suceda algo. Es una demostración de pobreza por no decir ausencia supina de lo que significa el legado cultural de una sociedad y sus componentes materiales e intangibles. Autoridades con ignorancia tal, pueden llegar a permitir que en Monte Albán se establezca un mall. Es escandaloso que el “Bani” se extinga. Pero además que las aberraciones ulisistas sean respetadas por el nuevo gobierno que necesita de una legitimación integral, empezando por el ejercicio pleno, no discursivo, de la justicia.
A nuestro juicio ¿Qué debería hacer el nuevo gobierno? Estrictamente simple: expropiar “El Bani” por razones de utilidad e interés público. Apropiarse para la sociedad de la que ha sido una expresión reciente del bagaje cultural de Oaxaca y atractivo insólito para visitantes nacionales y extranjeros.
Privilegiar el interés, capricho y destructividad de una familia, a costa de la herencia cultural oaxaqueña, sería un baldón para las autoridades actuales. Bien podríamos adjudicarle el lema: “no llores como mujer lo que no supiste defender como hombre”