“El corazón de una madre es un abismo profundo y en cuyo fondo, siempre encontrarás perdón”.
Honoré de Balzac
Nací una tarde de marzo, sin saberlo aún, venía a este mundo a ser el hijo de una mujer que desde ese momento demostró que sería una madre fuerte y amorosa. Mi madre aguantó, como muchas otras, que no le atendieran a tiempo y tuve que nacer casi sin asistencia médica, años después supe que sólo mi abuela materna y una enfermera estuvieron con ella.
Persiguen estas líneas, convertirse en un humilde homenaje para todas las mujeres que han tenido la oportunidad de ser madres, aquellas que han vivido el trance, muchas veces nada lindo, de la gestación y qué decir del a veces traumático parto y sus consecuencias físicas, sicológicas, químicas y emocionales.
Sin duda, es sólo a través de los años que se va aprendiendo el verdadero concepto de madre: serlo no es el mero cumplimiento biológico de traer vida a este plano. La palabra madre va más allá; hay quienes entregan hijos al mundo casi como por casualidad, como por error; algunas otras lo hacen forzadas y sin la menor intención de forjar un futuro juntos madre-hija o hijo.
Quiero, sin prejuicios o tratar de entender el por qué algunas no logran establecer ese vínculo, centrarme en aquellas mujeres que de manera planeada o no, en algún momento decidieron ser madres y asumir todas las consecuencias que implica ello: un padre irresponsable, invisible, distante o inexistente, casarse solo por guardar las apariencias y con ello -muchas veces- sufrir violencia por su pareja e incluso por los mismos vástagos, restringir -casi hasta la extinción- sus metas y deseos personales en aras del bienestar y educación de los hijos, los desvelos por enfermedad o por tarea de algún escuincle o la preocupación constante de la provisión de alimentos.
En el contexto global – a pesar de los avances alcanzados en la búsqueda de igualdad y equidad- no es fácil ser mujer, nuestro constructos sociales la han relegado tradicionalmente a cumplir casi exclusivamente con un solo rol: ama de casa y madre. Es decir que, la mujer en esa construcción es el apéndice de un hombre: para que el hombre pudiera tener una vida exitosa no sólo debía tener la certeza de tener una mujer que mantuviera estable y en buenas condiciones el hogar y cuidara de los hijos, sino que además le ayudará a mejorar sus relaciones públicas.
El panorama para muchas no ha cambiado, suele decir de mi madre “a nosotras nos educaron diferente, no sabíamos que podíamos tener la libertad de decidir sobre muchas cosas”. Lamentablemente esta situación sigue siendo lo cotidiano para una inmensa cantidad de mujeres en todo el mundo.
La comprensión de nuestro entorno debe, por fuerza, llevarnos a reflexionar: ¿Qué estamos haciendo para que su mundo mejore?.
Porque, en nuestro distorsionado pensamiento, creemos que celebrarles un día al año, – embriagándonos en su honor, obligándolas a servirnos de comer y lavar los trastes que todos ocupamos o diciéndole “no te preocupes jefecita, no los laves es día de la madre, ya los lavas mañana”- es lo que ellas quieren, es darles felicidad.
¡Qué equivocada idea!, no es la búsqueda de la felicidad para nuestras madres, hermanas, tías, primas e hijas lo que nos debe preocupar. Ellas sin duda serán felices, porque así es la mujer: independiente y con tan alta dosis de sublimación que, un mínimo gesto puede provocarles felicidad o todo lo contrario. Entonces lo que debe ocuparnos es el cómo debemos contribuir, día con día, para que las condiciones de su existir sean las que se merecen, no sólo por ser dadoras de vida, sino porque además en ese trato sagrado (sagrado en la concepción que usted quiera asumirle) que aceptan son guía, luz y columna siempre.
Las decisiones y acciones que emprendemos en nuestra vida cotidiana afectan su presente y su futuro, debemos pensar en eso siempre. Si mi comportamiento es violento con mi madre o mi esposa, mi hijo aprenderá que es “normal” gritar y agredir a una mujer, mi hija aprenderá que “está bien” que le agredan, que le violenten. Como esas, también hay muchas acciones que omitimos, por ejemplo: participar activamente en las labores del hogar, en la educación de las hijas e hijos, compartir tiempo de calidad, etc. Pero que, sin duda cambiarán la vida de la madre actual y la futura. Aunado a ello también la vida de nuestra sociedad sufrirá una transformación, porque en ellas se encuentran el faro enhiesto e incólume que ilumina a la humanidad.
Aprovecho estas líneas para agradecerte ma, lo qué tal vez no te he dicho en muchas ocasiones: gracias por todos los disfraces, por todos los cumples, por todas las tareas en las que me ayudaste, por todas las chingas que me pusiste -esas también ayudan y mucho- por ser mi cómplice en muchas cosas, por estar siempre para mi y mis hermanas, por aquella demostración de carácter cuando decidimos juntos que tenía que irme a México a estudiar aún no teniendo las condiciones económicas a favor. Gracias por tanto amor.
A mi esposa mi pleno reconocimiento, agradecimiento y amor incondicional por ser una gran madre y que sin duda será una gran aliada de nuestra pequeña hija. Gracias por todo lo que hemos construido.
Mis felicitaciones especiales para esas mamás que han puesto su vida para formar buenos hijas e hijos, siempre me sirven de ejemplo: Ludivina, Naa Reyna, mi madrina Emilia, mi comadre Libia, mis hermanas: Paty, Charo, Chabelita, mis abuelas Güera y Huicha, y a doña Eloísa, mi bisabuela.
Finalizo pidiéndole que si usted desea algo para las madres, hoy. Que sea: que el mundo cambie para siempre. Pero mejor aún, haga algo para hacerlo posible.
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